Destino. Virginia Salazar Wright

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Название Destino
Автор произведения Virginia Salazar Wright
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418411717



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ni las mejores recetas de Fiorentina podían superar a los excelentes restaurantes del puerto, del barrio de la Boca.

      La familia crecía, a la par que aumentaba la fortuna, Gina y Tony tuvieron tres hijos, dos niños y una niña. Salvatore, el mayor, Nicola en el medio y la nena, Gianamaria. Físicamente los tres se parecían, pero su carácter era totalmente distinto.

      Salvatore era muy responsable y cumplidor, gozaba del entusiasmo y del positivismo de su madre, era un excelente estudiante y desde muy niño mostró su afecto hacia los animales, «los hombres somos para los animales lo que Dios es para nosotros», solía decir y con ese proverbio en la mente pronto se orientó hacia la veterinaria, para cuidar de los animales de su granja, primero, y de todos los que sus amos pidieran su ayuda.

      La nena, Gianamaria, fue la consentida de padres, abuelos y hermanos mayores, era tan bella como su madre y de la misma dulzura y mostraba a su padre un cariño muy especial. Nunca dio problemas, no en la casa ni en el colegio y cautivaba a los que trataban con ella desde la primera vez. Estudió para ser maestra de niños y no había terminado de graduarse cuando le ofrecieron un trabajo en un sistema de escuelas públicas de Buenos Aires, las Domingo Faustino Sarmiento.

      En su primera asignación conoció al joven director de la escuela, una persona llena de proyectos y aspiraciones sociales que quería revolucionar el sistema público de enseñanza de Argentina. Gianamaría, desde el primer momento, se quedó fascinada con el joven director, como buenmozo que era y porque quería hacer causa común con sus afanes de llevar el sistema de educación a las mayores alturas, en Sudamérica, en América y, quizás, en todo el mundo.

      El segundo hijo es el que merece un capítulo aparte. No se sabe por qué misterio genético Nicola parecía más hijo de Antonino que de Tony, le gustaban las carreras de caballos, las mujeres, los automóviles deportivos y especialmente hacer todo a su manera. No quería esforzarse, no porque no pudiera, sino porque gozaba de una sólida inteligencia, pero creía que no valía la pena. «Para qué estudiar, para qué trabajar y esforzase», se decía, porque para él la vida era muy corta y había que sacar provecho de todos los que habían coincido con él, no importa en qué condiciones, pues no eran amigos, más bien esos, los que estaban en su entorno, eran únicamente conocidos.

      En su muy particular filosofía dejó un campo estrecho para el amor a sus tíos-abuelos, a sus padres y a Gianamaria, a quien debía proteger para que no cayera en el poder de otro hombre como él. A su hermano mayor también lo amaba mucho, pero no podía comprender para que se empeñaba tanto en superarse con tamaño esfuerzo y el amor de su hermano por los animales le parecía ridículo. En cuanto a animales decía: «Los caballos solo sirven para correr y hacer ganar dinero a los hombres».

      Para aprobar en la escuela llegó a hacer trampas con una sofisticación digna de las mejores causas. De habérselo propuesto, Nicola pudo haber sido el autor más completo de «chuletas», esos papelitos donde se escribe con letra menuda para copiar las respuestas de los exámenes, pues llegó a dominar la letra más pequeña de las imaginables y utilizaba una tinta que desaparecía a unas cuantas horas que medía con exactitud matemática para que ocurriera al finalizar el examen.

      Hizo diseños de ingeniera para poner un tablero falso en su pupitre, en el medio del nuevo «tablero» colocaba el libro entero de física, la materia que más molestaba a Nicola. Siempre se mostró como un ingenio prodigioso para nuevas trampas ante nuevos retos, porque había algún hermano cristiano en su colegio que era muy suspicaz o porque algún profesor puso en duda que un mal estudiante como Nicola pudiera haber sacado la mayor puntuación en matemáticas.

      Pero resultaba muy difícil llamarle la atención o reprenderlo por sus faltas nunca comprobadas, porque era la persona más amable y simpática que uno se podía encontrar, en la casa, con sus compañeros estudiantes y, con el pasar del tiempo, con sus amigotes, que tenían a Nicola como ejemplo.

