Название | Por un sendero de sueños |
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Автор произведения | Gabriela Santana |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078773176 |
Unas horas después, llegaba al campamento un grupo de guardias. Sacaron a los hombres de las tiendas. Con palos y porras comenzaron a golpear a diestra y siniestra. La sangre de un viejo salpicó a Yelena. Era una crueldad que nadie podía entender. Cayeron los puños en la cara de los hombres; cayeron patadas y desesperanza. Los esposos de Olivia y Yelena trataron de detener el maltrato. Los guardias les dispararon. Olivia vio caer al esposo de su amiga y corrió a auxiliar al suyo que tenía sangre en el pecho. Con una convulsión murió en sus brazos. El resto de los obreros fue obligado por los guardias a regresar al trabajo. En silencio, los hombres terminaron de hacer los agujeros y volvieron a sus caravanas sin ninguna paga. “Que les sirva de lección”. Y las viudas no tenían dinero ni para el café y las velas del entierro.
—Vadim —murmuró Olivia secándose una lágrima.
Su compañera negó con la cabeza.
—Ya nada puede asustarnos. ¿No estarás embarazada?
—No.
—Porque si lo estás no te dejarán entrar. No aceptan cargas en este país.
—No. Solo es el mareo del barco.
—Tampoco digas por ahí que eres romaní.
Las personas comenzaban a amontonarse ante la excitación de dejar el barco. No cabían con las mantas, las cacerolas, los bultos. Alguien gritó:
—¡Primero deben salir los de la cubierta superior! Vuelvan atrás.
Nadie se movió.
—Necesitamos hacernos paso para juntar nuestras cosas.
Sintiendo una gran opresión en el pecho, Olivia fue avanzando entre la multitud. Yelena parecía haberse adelantado. No la veía. Sintió que se asfixiaba. Jaló el aire con fuerza y gritó. Estaba despierta en el cuarto del hotel.
Carina vio a su amiga salir por la puerta y comenzó la danza con la que la embromaba: “¡Musuwa, Katende, Katende, oui!”. Levantaba los brazos como si estuviera exorcizándola y exageraba los pasos para que pareciera un ritual.
—Basta ya, sonsa —su francés era nasal con énfasis en las erres.
Musuwa y su familia habían llegado del Congo a principios de año. En highschool tomaba los cursos de inglés como segunda lengua, pero se había hecho amiga de Carina por ser vecinas y además porque hablaba suficiente francés y la ayudaba con la tarea.
Se abrazaron y comenzaron a caminar juntas a la escuela. Musuwa era alta, delgada, de piernas muy largas y su piel era como un carbón iluminado. Contrastaba con Carina que era bajita, muy blanca y de ojos expresivos.
—¿Tus hermanos no vienen con nosotras a la escuela?
—No.
Carina hizo un gesto desaprobatorio.
—Tienes que articular más tus respuestas. Como cuando te entrevisté para lo del soccer. Tuve que agregarle cosas porque solo decías: sí, no, porque me gusta…
Por ejemplo, ¿por qué practicas soccer?
Musuwa entornó los ojos
—Porque me gus… por el deporte.
Carina soltó la carcajada.
—¡No, mujer! Se contesta: porque es un deporte que aporta beneficios para la salud física y emocional, además de que me da un sentido de logro, liderazgo y trabajo en equipo.
—Como sea. Me gusta correr.
—Te creo, pero no sirve poner solo eso en el periódico. En fin, ¿hiciste la tarea?
—No.
—Y la respuesta completa es…
—¿No supiste lo que pasó?
—¿Qué pasó? Aparte de que cerraron la escuela por la nevada.
—Falleció un amigo de mi hermano. Creo que el chico estaba en tu salón de Mate.
Carina palideció.
—Se llamaba Jason.
—¡Ay!, no me digas. Sí, se sentaba junto a mí.
Musuwa se cerró el abrigo y se tapó nariz y boca con la bufanda. Aumentó la velocidad de su paso, lo que hizo que Carina tuviera que pegar una carrerita para alcanzarla.
—No quiero preocuparte, pero ¿recuerdas la cápsula del tiempo que sacamos los de mi grupo este otoño? Entre las notas que guardaba, había una que decía que la muerte iba a llegar a la escuela multiplicada por tres.
—Ah, creo que sí. Me contaste.
—Pues haz cuentas. Patrick también estaba en tu salón de Mate. Estaba borracho cuando resbaló en la empalizada y se mató. Y ahora Jason.
—Bueno, Jason tenía diabetes.
—¿Y solo por tener diabetes es normal que se haya muerto? No, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir?
—Como te dije, no quiero preocuparte, pero van dos de tres… en tu salón.
—Es cierto, ¡no manches! Patrick se sentaba junto a Jason, y Jason junto a mí.
—No solo eso. Patrick se apellidaba Sanders, Jason se apellidaba Silvan y tú eres Soler.
—Pues sí. Nos sientan en orden alfabético.
—Si van en orden, tal vez sigues tú.
Carina fulminó a su amiga con la mirada.
—¡Cállate! Las palabras pueden hacer realidad las cosas. ¿Cómo se te ocurre decir eso en voz alta? Pensé que eras mi amiga. Yo sí hice mi tarea, por eso te desquitaste, ¿verdad?
—Bueno, le dio hepatitis.
—¿Quién? ¿De qué hablas?
—De Jason. Tienes razón, perdóname. La hepatitis es fatal para alguien con diabetes. Solo me preocupé por la coincidencia.
Llegaron a la escuela en silencio. Musuwa fue a buscar a sus hermanos y Carina se dirigió a su casillero. Tardó en abrirlo hasta que de un tirón lo logró, y sacó de su mochila un par de calcetas secas y tenis. Estaba llena de sensaciones extrañas, y todas ellas frías.
Anunciaron que habría asamblea en el salón de usos múltiples. No sentía ninguna prisa en llegar. Otros compañeros caminaban en pares: amiga con amiga, novio y novia. Pensó en Josef, que le cargaba sus cuadernos. Se había marchado a trabajar en un kibutz, y ahora cuando le mandaba algún correo solo ponía cosas de su estancia en Israel y de la guerra. ¿Con quién compartiría su inquietud? Si tan solo Musuwa se hubiera callado la parte de la cápsula de tiempo. ¿A quién se le ocurriría escribir algo así y enterrarlo para preocupar a alguien 30 años después?
Comenzó a sentir lo que ella llamaba “salivación”. Le ocurría cuando estaba ansiosa. La boca se le llenaba de un agua amarga que tenía que pasarse por pena a escupirla una y otra vez. Así pasó el día en la escuela, ausente, con una sensación de estar viviendo un día irreal y sintiendo un frío instalado en el estómago.
Cuando llegó a la clase de matemáticas, se percató de que muchos en el salón parecían haber sacado la misma conclusión de Musuwa. Dos chicas la vieron con más temor que empatía y comentaron algo entre ellas. Carina se