Disfruta del problema. Sebastiano Mauri

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Название Disfruta del problema
Автор произведения Sebastiano Mauri
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878388205



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que está también Forest Whitaker.”

      “Sí, es verdad, hacia el final del rodaje.”

      “No es tan lindo como Harvey Keitel, pero tiene mucho talento, ¿no cree?”

      “Sí.”

      Me pregunto cómo alejar a la Mujer Loca sin llamar la atención.

      La mujer lanza el tiro de gracia: “¿No hay ninguna otra estrella en la película?”.

      Oficialmente, esta es una situación de Alarma Roja.

      Los demás asistentes de producción están tensos como tambores, las manos sobre sus walkie-talkies, listos para pedir refuerzos.

      ¿Y ahora, qué hago?

      Desde ya, no puedo decirle que él es una estrella. La más importante de la producción, si vamos al caso. Y ella no debería siquiera dirigirle la palabra. Pero no puedo decírselo porque él niega ser una estrella, haciendo imposible mi trabajo.

      “Yo actúo en esta película”, le responde Bill, visiblemente molesto.

      El asistente que está más cerca de nosotros empuña su walkie-talkie y llama con urgencia a T.T. a la mesa del catering para una situación “muy delicada”.

      Tengo que detenerla a toda costa, pero ¿cómo?

      “¿Y usted cómo se llama?”

      Aparece T.T. al inicio del pasillo, se dirige hacia nosotros con paso rápido. Pocos segundos me separan de mi despido.

      “William Hurt.”

      La Mujer Loca mira hacia arriba y entrecierra los ojos como si estuviese haciendo complicadísimos cálculos para vincular ese nombre con algo familiar.

      Vaya y pase si no ha visto Gorky Park, o Un tropiezo llamado amor, o Te amaré en silencio, pero ¿es posible que esta sea la única mujer norteamericana que no haya visto Reencuentro?

      Lo único que me parece más grave que tratar a William Hurt como una estrella es tratarlo como si no lo fuese en absoluto.

      T.T. está a pocos pasos de nosotros.

      La Mujer Loca renuncia a sus cálculos. “No, me parece que no...”

      Le piso con fuerza el pie derecho antes de que pueda terminar la frase.

      “¡Ahhh!”

      Le digo, todo de un tirón: “Por Dios disculpe justo pasó una cucaracha y quería aplastarla antes de que se le suba al pie pero le erré un error imperdonable de mi parte realmente lo siento mucho, la acompaño enseguida a sentarse y le ponemos hielo sígame enseguida apóyese en mí de este lado vamos lo más rápido posible”.

      Antes de que T.T. llegue, yo ya estaba llevándome a la rastra a la Mujer Loca, recién convertida en la Mujer Renga.

      Alcanzo a oír la voz de T.T.: “¿Todo bien, Bill?”.

      “La verdad es que los huevos están fríos y el café quemado”, responde él, fastidiado.

      “Me ocuparé enseguida, Bill, gracias por avisarme.”

      El día que Stockard Channing llega al set, T.T. me asigna el prestigioso rol de ser su ayudante personal. Al igual que la Mujer Loca, me sé Grease de memoria y no veo la hora de conocer a Rizzo.

      Por suerte para mí, se muestra muy fácil de satisfacer. Nunca hace pedidos más extraños que un café negro sin azúcar, es siempre puntual, y se maneja con los fans con gracia y rapidez.

      Una mañana, mientras discute con Paul Auster, guionista de la película, me pide que le acerque su silla, con su nombre impreso en el respaldo, que está a dos metros de distancia. Yo la tomo y se la acerco.

      Ojalá nunca lo hubiese hecho.

      El tiempo parece detenerse. Miro a mi alrededor y veo, en este orden: a un asistente de producción que se tapa la boca presa del pánico, al ayudante de escenografía con los ojos desorbitados y a T.T. que abre sus fosas nasales como un toro enfurecido.

      De repente lo recuerdo: los actores son nuestra jurisdicción, pero sus sillas no. Solamente Escenografía puede tocarlas.

      No respeté las reglas.

      Antes de que Stockard Channing o Paul Auster se dieran cuenta, me toma por un brazo y me saca afuera.

      En el trayecto me pregunto si es una buena señal, para ahorrarme la humillación de ser despedido delante de todos, o pésima, para no tener testigos del acto violento que está por cometer.

      Apenas llegamos a un punto donde nadie puede oírnos, suelta la presa y comienza a gritarme en la cara, con un tono ridículamente alto.

      “¿Te volviste loco? El seguro no habría pagado ni un centésimo si hubiera ocurrido un accidente.”

      “¿A la silla? Pero la llevaba con cuidado.”

      “A ti, idiota. Puedes lastimarte sólo en las modalidades previstas en el contrato, y tú recién rompiste el contrato. Tendría que despedirte.”

      Se traicionó, acaba de comunicarme que no me despedirá.

      “Lo lamento mucho, no volverá a suceder.”

      “Por supuesto que no, desde mañana te ocuparás de los extras, por lo menos ellos no tienen sillas.”

      Hasta que termina el rodaje de la película, me encuentro suplicándoles con el megáfono a un tropel de extras indisciplinados. En una sola jugada pasé del rol de mayordomo de la reina al de empleado de seguridad en Disneyland.

      Con Eva todo había comenzado una mañana cuando estábamos en el último año del secundario, en el Liceo Parini, durante el recreo.

      Recuerdo que era el año de Top Gun y que inmediatamente empecé a odiar a Tom Cruise con toda mi alma.

      “Hola, ¿Martino?”

      “Sí, soy yo.”

      Una chica baja y gordita, con unos jeans apretadísimos y una cola de caballo en la cabeza, me mira maliciosa. ¿Qué quiere?

      “¿Andas con alguna chica?”, me pregunta sin dejar de masticar ruidosamente un mazacote enorme de chicle Big Babol.

      No me gusta hacia dónde va la conversación, trato de ganar tiempo.

      “¿Quién? ¿Yo?”

      “No, Simon Le Bon. Claro que sí, ¿quién más, si no?” Hace un enorme globo con el chicle hasta que explota.

      “Sí, tengo una chica.” En seguida me pongo a resguardo.

      “Qué lástima. Le gustas a mi amiga, la que está del otro lado del patio, con las creepers violetas y el mechón azul.”

      ¿Creepers violetas y mechón azul? ¿Me está hablando de Eva? Cabello negro como la noche, con un mechón azul eléctrico de costado, ojos color avellana, nariz aguileña más bien grande en relación con sus rasgos finos, y las tetas más lindas de la escuela. La cabeza siempre en alto, tiene un aire aristocrático incluso cuando se saca los puntos negros, como por encima de todos e incluso de sí misma, como si observara su propia vida desde una distancia segura.

      Me llamó la atención desde el primer día, cuando con mi compañero de banco Matteo hicimos un recorrido por el colegio para ver a las chicas de cuarto.

      En mi curso, varios andan detrás de ella, vale un montón de puntos en popularidad. Sin agregar ni una palabra más cruzo el patio hacia donde está Eva.

      “Eh, ¿pero no tenías novia?”, me grita por detrás la amiga.

      “Recién acabamos de cortar.”

      Confiado en que ya sé que le gusto, me acerco a ella seguro de mí mismo.

      “Hola.”