Por un sendero de sueños. Gabriela Santana

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Название Por un sendero de sueños
Автор произведения Gabriela Santana
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078773176



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raíces.

      Lo curioso es que esa sensación a veces se extendía a las calles de su pueblo, a la ciudad de Nueva York, que estaba apenas a unos minutos en auto, o hasta a parques y bosques que la hacían sentir una familiaridad extraña, un reencuentro con viejos conocidos.

      Este último pensamiento la hizo volver al recuerdo de don Carlos. Su exjefe había sido un hombre ejemplar en su vida. Ni triste ni infantil, ni ansioso ni vociferante, Carlos había sido un hombre que no necesitaba demostrar nada a los demás. No le había pedido más ternura que la que él mismo podía ofrecerle. Con su cariño, la había hecho comprender que la vida no eran prohibiciones ni cadenas, ni emociones súbitas, siquiera. La vida era algo simple: un cardenal que come, un copo de nieve que cae, un amor que no toma en cuenta quién es mejor que quién, ni la vida que se puede planear con esa otra persona. Dejar su país había sido doloroso por dejarlo a él.

      Recordó cierto viaje que hicieron juntos a San Miguel Allende. Carlos estaba con ella. Habían ido a buscar un tal Instituto Simone Weil con la intención de publicar un libro de la filósofa francesa.

      La Weil era un sólido puente que los había acercado de muchas maneras.

      —Era una chamaquilla necia y admirable. Difícilmente alguien puede pensar, escribir y actuar con la congruencia con la que esa mujer lo hizo. Necesitamos darla a conocer más en nuestro país… y quiero que tú hagas el prólogo de esa edición.

      —Necesito que me orientes, leer todo lo que pueda de ella. Lo que haga falta.

      —Hablas francés, ¿no? Mañana te hago llegar sus libros a la oficina.

      Don Carlos había puntualizado su interés en publicar un libro en concreto, titulado El enraizamiento. Hablaron del compromiso que se tiene con la historia, de comprender el sufrimiento de otros, de la necesidad humana básica de echar raíces. Después de visitar el instituto, la noche los sorprendió con la vía láctea en todo su esplendor. El sentimiento de insignificancia frente al cosmos fue, para Olivia, magnífico y abrumador.

      El chofer los dejó en el hotel y subieron las escaleras tomados del brazo. Carlos parecía quebrarse a cada paso, así de frágiles nos pone la vida a los 80. Olivia quería asegurarse de que aquel hombre no se le cayera en las escaleras, pero, para no ofenderlo, le hacía creer que era ella quien necesitaba su apoyo.

      —Me encanta que me hables de tú. A veces olvido que te llevo treinta y siete años.

      —No se le puede hablar de “usted” a un libro abierto.

      Carlos soltó una carcajada que pareció regresarlo a su juventud. Al llegar a la puerta de una de las habitaciones, ella se acercó para darle las buenas noches con un beso en la mejilla. Se encontró con unos hermosos ojos húmedos y azules:

      —Quiero estar contigo.

      Hay muchas maneras de decir gracias. Se puede decir algo como: “te quiero por hacerme brillar”; “me hace feliz que creas en mí”; “tenía dolor, y tú me has rescatado” o “tu editorial es maravillosa por publicar filosofía”. Sin embargo, Olivia se limitó a decirle:

      —¿Quieres pasar?

      Ahora don Carlos aparecía de nuevo en su vida. Esta vez dentro de un sobre, diciéndole “te quiero” con un regalo inesperado: libros. Una vez más ese hombre la llamaba intelectual, la reconocía, escuchaba su soledad desde un universo remoto y la perdonaba por haberlo abandonado a su fragilidad de viejo.

      Volvió a las puntadas de reveses mientras en su cabeza resonó una canción de Nina Simone que definía a su amigo.

      My baby don’t care for shows/ My baby don’t care for clothes/ My baby just cares for me/ My baby don’t care for cars and races/ My baby don’t care for high-tone places

      —Pero entonces, ¿qué dice la carta? ¿Te heredó unos libros? —interrumpió Carina sus pensamientos— ¿Cuándo vas a ir a la ciudad? ¿Te puedo acompañar?

