Название | Mi abuelo americano |
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Автор произведения | Juana Gallardo Díaz |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418575617 |
Candy le dijo insatisfecha:
—No, no, eso no es una respuesta, yo te pregunto, ¿es verdad o no que tenías un lío con el abuelo?
—Era muy difícil negarle nada a tu abuelo, tenía mucha fuerza y cuando deseaba algo, lo conseguía.
Esa fue la respuesta. Bella recordó entonces que para cuando murió su abuelo, el padre ya se había ido de casa. Mientras duró la decadencia y la enfermedad del abuelo, ella interpretó los desvelos de Neala a la luz de su bondad natural. Al irse Liam podía haberse desentendido del abuelo, pero no lo hizo. Durante años, ella se las arregló para darles de comer a él y a sus cuatro hijos. Aquel día, en el que Bella le preguntó sobre todo esto, Neala terminó diciendo:
—Es que las personas necesitamos amar, Bella, tú bien lo sabes, y necesitamos sentirnos amadas y tu padre no sabía hacerlo.
No hizo falta decir nada más. Bella asumió con normalidad esa realidad recién descubierta, como asumía con normalidad la historia de penuria de su familia.
Otro día, Neala le había contado:
—En Irlanda pasábamos tanta hambre mis hermanos y yo que un día solo teníamos para comer en casa mostaza y unas galletas y nos pusimos tanta mostaza en ellas que acabamos vomitando todos.
Bella interpretó la historia con el abuelo como otra forma de hambre. El día en que la encontraron en la orilla del río Rouge dijo que estaba esperando a Liam:
—Estoy esperando a mi enamorado, dijo.
Bella y los demás, que la habían encontrado, se quedaron sorprendidos porque todos sabían el maltrato, las palizas, la negligencia, los gritos que aquel hombre había proferido contra ella
—¿Tu enamorado?, preguntó Bella.
—Sí -contestó con seguridad Neala- es el hombre del que yo estoy enamorada. Él pensaba que había pasado algo entre su padre y yo, pero no era cierto, sólo había cariño y yo tuve que cargar toda la vida con ese peso, toda la vida, pero, ahora, nos estamos perdonando, hoy vendrá y nos perdonaremos para siempre.
Bella decidió entonces que se la llevaría a su casa para que estuviera siempre vigilada y no volviera a perderse. Al llegar a casa con Neala, su madre, Anxélica, la mujer de Abilio, solo dijo:
—Casa con madre, casa con cauce. Todo irá bien con Neala aquí.
Anxélica no dejaba ningún lugar para el desaliento, pasara lo que pasara. Todos hicieron lo posible para ayudar a Bella con su madre, ya que al menor descuido se iba para, según ella, acudir a esa ceremonia del perdón que tenía pendiente con Liam.
Bella pasó unas primeras semanas eufórica. Sorprendía siempre el caudal de energía que esa mujer podía llegar a tener. Hubiera sido capaz de mover la casa entera de sitio si hubiera sido necesario, como esas mujeres que a veces venían en el Barnum and Bailey Circus, esa Katie Brumbach, capaz de resistir el tirón de cuatro caballos juntos. Así era Bella, una mujer forzuda más. Podía ir caminando de River Rouge a Detroit, o levantarse y poner la casa boca abajo para limpiar cada rincón. A veces llegaba de alguna tienda después de haber comprado algo totalmente innecesario o habiéndose regalado a sí misma alguna joya de plata que les dejaba a todos entre sorprendidos, admirados y acongojados, porque había algo en aquellos excesos que les avisaba de la existencia de alguna anomalía que no sabían precisar. Esas semanas con Neala en casa fueron así: llenas de acción. Los domingos que no iban a pescar, jugaban un partido de fútbol. Abilio había traído esa afición de Galicia donde un grupo de trabajadores ingleses había creado el Exiles Cable Club, el primer equipo de fútbol en España, y ahora, aquí, les había enseñado el juego y contagiado la afición.