      Por su gran afición a apostar en las carreras de caballos conoció a mucha gente de la alta sociedad bonaerense, que festejaban su buen humor y sus ocurrencias, que sabían que no era persona de confiar, pero que aplaudían si la nueva víctima de un engaño de Nicola era una persona que no pertenecía a «su clase social».

      Tony tenía particular afecto por Nicola, pues justificaba su proceder en la herencia genética. «No tiene la culpa», se consolaba cuando recordaba las andanzas de su padre en el pueblo italiano. Nicola, para Tony, no era una persona que no tuviera remedio, no era la oveja negra de la familia ni una bala perdida era una persona confundida con la aplicación de su inteligencia, pues Nicola creía que su capacidad intelectual era una llave para sus fechorías cuando pudo haber sido el camino para abrirse un destino muy prometedor.

      En la risueña existencia de Nicola hubo un punto negro relativo a sus alcances amorosos, puesto que le hubiera gustado mucho conquistar a una de esas perfumadas y elegantes chicas de la alta sociedad, sus amigas a las que divertía mucho, pero no se fijaban en él como un prospecto de novio.

      Fue parte del grupo de niñatos ricos de apellidos sonoros y grandes propiedades, pero era la parte graciosa, el instrumento de los «hijos de papá», para hacer travesuras, más o menos perversas a muchachos de su edad, pero no de su condición. Para las niñas, podía ser un conquistador de sus congéneres de otros grupos sociales y Nicola las hacía divertir siempre que contaba a sus «amigas» lo fácil que le había resultado conquistar a una niña, hija del tendero o del mayordomo de la hacienda vecina.

      Por fortuna, mientras vivió Nicola con sus padres no contaba con mucho dinero para despilfarrar, a diferencia de los amigos de su grupo que gastaban sin control ni cuidado, puesto que sus «papis» pagaban las cuentas. Las apuestas bien manejadas le daban algo de dinero para que Nicola se comprara trajes muy elegantes y zapatos finos, camisas mandadas a confeccionar a medida y finas corbatas de seda.

      Incluso esta fina apariencia de Nicola podía deslumbrar a sus usuales conquistas, pero resultaban comunes en su círculo artificial. No recordaba Nicola alguna ocasión en la que una de las chicas hubiera alabado su buen gusto para vestir, era lo que debía esperarse de un amigo del grupo.

      Capítulo III

      LA PRESENCIA DE GIACOMA EN BUENOS AIRES

      La reputación de Giacoma como dirigente obrera, hostil hasta la fatiga e incorruptible, creció muy rápidamente en los círculos proletarios de Milán y desde allí se regó por la península. Pronto los líderes políticos vieron en Giacoma una buena carta para ganar elecciones con el apoyo de la masa gris y darle los «caramelos» usuales para tenerla tranquila y callada.

      Los dirigentes de los movimientos socialistas fueron los primeros en buscar a Giacoma para que encabezara las listas de suplentes para diputados, pero a Giacoma no le gustó la idea de ser solamente suplente con el riesgo de «etiquetarse» y tener que dejar su posición de líder: no querida por nadie, pero temida por todos, que satisfacía sus requerimientos de existencia en un mundo injusto y machista.

      Ante mucha insistencia, al fin Giacoma cedió para dirigir campañas electorales de ciertos candidatos y, si estos salían triunfantes, formaría parte del respectivo gobierno, desde alguna posición que le permitiera «seguir luchando por los sagrados derechos de los trabajadores explotados por el capitalismo».

      Un día aciago para Giacoma, en el seno del comité central electoral de la región se enteró que el entonces primer ministro, simpatizante de los movimientos socialistas, era un degenerado sexual contumaz y que organizaba verdaderas bacanales con niñas prostitutas, que eran su debilidad.

      Giacoma dijo que debían denunciar públicamente a este rufián y retirarle el velado respaldo del socialismo, puesto que no conviene a los principios revolucionarios, que decía ella con todo fervor que son esencialmente principistas. Sus colegas sonrieron con incredulidad, y explicaron a Giacoma que ese vicio del primer ministro es el más manejable y poco común entre los líderes nacionales.

      De acuerdo con la opinión de los estrategas era mejor cerrar los ojos y fingir ignorar esa tendencia enfermiza del primer ministro, ya que al fin y al cabo sus excesos son con mujeres, aunque adolescentes, y no ha mostrado preferencia por los chicos jóvenes como les ocurrió en alguna otra ocasión anterior,