      Olivia tardó unos segundos en regresar a las preguntas de su hija. Dejó a un lado el tejido, como si le sorprendiera la cantidad de recuerdos que le había traído.

      —Está bien, voy a ocuparme de concertar esa cita.

      —¿Por qué crees que te dejaría unos libros a ti? ¿Qué no tenía esposa e hijos, ese don Carlos?

      —Sí. Y ya no me hagas preguntas, mejor síguele dando a la tarea.

      La joven hizo como que regresaba la mirada a su trabajo. La mujer marcó el número en el teléfono. Su voz, titubeante y con un fuerte acento hispano, preguntó en inglés: “¿Podría hablar con el señor Amán?”

       Capítulo iii

      Enigma parecía intrigada frente a la ventana. Olivia se acercó para constatar que la nieve se estaba acumulando lentamente en las ramas desnudas de los árboles.

      No voy a poder ir en autobús a la ciudad. Siempre modifican los horarios. Eran las cuatro de la tarde. Había una luminosidad peculiar en el cielo: la blancura de la nieve, quizás. Tomó el teléfono para cancelar su cita, pero enseguida colgó. No puedo vivir con miedo. Para animarse, fue a la cocina y sacó el coñac y una copa de la alacena. Bebió un sorbo que le calentó la garganta y mandó sangre a sus mejillas. Tomó las llaves del Toyota y salió.

      El gps le indicó que estaría en su destino en una hora. Tenía tiempo para llegar, estacionar el auto y serenarse en algún café antes de conocer al señor Amán. Pensó en el concepto de “serenarse”: odiaba manejar en condiciones de nieve y hielo, en la total oscuridad que habría a su regreso.

      Ya en camino, se dio cuenta de que el viento empujaba el vehículo. Se aferró al volante y rezó. ¿Qué tal si me toca el alto y no puedo detenerme? Siguió con precaución agradeciendo que la calle estuviera vacía, y redujo la velocidad. La sensación de no poder frenar si encontraba hielo negro la aterraba. Al llegar al Washington Bridge el gps falló por completo. ¿La estructura del puente?, ¿el río? Maldijo el aparato, pero lo que realmente le enojaba era su poco sentido de orientación. “Todo mundo parece saber a dónde va, excepto yo”. Recordó haber transitado antes la interestatal 95 así que tomó la salida de la derecha rumbo a Hudson Parkway. Al volver la mirada hacia Nueva Jersey vio reposando en el río un viejo barco de vapor. ¿Una película? Redujo de nuevo la velocidad para observar de qué se trataba, pero la bruma había ocultado el barco.

      Desde que llegó a Estados Unidos, Olivia vivía con un constante sentido de extrañeza. A veces era lenta en responder porque tardaba en salir de su asombro. Ni siquiera se daba cuenta de si la discriminaban o no. Era como estar permanentemente en la novela de Lewis Carroll: con sombrereros locos y cerditos alérgicos a la pimienta.

      La librería estaba en Midtown, en la calle de Madison. Pensó en guiarse por la catedral de San Patricio y tomó la salida a la izquierda para encontrarse con la torre de la iglesia. Lo que halló fue el museo de cera. Una vez más bajó la velocidad, y le sorprendió no encontrar turistas en la zona. Tal vez la nevada se va a poner peor. Entonces tuvo otra visión: una de las figuras de cera, la gitana, levantó la mano para decirle adiós. ¡Vaya!, hasta mecanizaron estas estúpidas figuras. Olivia sudó helado dentro del auto. ¿A quién se le ocurre dejarlas afuera si ni hay gente para la foto? Lo bueno es que al menos ya sé por dónde ando.

      Siguió por la calle 42 hasta el parque Bryant, donde alguna vez había llevado a su hija a la biblioteca y a patinar.

      Le tocó parar en el alto. La nieve se había convertido en granizo, y tuvo que aumentar la cantidad de aire caliente para desempañar el parabrisas. En el parque, el carrusel giraba lentamente, y qué curioso, la pista de hielo no estaba. Parecía el mismo parque, pero como lo mostraba una fotografía del pasado que había visto en la biblioteca, cuando era un lugar de pleitos entre narcotraficantes, y las prostitutas gobernaban las esquinas. En los años setenta, en ese parque, un hombre había sido asesinado y