Chiribiquete. Carlos Castaño-Uribe

Читать онлайн.
Название Chiribiquete
Автор произведения Carlos Castaño-Uribe
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789585240032



Скачать книгу

autores, como Méndez Correa (1930), Paul Rivet (1946) y Alcina Franch (1985), en el sentido de que, para llegar a América, los seres humanos no solo cruzaron el océano por el estrecho de Bering, sino que tal vez pudieron llegar atravesando el mar, cosa que debió ocurrir antes de 15 mil años antes de nuestra era. La teoría de la migración austral del portugués Méndez Correa proponía que el poblamiento americano se produjo atravesando Antártida y Australia por vía de las islas Auckland. Estas personas se habrían establecido en la Tierra del Fuego y la Patagonia (poblaciones desaparecidas, que alguna vez fueron llamadas onas, alakalufes y tehuelches). Méndez Correa basó su propuesta en las semejanzas físicas de los cráneos, grupos sanguíneos y similitudes lingüísticas y culturales (por ejemplo, el uso de armas arrojadizas como el boomerang y naves hechas con fibras vegetales entrelazadas, entre otros aspectos), pero carecía de evidencia arqueológica. Paul Rivet, por su parte, planteó el parecido de los pueblos melanesios y polinesios con otros de América del Sur y postuló que podrían haber atravesado el océano Pacífico para arribar a las costas suramericanas.

      Los estudios de Willerslev (2001, 2016) sugieren que el biotipo de los americanos de tez morena es, posiblemente, el resultado de una migración australiana-melanesia-polinesia. La semejanza de los cráneos dolicocéfalos (de forma alargada) de los aborígenes australianos con aquellos pertenecientes a algunos indígenas de la Patagonia y de otras áreas de Suramérica, parecerían dar crédito a esta idea. En su publicación de 2018, Willerslev y un nutrido grupo de genetistas resaltaron otro hecho sorprendente: la comparación de los genomas de aborígenes australianos con los del resto de la humanidad, incluidos sus vecinos más cercanos de Asia y Oceanía, muestra que los australianos salieron de África antes que los demás humanos modernos, hace 60 mil años o más, incluso antes de la separación geológica de las actuales Australia y Papúa-Nueva Guinea. Los científicos piensan ahora que no hubo una, sino cuatro migraciones que se originaron en África y que ocurrieron en el transcurso de los últimos 120 mil años, coincidiendo con cambios climáticos asociados a las variaciones de la rotación de la Tierra.

      Sendero peatonal de un panel pictórico en el Parque Nacional Capivara, administrado por la Fundación Museo del Hombre Americano (Brasil). Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.

      Otros estudios de genética humana que debemos considerar en nuestro análisis, son los de Razib Khan (2013) y Skoglund y colaboradores (2013), sobre flujo genético de antiguas poblaciones siberianas en europeos y nativos americanos. Khan (2013) demuestra la proximidad genética entre los indígenas amazónicos y los nativos de Australia, Nueva Guinea y las Islas Andamán. Skoglund (et al., 2015) analiza la información publicada del genoma completo de individuos provenientes de 21 poblaciones nativas de América Central y América del Sur. Además, recopilaron y analizaron el ADN de individuos de otras nueve poblaciones nativas de Brasil, genomas que luego compararon con individuos de 200 poblaciones no americanas. De acuerdo con sus resultados, algunos nativos del Amazonas descienden de una población fundadora que se relaciona más estrechamente con indígenas australianos, de Nueva Guinea y de las islas Andamán, que con cualquier eurasiático o nativo americano de hoy. Pero más importante aun es que esta firma genética no está presente en la misma medida, o simplemente no está presente, en los nativos de Norte y Centroamérica, y tampoco en un genoma Clovis de hace 12,6 milenios (Skoglund et al., 2015; Willerslev, et al., 2018).

