No me olviden. Rodrigo Fica

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Название No me olviden
Автор произведения Rodrigo Fica
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789560950611



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una marejada que inundó los sectores ribereños y causó la muerte de por lo menos 28 personas.

      Largas elaboraciones para, en resumen, dejar establecido que este estudio solo comprende aquellos accidentes fatales donde hay una significativa participación de la componente “tierra”.

      Lo que lleva a la cuarta reflexión; una derivación de lo recién comentado y cuya lógica se expresa de la siguiente manera: si los maremotos fueron descartados de la investigación principalmente por ser desastres naturales de “agua”, entonces ¿eso implica que los terrestres sí habrían de estar incluidos? ¿Tales como las erupciones volcánicas o los terremotos?

      Y la respuesta es no. Por una muy simple razón: los orígenes de estos se encuentran en dinámicas localizadas al interior del planeta; no sobre su faz. Lo que, dicho sea de paso, era el motivo para haber indicado en la definición de “ambiente de montaña”, que esta debe ser una región de la superficie terrestre (ver I.B.2).

      Además que el tipo de accidentes como aquellos donde un sismo (o un flujo piroclástico) destruye una casa, no ilustra en nada el fenómeno que se está estudiando; aunque dicha construcción se localice en un área silvestre. No obstante, sí hay un caso especial: cuando tragedias como las descritas desencadenan caídas de roca o nieve que, después, son los que acaban por impactar a las personas; como lo sucedido el 28 de marzo de 1965 en el cerro La Campana, cuando, producto de un terremoto, una masiva cantidad de piedras impactó a 4 escaladores. Accidentes que sí corresponde agregar al estudio, porque se considera que su causa directa de mortalidad no es el movimiento sísmico en sí, sino que el derrumbe posterior (tipo de decisión que es discutible y que se aborda en mayor detalle en I.C.10).

      La quinta implicancia es acerca de cómo se han de tratar los derrumbes.

      Es decir, avalanchas, aludes, desprendimientos, aluviones, desmoronamientos o como se le quiera denominar a toda esa gama de peligros constituidos por la caída desde un punto alto de grandes masas de material (ya sea de nieve, tierra, rocas, lodo, hielo, agua, barro, etcétera). Mecanismo de accidentabilidad que, como históricamente se le ha rotulado como el peligro más letal que plantean los ambientes de montaña en el mundo, exige tener un especial cuidado en el modelamiento para asegurarse que este represente fidedignamente tal influencia.

      Para comenzar, se ha de recordar que lo que determina si un acto califica para ser visto como de interacción riesgosa es la combinación cualitativa de las variables que la componen: la acción y la exposición (ver I.B.4). Estableciéndose entre ambas un ejercicio de ponderaciones que, por supuesto, varía según cada evento; por ejemplo, si se pretende ascender el cerro Morado en el Cajón del Maipo, para luego bajar esquiándolo, ambos factores tendrán roles relevante:

      Pero, en otras ocasiones, una de ellas predominará notoriamente. Si se duerme en la mitad de la Pared Sur del Lhotse será la “exposición” (debido a las avalanchas que caen por tal vertiente); si se intenta un récord de velocidad por la ruta normal al Plomo, será la “acción” (puesto que prácticamente existe un sendero de principio a fin).

      Gráficamente:

      Con lo cual, se aprecia que no importando cuán diferentes puedan parecer las situaciones, siempre la acción y la exposición estarán presentes. Salvo... en los derrumbes.

      La razón de esta notable excepción radica en que, dado el enorme peligro que estos fenómenos plantean, su influencia en la ecuación a través del factor exposición (que es donde se localizan los peligros del entorno) llega a ser tan dominante que termina por anular el factor acción (o, dicho de otra manera, este se hace cero). Usando un ejemplo más exagerado para ilustrarlo, la caída de una avalancha o aluvión es como la de un enorme meteorito; es irrelevante si la persona está corriendo, caminando, dentro de un auto, durmiendo al descampado o en una bodega, el resultado final para él será el mismo. Con lo que, además, comienza a percibirse que lo que en el fondo la exposición mide es el grado de fragilidad del individuo frente al ecosistema; que en el caso de los derrumbes alcanza su máximo valor posible porque el sujeto no tiene forma de defenderse de ellos.

      Antecedentes, en suma, por los cuales esta investigación decide incorporar, en principio, a todas las víctimas fatales que se hayan producido en los ambientes de montaña vinculados a Chile debido a los derrumbes.

      Una determinación que algunos encontrarán cuestionable. Ya que, entre otras cosas, a veces obliga a agregar eventos que, de no estar presente una avalancha o alud, no serían vistos como de interacción riesgosa (porque la componente “acción” no calificaría para ello). Como cuando los afectados son familiares que esperan en una morada sin ejecutar actos físicos para desplazarse; ocasiones en las que el único elemento en común con el fenómeno de la accidentabilidad que se está abordando, es que ellos estarían encarando (a veces sin ni siquiera saberlo) el mismo nivel de exposición a un latente derrumbe que el que enfrentarían, por ejemplo, esquiadores o montañistas (como lo acontecido en 1984 en la Bocatoma Maipo, en donde una avalancha destruyó varias viviendas y causó la muerte de 7 personas; incluyendo 2 esposas y 3 menores de edad).

      La sexta consecuencia se refiere a los accidentes de tránsito (volcamientos, choques, desbarrancamientos o afines). La mayoría de los cuales no se agregan a la investigación por los motivos ya indicados (fenómeno disímil, interacción no riesgosa e institucionalidad propia para encauzar accidentabilidad). Criterio que se aplica indistintamente aunque los fallecidos hayan sido notorias personalidades vinculadas a los deportes de aventura; como los decesos del reconocido escalador Carlos Fuentes (al caer su jeep al río Maipo en el 2001) o el del campeón sudamericano de snowboard Felipe Parker (quien impactó su auto contra un árbol en la comuna de La Reina en el 2007).

      No obstante, hay dos “excepciones” a esta regla.

      La primera tiene que ver con las motos de nieve. Porque ellas, a pesar de que son un medio de locomoción no biológico, no se movilizan por carreteras, no conforman un flujo vehicular y su fragilidad es lo suficientemente alta como para que su tipo de accidentabilidad sea más cercana a la que se experimenta al cabalgar un animal que al subirse a un automóvil (de ahí la razón para que aparezcan en la recopilación casos como el de Eduardo García en 1999 en la Península Antártica).

      La segunda situación especial se da cuando una persona viaja en un vehículo motorizado por un camino vial en un ambiente de montaña y, debido a algún imprevisto, se ve de súbito sin la posibilidad de seguir usando la radical capacidad de desplazamiento de su máquina; lo que deja a sus actores a merced de los elementos en la forma de una interacción riesgosa y, luego, es materia de esta investigación. Incidentes como el del Gonzalo Espinoza en el área de Portillo en 1984 (quien, en sus esfuerzos por sacar su vehículo de la nieve, sufrió un ataque cardíaco), René Bishop en Los Libertadores en 1983 (quién continúo caminando tras quedar su vehículo bloqueado por mal tiempo en la Curva del Japonés), o el de Mario Maass en el paso de Pino Hachado en 1993 (quien, al abandonar su auto para buscar ayuda en el lado argentino, sufrió una caída que lo dejó mal herido y a merced de los elementos).

      La séptima reflexión es acerca de los suicidios. Sobre los cuales perfectamente se podría argumentar que, aunque sucedan en ambientes de montaña con interacción riesgosa, no correspondería agregar al estudio porque no serían “accidentes”