Название | Disfruta del problema |
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Автор произведения | Sebastiano Mauri |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878388205 |
“Lo esperábamos a las nueve” son las palabras de bienvenida que me da una chica de unos dieciocho años en la recepción.
El espacio es blanco casi por completo. Las paredes pintadas, los muebles vintage suecos, el piso en mármol de Carrara. También los innumerables primeros planos de los actores con los que ha trabajado Lance están virados al blanco: Goldie Hawn, Tom Hanks, Jim Carrey, Patrick Swayze, Meg Ryan, Diane Keaton. Incluso Denzel Washington pareciera tener una piel de porcelana.
En el centro de la sala de espera, una jungla de orquídeas, blancas e impecables. Los parlantes embutidos en la pared difunden el canto de pájaros exóticos y macacos en celo.
Desde las ventanas se ven sólo las nubes, los edificios circundantes son todos mucho más bajos.
Pareciera que estoy en el paraíso, en su versión publicitaria.
Tengo un nudo en el estómago por la emoción de conocer a Lance Mayfair, Aquel que Nunca Produjo un Fiasco. Seré su asistente personal, o mejor dicho, uno de sus cuatro asistentes personales.
No tengo la menor idea acerca de cuáles serán mis tareas, nunca trabajé en un estudio de producción, siempre estuve en el set, ensuciándome las manos.
Controlo rápidamente no tener las uñas negras; con toda la blancura que me rodea, llamarían enseguida la atención.
Llega una mujer esquelética, que después me entero de que es Liz, la temible secretaria de Lance. Está vestida completamente de negro, el cabello recogido en un chignon detrás de la nuca le queda tan tirante que le produce un lifting en el rostro.
“¿Martino Sipi?”
“Sepe, Martino Sepe, mucho gusto.”
“Sígame, Mister Mayfair lo espera.”
Caminamos por un pasillo a lo largo del cual hay una cierta cantidad de puertas blancas, todas cerradas, todas iguales, con iniciales minúsculas colocadas arriba a la derecha, para distinguirlas una de otra. Nos detenemos delante de la única puerta roja. Liz oprime un botón.
“¿Sí?” Una voz de metal.
“El nuevo asistente.”
La puerta corrediza deja ver de a poco la oficina de Lance Mayfair, completamente roja. Las paredes laqueadas, los sillones de cuero, la alfombra e incluso su escritorio tienen el color de la sangre. Del paraíso al infierno.
Probablemente el decorador de interiores se atendió con un psicólogo de Guantánamo, porque el efecto de ese repentino cambio cromático es extraordinario: se apodera de mí un sentimiento de peligro inminente.
Lance Mayfair está en su escritorio, entre dos floreros completamente llenos de plantas carnívoras, con las fauces abiertas, esperando una presa.
Lleva puesta una camisa negra y un saco de lino color caqui, tiene la piel blanquísima con minúsculas pecas y una abundante cabellera roja fijada con gel extra strong. Es más bien regordete, tiene ojos saltones y una larga nariz aguileña que le da un cierto aspecto de loro subido de peso. Está leyendo Variety y, sin levantar siquiera la vista, me dice “Nos desilusionarás muy pronto”.
Me dirijo hacia su escritorio. Liz no me sigue y siento que la puerta se cierra a mis espaldas.
“Haré todo lo que pueda para que eso no ocurra, señor.”
“Ah, pero tú puedes llamarme Lance.” Sigue hojeando Variety.
“Gracias.”
Estoy por sentarme en una de las sillas que están frente a su escritorio.
“No te sientes.”
“Por supuesto, señor Lance, disculpe.”
“El tiempo promedio de permanencia de mis asistentes es de cinco semanas, ¿sabes por qué?”
“No sabría decirle.”
“Piensa. En tu opinión, ¿por qué duran tan poco? Haz un intento.”
“¿Lo decepcionan?”
“Eso es verdad, pero ¿por qué me decepcionan? Sigue.”
“¿No están a la altura de las tareas que se les asignan?”
“Te estás yendo por las ramas, es simple, vamos, que ya llegas.”
“¿No soportan el ritmo de trabajo?”
“No, pero ya estás cerca.”
“¿Se equivocan con los nombres?”
“No.”
“¿Se olvidan de las cosas?”
“No.”
“¿Se toman demasiado tiempo para almorzar?”
“¿Quién te dijo que ustedes pueden tomarse tiempo para almorzar?”
“No es necesario, en absoluto.”
Sus ojos siguen fijos en la revista, no se dignó dirigirme ni siquiera una mirada.
“Repito la pregunta: ¿sabes por qué mis asistentes duran tan poco?”
“Creo que no, no sé la respuesta.”
“Las llegadas tarde. Despido automático. Sólo que tú todavía no alardeaste con tus amigos de que trabajas conmigo, así que no produce ningún placer echarte hoy. ¿No te parece?”
“Sí.”
“No me respondas, no quiero volver a oír tu voz. Tampoco quiero verte, voy a hacer como si no te hubiera conocido. Desde mañana, ven a la oficina media hora antes que los demás. Ahora ve a tu casa sin pronunciar siquiera una sílaba antes que cambie de idea y te eche de aquí a las patadas en el útero.”
Me alejo caminando hacia atrás, como tengo entendido que se hace en presencia de una reina.
Lo único que logro pensar: ¿patadas en el útero?
“Me llamo T.T. Johnson y seré el superior directo de ustedes mientras dure la filmación de la película. Escuchen con mucha atención y tatúense en la piel lo que voy a decir, porque nunca repito nada. Todo lo que yo digo, ustedes lo tienen que memorizar, ¿de acuerdo?”
Asentimos con la cabeza sin emitir sonido. Es la primera vez que estamos reunidos todos juntos. Esperaba haber dejado atrás la vida del set, al menos por un tiempo, pero en cambio fui arrojado por Lance a esta producción únicamente porque le debía un favor a alguien, y yo pasé por casualidad delante de él cuando me dirigía a la máquina de café. Un café expreso que me costó dos meses fuera del estudio.
Sólo uno de los doce asistentes de producción ya trabajó antes en el set de una de estas infames Union Shoot, una película controlada por los sindicatos, y él es el único que responde “SÍ, TODO CLARO” con un tono exageradamente alto, como un soldado.
Una Union Shoot te prepara para las pruebas más duras que la vida te pueda ofrecer, como ir a la guerra o a la Isla de los Famosos.
En las películas controladas por los sindicatos la regla más importante es que en ningún caso, por ninguna circunstancia, se puede infringir ninguna regla. Por ejemplo, si un cigarrillo de utilería cae sobre un tul, y está a punto de incendiarse el estudio entero, sólo un miembro del equipo de escenografía puede salvar a todos del desastre inminente porque absolutamente nadie más tiene permiso para tocar los elementos de utilería como el tul o el propio cigarrillo.
Mientras las reglas sean claras, siempre se sabe de quién es la responsabilidad de cada cosa que sucede: “Murieron todos por culpa del escenógrafo”.
El que nos instruye en todo esto es el segundo asistente de dirección, un treintañero bajo y corpulento, con cabello cortado a cepillo y el cuello más ancho que