Название | Por un sendero de sueños |
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Автор произведения | Gabriela Santana |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078773176 |
Llevaba dinero para comprar comida, pero no quiso hacer la fila. En cambio vio que alguien estaba ofreciendo galletas en el corredor. Se trataba de recibir la galleta y prometer que votaría por esa persona para líder estudiantil. Tomó el polvorón y puso su correo en la hoja de registro. En seguida empezó a comerla. Apenas había caminado dos pasos, cuando la galleta seca tomó una mala dirección en su tráquea y sintió que la ahogaba. Levantó los brazos desesperada y trató de toser, cuando sintió un golpe en la espalda que hizo salir el trozo de galleta como un proyectil.
—¡Ew!, qué desagradable! —dijo alguien.
Carina escuchó risas, pero prefirió voltear a ver quién le había salvado del ahogamiento. Entre el grupo de estudiantes vio a un chico que cargaba su patineta en la mochila. Levantó el pulgar en señal de okey, le sonrió y se fue. La joven se dirigió al bebedero y se prendió del agua. No solo quería sentirse viva sino también romper el nudo en la garganta que le había quedado. Era un día para sentarse a llorar.
Llegó la hora de la salida y comenzó a caminar rumbo a casa. Como hacía frío prefirió salir por la puerta de la cafetería. Esta daba al patio donde se estacionaban los autobuses escolares, y se colectaba la basura. Torciendo a la derecha por un sendero pequeño y arbolado podía tomar su calle un par de cuadras arriba.
Iba hablando consigo misma y renegando de las injusticias de ese día cuando un roble seco, vencido por la nieve, dejó caer una pesada rama junto a ella. La mole cayó haciendo un gran estrépito, y algunas ramas laterales alcanzaron a rasguñarla. El corazón, trastornado, salió de su cuerpo y regresó en un instante.
—¡Cuidado! ¿Estás bien? —el intendente la tomó del brazo, su tono era de regaño —No debes caminar por aquí. Aún no revisamos toda la zona, y estos árboles están pesados de nieve. Es normal que algunos se rompan.
El hombre debió de haber visto tal terror en los ojos de Carina al punto que suavizó su tono.
—Bueno. Ya tranquila. ¿Por qué no saliste por la puerta principal?
Carina no respondió. No dijo gracias, ni explicó. Lívida, como estaba, echó a correr apenas atada a la realidad y resbalando en los parches de agua y hielo que la nieve derretida comenzaba a formar.
Al llegar a casa constató que su mamá no estaba. Quiso acariciar a Enigma, pero la gata se echó a correr en dirección a la cocina.
—También yo tengo hambre. Creo.
Encogida, subió el termostato y fue al microondas para calentar un saco de semillas que servía para contracturas musculares.
—Primero necesito quitarme el frío de la panza.
Hablaba en voz alta aunque la gata no parecía estar interesada.
El ruido de la llave las sorprendió. Era Olivia.
—Ma, qué bueno que llegas. ¿Qué crees? Por poco me mata la rama de un árbol.
—¿Qué dices? ¡Ay, no, Carina, por una vez déjame acabar de llegar! Siempre son tus cosas y tus tragedias. Hoy no estoy bien. Me siento muy mareada. Dormí pésimo en el hotel en el que me tuve que quedar. Tuve un sueño extrañísimo. Tal vez el libro que me dieron me inquietó. El sueño me agotó como si hubiese vivido todo. Fue muy raro. ¿Cómo se portó Enigma?
—Está como asustada de mí. También en la escuela…
Olivia se llevó las manos a las sienes.
—Debo de tener algo en el oído. Me está fallando horrible el equilibrio, y hasta me duele la cabeza. ¿Por qué no te calientas algo de comer mientras yo me recuesto?
—Son las 4 de la tarde.
—Pues está oscurísimo. Odio que se termine tan pronto el día.
—¿Puedo ver el libro de don Carlos?
—No. Es un objeto muy valioso. Te lo presto cuando lo pueda supervisar. Ya sabes cómo me pongo cuando haces un desastre, como tirar el vaso de agua en la mesa y eso.
Carina pasó del sentimiento de abandono a querer confortar a su mamá, y luego a enojarse con ella. Todo en un minuto. Se le hizo un nudo en la garganta.
¡Me dejas sola en plena tormenta, y ahora no quieres enterarte de que murió mi amigo, y yo por poco también! Las palabras retumbaron en su cerebro sin poder salir. Su madre continuó:
—Además te he dicho que no andes explorando en el bosque. ¡Imagínate si de verdad te golpea una rama! Tienes que ayudarme a cuidarte, hija. No se vale.
Carina se dio la vuelta. No podía recibir un regaño más. Se acordó de su diario y del consuelo que le proporcionaba vaciar su mente en él. Empezaría por escribir lo injusta que se portaba su mamá, y luego iba a anotar lo de la maldición, para que cuando le tocara morir y se encontrara con su diario, su madre se sintiera culpable, además de triste y sola.
—¡Y si vas a estar en tu cuarto, levanta esos zapatos y no dejes tantas luces encendidas!
Enigma clavó sus ojos en Olivia y posteriormente en Carina. Luego de observar a una y a otra, pareció tomar una decisión: trepó velozmente las escaleras que conducían al cuarto de Carina.
Los recuerdos comenzaban a diluirse como un dibujo de acuarela hundido en el agua. El rojo, el azul, el amarillo, manchas de algo antes preciso parecían ahora flotar en su mente. Olivia hizo un esfuerzo para pensar. Recordaba un libro, un paisaje logrado por el canto dorado de las hojas y solo visible al doblar el volumen: un descubrimiento que la había maravillado.
Yelena la miraba intrigada.
—Creo que tuviste otra ausencia: estás embarazada o estás endemoniada.
El romaní ocupó el cerebro de Olivia desplazando otra lengua, ¿cuál era? Su amiga agregó impaciente:
—Tenemos que movernos. No vaya a ser que decidan hacernos más preguntas. ¿Me escuchas? Nos espera una caravana al norte de la ciudad.
Olivia miraba fijamente a un grupo de niños que dormía en el cubo subterráneo que se hacía entre la banqueta y un edificio. Estaban en harapos y ninguno traía zapatos. Pensó que seguramente ahí no les pegaba el viento, y la chimenea que corría por fuera de las paredes alcanzaba a calentarlos.
—A lo mejor estás así porque sigues sintiendo el movimiento del barco. Es eso, ¿verdad?
—Dime que cuando seamos señoras y compremos en almacenes estaremos en condiciones de ayudarlos —señaló Olivia con la mirada.
La chica dio un suspiro y tomó de la mano a Olivia.
—Hay que salir de aquí cuanto antes. Reunirnos con nuestra gente. A ver si conseguimos transporte. El campamento está entre Broadway y Harlem River.
Olivia se sintió desconcertada, pero se dejó llevar. Lamentaba que su amiga no se hubiese conmovido por los niños. El nuevo mundo, que en su mente le había prometido lujos y abundancia, la recibía con un muelle vivo, pletórico de gente, en el que contrastaban riqueza y miseria, y la prisa no dejaba que las personas se percataran de que eso estaba mal.
La molestó no poder imponerse frente a Yelena, conseguir un pan para los niños y dejarles su chal. Odió su falta de determinación, pero al mismo tiempo reconoció que no tenía muchas fuerzas para tomar decisiones: todo el viaje había sido como un sueño, y no recordaba mucho. Estaba distraída y cansada, no podía darle más problemas a su compañera.
De acuerdo con la información del líder romaní