Uno de esos días de euforia, Bella se presentó con un balón de tiento, como el que utilizaban los jugadores profesionales. El pliegue de las cámaras de aire interiores deformaban esas pelotas restándoles esfericidad y volviéndolas, por tanto, prácticamente ingobernables, pero eran un objeto de deseo indiscutible para aquellos a los que gustaba el fútbol. La deformidad de la pelota se acentuaba aún más con el grueso tiento o cordón de cuero que cerraba la boca de la pelota. Si, al cabecearla, lo hacías por ahí, te podías hacer una brecha importante en la frente. Sobre todo si había llovido, porque entonces, al ser de cuero, la pelota absorbía agua y pesaba mucho. Esas pelotas eran caras, pero Bella, que estaba con la alegría o con lo que fuera que tuviera por tener a Neala en casa, se presentó un día con una de esas pelotas. Los fines de semana, en el ferry, iban todos a Belle Isle a jugar aquellos partidos que les hacían tan felices. Venga, chuta, ¡no te la quedes!, decían llenos de euforia. Muy bien, chicos, ¡así me gusta!, gritaba Bella junto a Neala desde la valla.
Eran momentos en que parecía que todo estaba ordenado, en su sitio. Ese orden también había incluido a Candy, que había sido aceptada por todo el grupo y, lo que era más importante, iba siendo aceptada, finalmente, por Francis. Ella tenía razón. Aquí estaban los dos y esta era su vida. Maleza era solo un sueño cuyo recuerdo se iba desdibujando a medida que avanzaba el día de esta nueva existencia. Isabel y los niños se iban disolviendo en ese sueño como azucarillos en el café.
Cuando terminaban el partido, comían de la comida que traía preparada Bella.
Así era la jornada aquel día luminoso de otoño de 1923. El sol serpenteaba por entre las barcas del lago donde la gente remaba con entusiasmo. En la linde del bosque a veces se detenía algún gamo a observar todo aquel bullicio. Neala sonreía feliz mientras observaba aquella realidad a la que no pertenecía, pero eso ya no importaba, porque ella sin memoria no pertenecía a ninguna y, por eso, podía estar en todas. En el equipo de fútbol se oían todas las lenguas, aunque entre ellos se entendieran con ese inglés que todos habían aprendido a chapurrear y que a veces se parecía solo lejanamente al que hablaban los americanos. Cada familia apoyaba al equipo donde jugaban los suyos e incluso algunos más osados se atrevían a organizar apuestas: por unos centavos te podías ir de allí con unos cuantos dólares nada desdeñables.
Se oían gritos, risas: se oía nítido el rumor de la vida.
De repente, un par de hombres se acercó a su grupo:
—Com on guys, what kind of friends have you got: a Black woman!
Lo dijeron mirando en tono burlón a Candy, que les devolvió una mirada desorientada. Estaba tan, tan feliz, en ese momento, que se había olvidado de que ese estado se podía interrumpir así, de golpe.
Bella tampoco supo reaccionar al principio.
—¿Qué quieren estos señores, Bella?, preguntó Neala.
—Pues no lo sé, parece que van cargados de mierda y quieren descargarla.
Los dos hombres dijeron a la vez, como si lo tuvieran ensayado:
—Shit? You are shit! Fuck you white traitor.
Escupieron hacia Bella.
Candy se levantó en el mismo momento en el que vio que Francis corría hacia ellas desde el otro lado del campo:
—¿Qué pasa?, preguntó sudoroso y con la respiración entrecortada.
—Nada, que a estos hombres no les gusta la felicidad ajena, contestó Bella.
—What? What happiness are you talking about? A nigger’s company?
Francis miró a Candy. Ella permanecía al lado sin levantar la mirada. Habían acordado entre ellos que si se daba alguna situación como aquella, no reaccionaría, aunque le costase, que sería él el que se haría cargo de la situación. Hubo unos minutos de silencio.
—Es nuestra criada, señores, dijo con ensayada humildad Francis.
—A maid doesn’t down next to you.
La gente de alrededor se había dado cuenta de que algo pasaba y se habían quedado también en silencio para captar lo que decían. Entre ellos salió una voz que gritaba:
—Leave them alone! They are not doing any