Название | Chiribiquete |
---|---|
Автор произведения | Carlos Castaño-Uribe |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585240032 |
La mayoría de los abrigos rupestres de Chiribiquete se encuentran en la parte central de los escarpes abruptos de los tepuyes. Esto significa que los suelos que sirven de apoyo al panel con pinturas, son rocosos, estrechos y con caídas profundas, lo que determina que no existan muchos suelos encima de ellos y que la evidencia sea muy superficial y muy vulnerable a desaparecer. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
A comienzos de 2001, se publicaron los resultados de algunas investigaciones muy sugerentes en este campo por Cooper, Rambaut, Willerslev y otros (2001) en prestigiosas revistas científicas (Science y Nature, entre otras). Estos trabajos presentaron un panorama notablemente ampliado de las migraciones tempranas al continente, que en los albores del siglo xx proponían una secuencia cronológica lineal de movimientos humanos entre un continente y el otro –algo que a la época calaba bien dentro del pensamiento evolucionista unilineal de Aleš Hrdlička (modelo tradicional –blitzkrieg–) y de un centenar de investigaciones más que se habían realizado sobre el tema del poblamiento americano. Ahora, los análisis realizados en fósiles, huesos, coprolitos (materia fecal seca) y cabello humano, permitieron establecer que muchas poblaciones nativas americanas descienden de una población fundadora que comenzó a separarse de los asiáticos orientales hace aproximadamente 37 mil años4. Parece que hace 25 mil años el intercambio genético tuvo una pausa; y hace 20 mil el grupo denominado (USR1)5 se separó de las poblaciones ancestrales de los nativos americanos modernos. Ahora las evidencias arqueológicas, lingüísticas y genéticas recientes apoyan la idea de que el poblamiento ocurrió en fecha anterior a la postulada para la cultura Clovis de puntas de proyectil mencionada arriba.
Los estudios que se han hecho sobre morfología dental también contribuyen a rastrear el origen de los primeros pobladores de América. Un carácter no-métrico conocido como “pala dental”, que da a los dientes incisivos superiores la forma característica de una pala, parece haber sido un rasgo de poblaciones asiáticas. Esto indicaría una posible migración premongoloide que, tal vez, se originó en una región de Siberia entre los ríos Amur y Lena hace 30.000 años (Greengerg y Turner, 1986). Luego, en 2008, el danés Eske Willerslev, genetista evolucionista y uno de los pioneros de la antropología molecular, paleontología y ecología de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), dirigió un estudio de ADN extraído de coprolitos que fueron hallados en las cuevas Paisley en Oregón, con el que pudo demostrar la presencia humana en América del Norte hace 14.000 años, es decir, unos 1.000 años antes de la gente Clovis. En 2013, su equipo logró establecer un vínculo genético entre los euroasiáticos occidentales y los nativos americanos mediante la secuenciación del genoma del Niño Mal’ta en el centro de Siberia de hace 24.000 años, lo que demuestra que todos los nativos americanos, contemporáneos portan en aproximadamente 1/3 de su genoma, genes de la población mal’ta. En 2014, gracias al análisis de los restos del Niño Anzick de Montana, se logró avanzar en la secuencia que relacionaba a estos restos con las puntas Clovis. La edad del genoma es de 12.600 años y con ello se rechaza la teoría de un poblamiento solutrense temprano de América. No menos importante fue el descubrimiento de ese investigador al proponer que hace unos 11,5 mil años, algunas poblaciones americanas se cruzaron con una población siberiana genéticamente cercana a los koryaks actuales, lo que parece indicar que los pobladores americanos regresaron mucho tiempo después a Siberia, complejizando aun más la composición genética de las gentes que por entonces habitaban en el corredor del estrecho de Bering.
Toda esta información parece demostrar que hubo varias oleadas migratorias por rutas distintas y en tiempos diferentes. Algunas de estas poblaciones migratorias vieron limitado su camino hacia América en la parte central del estrecho, al encontrarse con grandes bloques de hielo que les impidieron el paso durante más 5.000 años, mientras que otras vadearon aquellas grandes masas congeladas y penetraron por las costas del Pacífico y del Atlántico, procedentes del noreste de Asia durante el Pleistoceno y principios del Holoceno. Así pues, los datos que nos suministra la paleogenética proponen que las ramificaciones que dieron origen a los nativos americanos del norte y del sur comenzaron a divergir hace cerca de 18 mil a 15 mil años. En el caso que acabamos de exponer, los antiguos beringianos se diversificaron de otros nativos americanos hace unos 18 o 22 milenios y, por lo tanto, representarían el punto del cual surgieron las ramas nativas paleoamericanas del norte y del sur que también se diversificaron entre 11,5 y 17,5 milenios atrás. A estas ramas pertenecen la mayoría de nativos americanos actuales (Willerslev, 2008).
Recientemente, en 2018, Willerslev publicó varias de sus conclusiones que apuntan a resolver cuáles fueron las rutas migratorias y las diferencias genéticas de aquellas oleadas de gentes identificadas en los estudios adelantados desde el 2001. Estas conclusiones versan sobre las características de tres grandes grupos: los esquimales-aleutianos, que se asentaron en las islas Aleutianas, en Alaska y en la costa septentrional de América del Norte; el grupo na-dene, llamado así por una familia lingüística que abarca varios idiomas y que se estableció en Alaska y en la costa noroeste de Norteamérica al comienzo del segundo milenio de nuestra era; y los amerindios, entre los cuales están, probablemente, las poblaciones mesoamericanas y suramericanas (McColl, et al., 2018).
Las representaciones pictóricas han sido un aliado muy importante de la investigación arqueológica en el mundo. Ellas aportan una información invaluable para entender la forma como actuaron, pensaron y vivieron estos grupos cazadores recolectores en el Pleistoceno y comienzos del Holoceno. Imagen de Cazadores en la Chapada Diamantina (Brasil). Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
La revista Science (Vol. 361- año 2018) destaca las investigaciones de Willerslev y de un amplio número de científicos de todo el continente sobre los análisis de ADN llevados a cabo en restos de 15 individuos del Pleistoceno, entre los cuales se destacan huesos fósiles encontrados desde Alaska hasta la Patagonia chilena, incluyendo los esqueletos de Lagoa Santa6, Brasil, considerados los restos de los primeros humanos del continente americano; una momia inca hallada en Argentina, y los restos más antiguos de la Patagonia en Chile. Entre las conclusiones más importantes se destaca la separación inicial entre asiáticos orientales y nativos americanos, ocurrida hace unos 36 mil años, y el flujo de genes entre Asia y América desde hace unos 25 mil años, cuando se piensa que este grupo entró al nuevo continente desde Siberia (McColl, et al., 2018).
Uno de los resultados más sorprendentes para nuestro caso específico, tiene que ver con un vector genético australoide. El estudio publicado en Science comprueba que estos grupos humanos que se movieron por el continente americano, tenían un ancestro australoide y recorrieron grandes distancias en relativamente poco tiempo. En 2011, el equipo de Willerslev secuenció el primer genoma aborigen australiano a partir de un antiguo mechón de cabello. El estudio reveló que los aborígenes australianos se diversificaron de los aborígenes africanos entre 20 mil y 30 mil años antes de la división evolutiva entre europeos y asiáticos. El flujo genético secundario hizo que los aborígenes australianos estuvieran más cercanamente relacionados con los asiáticos que con los europeos (Op. Cit., 2011).
A