      Otro aspecto relevante de las investigaciones que se han llevado a cabo durante las últimas cuatro décadas, tiene que ver con los aportes inestimables de la investigación pionera realizada por Niède Guidon en Brasil (directora del Museo del Hombre Americano en este país) y su equipo de asociadas y colaboradores (entre las que se destacan Gabriela Martin, Anne-Marie Pessis e Irma Asón Vidal, entre otras). Guidon ha sido una investigadora incansable que ha seguido los rastros del hombre del Pleistoceno en el nordeste brasileño y ha logrado no solo documentar sus pesquisas técnica y científicamente, sino también proteger el patrimonio rupestre pictórico y labrado encontrado en las serranías de Capivara y Confusiones, al suroeste del Piauí, como en el caso del bien conocido sitio de Pedra, en el Parque Nacional de la Sierra de Capivara.

      Su investigación ha hecho énfasis en los aspectos arqueológicos (incluido, por supuesto, el arte rupestre del nordeste brasileño), para tratar de develar los enigmas del poblamiento temprano del continente. En tal sentido, el yacimiento arqueológico de Pedra Furada se convirtió en un enclave especial desde la década de 1970, cuando Guidon documentó la presencia de fósiles muy antiguos en afloramientos cársticos en ese lugar. Allí excavó los restos de una joven que había muerto más o menos a los 22 años de edad, hace aproximadamente 9.700 años. Dada la morfometría del cráneo, ciertas características biogenéticas y la cronología, estos restos eran muy anteriores a los horizontes Clovis y Folsom; pero, además, estos hallazgos y otros realizados en distintos yacimientos de la cuenca del río San Francisco, hicieron pensar que a Suramérica pudieron llegar pobladores humanos que entraron al continente por sitios diferentes al estrecho de Bering, además de que sugerían provenir de un origen africano.

      Las primeras conclusiones que proponían el poblamiento de Suramérica vía una ruta migratoria temprana por el océano Atlántico, fueron respaldadas algunos años después por dos paleoparasitólogos, Adauto Aráujo y Karl Reinhard (2008), quienes estudiaron la dispersión del parásito humano Ancylostoma duodenale, de origen africano y asiático-polinesio. Este parásito no habría podido entrar a América por la fría ruta de Bering, porque no resistiría las bajas temperaturas, sin embargo su presencia fue detectada en el sureste de Piauí, en coprolitos humanos de unos 10.000 años de antigüedad. En este caso, la paleoparasitología demostró que algunas especies de parásitos que se habían originado en huéspedes en una determinada época y región geográfica, pudieron diseminarse de acuerdo con las rutas migratorias de dichos huéspedes cuando colonizaron nuevos ecosistemas mediante mecanismos de adaptación. Aráujo y Reinhard propusieron la posible existencia de dos rutas alternativas: una por la costa y una transpacífica. Por estas rutas los parásitos hubieran podido sobrevivir y, por consiguiente, seguir infectando a los humanos.

      La evidencia anterior, documentada sobre todo en Brasil, es de gran interés para entender el contexto arqueológico de Chiribiquete. Muchos de los sitios brasileños comparten con Chiribiquete manifestaciones pictóricas muy similares que parecen demostrar una conexión absoluta y que permiten entender la continuidad de un mismo horizonte cultural prehistórico en otros países del Neotrópico desde tiempos inmemoriales (ver Capítulo IX).

      Detalle de escena pictórica de Tradición Nordeste (TND). Estilo capivara. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.

      Casi siempre, el arte rupestre se hace en rocas que no se pueden mover (aunque ocasionalmente las hay movibles) que, generalmente, están adentro de cuevas, grutas, cavernas o abrigos rocosos. Esto es lo que llamamos arte prehistórico o arte parietal. No obstante, como bien anotan Martínez y Botiva (2004: 10), “su denominación como ‘arte’ no significa que se trate de objetos artísticos en los términos y con las finalidades con que hoy los entendemos desde nuestra cultura occidental. Esta es solo una las formas como se ha intentado definir su significado”.

      Las expresiones arte rupestre, arte prehistórico o arte parietal se acuñaron a finales del siglo xix en Europa, después de acaloradas discusiones que, incluso, ponían en tela de juicio la existencia y autenticidad de las pinturas encontradas en 1879 en una cueva costera