Название | Por un sendero de sueños |
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Автор произведения | Gabriela Santana |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078773176 |
Luchó varias cuadras contra el viento con un paraguas que había quedado inservible a los primeros pasos. Así llegó al lugar de su cita.
Newport Rare Books era un espacio realmente magnífico. Al entrar, el olor de la madera inundó su cerebro. Los libreros que exhibían los volúmenes ocupaban de piso a techo un salón que estaba delimitado por dos columnas gruesas de roble. Al centro una mesa con sillas de piel, y un candil de cristal rosado daban a toda el área un aspecto cálido y antiguo.
Atraída por una de las colecciones de libros con lomos dorados, se aproximó a las vitrinas. En una tenían El guardián entre el centeno, firmado por Salinger, un libro del senador John F. Kennedy y el manuscrito de Desayuno en Tiffany, de Capote. Del otro lado estaba una de las primeras ediciones de El viejo y el mar y un Harry Potter firmado por Rowling cuyo costo era de 13 mil dólares. Olivia sonrió al pensar que a su hija le hubiera gustado ver dicho libro. En otro librero estaban las Obras de Platón, Los viajes de Marco Polo, y una edición en piel de Alicia en el país de las maravillas, con un conejo y una reina grabados en oro. Más allá la foto de Lincoln en 22 mil dólares. Era como estar en un museo.
En una de las salitas de la parte trasera había una mujer hablando con un agente. La puerta estaba abierta y Olivia se sintió curiosa de conocer el proceso. Se acercó para observar. La señora, que estaba de espaldas, al parecer había llevado a vender una edición numerada del Ulises de Joyce. Se trataba del volumen número 91 de 100 copias firmadas por el autor. El libro había sido editado por Shakespeare and Company en 1922.
El agente colocó el tomo y lo puso sobre un cojín con forma de uve encima de la mesa.
—Necesitamos mandarle a hacer una caja y que nos firme ciertos papeles, uno de ellos es un seguro que cubre el libro desde que usted nos lo confía.
Olivia se sintió indiscreta y dio un paso atrás. El agente, que al parecer no se había percatado de su presencia, se levantó muy serio para cerrar la puerta de la salita. Antes de hacerlo la miró fijamente.
—¿Tiene una cita? Enseguida la atienden —dijo en inglés.
A pesar de que no podía ver el rostro de la mujer, Olivia sintió que había algo familiar en ella. Era como si se hubiese visto a sí misma, en otro momento, con la combinación de urgencia y desazón que imprime en el alma la necesidad de vender algo heredado. No cabe duda de que los libros y las joyas son de nadie, pensó. El cuarto le había dado la sensación de una tristeza remota.
Halló otra salita y esperó sentada, tratando de acomodarse la ropa, el cabello, la maltratada del frío que le quemaba todavía los dedos y la espalda. Últimamente tomaba analgésicos todos los días. Se puso a ver el catálogo de libros.
—Buenas tardes —dijo una voz profunda.
Olivia brincó en el sillón. Un hombre de piel morena y ojos grandes le extendió la mano sonriendo.
—Perdóneme, no quise asustarla. Mi nombre es Amán. ¿Habla español, cierto? Yo también.
La invitó a pasar a uno de los privados y le ofreció un té:
—¡Vaya tormenta! No sé a qué hora podremos salir.
—¿De dónde es usted? —preguntó Olivia.
—Nací en Extremadura… de familia republicana. Siempre quiero aclararlo.
—Ah. Por el nombre y su aspecto pensé que era árabe.
—Mi nombre me ha dado problemas, lo confieso. Antes era más sencillo viajar. En cuanto a los orígenes, probablemente esté usted en lo cierto.
Olivia sonrió con coquetería. Luego se regañó a sí misma. Estaba ahí en plan profesional.
—Don Carlos dejó dos obras para usted. La primera está aún en proceso de restauración. La otra obra sí está lista para su entrega; sin embargo no creo que pueda llevarse ningún libro el día de hoy. Se echaría a perder con la tormenta. Lo que puedo hacer es mostrarle el libro que está a mi cargo. Para proceder, ¿me podría permitir alguna identificación?
—Claro—. Olivia entregó su licencia.
Amán se inclinó respetuosamente y fue a la vitrina de donde extrajo un libro mediano, encuadernado en piel. En la mesa puso la almohada en forma de uve y apoyó el volumen con cuidado. El título decía Epameroi.
—¿Qué es esto?
—Es una traducción anotada de la obra de Píndaro. El título significa en español “Ser de un día”, o efímero, si gusta. Lo interesante de este volumen son las notas del lector. La tinta es antigua.
—¿Lo ha leído?
—No, tanto como eso, no. Nos familiarizamos con el contenido para generar el seguro de cada libro. Esta obra trata del tiempo, pero las notas hacen referencia a la posibilidad de superar la muerte a través de la escritura. Quien las puso concebía la escritura como un gesto desesperado para incorporar en la mente del lector una forma de continuidad, una semilla del presente.
—A don Carlos le encantaba la filosofía.
—¿Y la magia?
Olivia escudriñó a su interlocutor. Los ojos negros de Amán no parecían bromear.
—Imagine un texto en el que pudieran actualizarse no solo las palabras sino otras memorias, otras identidades, la existencia misma de aquellos que al pronunciar un discurso se pudieran materializar en la mente del lector.
—Bueno, ocurre en la ficción, sin duda, cuando alguien es muy imaginativo —Olivia trataba de mostrarse intelectual.
—Es algo más, señora. Las notas hablan de revivir el impulso que se pronunció en el papel a un solitario observador que lo actualiza. Como si el texto fuera una red en donde se sostienen otras vidas, otras posibilidades. Dígame algo, Olivia, ¿qué daría por recordar sus otras vidas?
Olivia abrió la boca y la mantuvo un segundo así, tratando de encontrar en el aire no tanto la respuesta como el sentido de la pregunta. Un timbre agudo rompió el contacto de las miradas. Olivia tembló como si hubiese pasado una descarga eléctrica por su cuerpo.
—Creo que la llaman. Su hija debe de estar preocupada por usted.
—¿Cómo sabe…? —comenzó Olivia, mientras sacaba el celular de su bolsa. Volteó sorprendida al constatar que era una llamada de Carina, pero Amán la había dejado sola en el privado.
Epameroi. La mirada de Olivia recorrió suavemente las letras de la portada. Había dejado de escuchar lo que Carina le decía del otro lado del teléfono.
Distraída volteó a ver la puerta de cristal. Como un fantasma, un paraguas pasó dando tumbos impulsado por la ráfaga de viento y hielo. ¡Cuántas cuadras no habría recorrido sin su dueño! Cerró los ojos como para alejar la hostilidad del clima, y, al hacerlo, recordó que el estacionamiento donde había dejado el automóvil pertenecía a un pequeño hotel donde podía pasar la noche para no tener que manejar en condiciones de tormenta.
—No quiero correr ningún riesgo, hija. Creo que es mejor que me quede en la ciudad.
Había una alegría detrás de estas palabras. Era como si deseara estar a solas con el libro. Disfrutar el olor a madera que emanaba de sus páginas, leer las notas al margen y descifrar por qué don Carlos le había dejado precisamente ese legado. Cuando salió de la sala, Amán estaba cerrando con llave una de las vitrinas.
—Si me ayuda a cubrirlo para que no se dañe, me gustaría llevármelo.
—Como guste.
Olivia se mordió los labios pensando que la seriedad de Amán la turbaba.
—Disfrute del hechizo…