El fin justifica los miedos. Emilio Mellado Cáceres

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Название El fin justifica los miedos
Автор произведения Emilio Mellado Cáceres
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789566039594



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de Brutus, y en la forma de cambiar su amabilidad por severidad. A pesar de eso, no le dio importancia y fue a ver a su madre.

      En el camino vio de lejos a un solitario niño de apariencia escuálida, mirada perdida, tez blanquecina y cabello castaño. Calculó que debía tener alrededor de siete u ocho años. Jugaba con unos artículos tecnológicos que la gente llamaba “juguetes inteligentes”, estaba abstraído en su actividad. Eleos se preguntó de quién sería hijo.

      —Hola. —Movió una mano.

      El niño dio por respuesta una mirada fría acompañada de silencio.

      —¿Cómo te llamas, pequeño?

      De nuevo, silencio.

      —Qué bonitos juguetes. Supongo que tendrás alguno favorito.

      Más silencio.

      El muchacho volvió a su juego, ignorando las preguntas de Eleos. El inspector no quiso molestarlo más y siguió su camino. Llegó a la cocina de la segunda planta y tocó la puerta suavemente con los nudillos.

      —Pase. —La delgada voz de Aurelia se escuchó desde el interior.

      El detective atravesó el umbral hacia una pequeña cocina. Allí estaba esperándolo su madre con dos tazas llenas de líquido oscuro que despedían vapor.

      —Nada como un buen café para continuar una mañana de trabajo. —La mujer le señaló un asiento.

      —Gracias. —Eleos se sentó, mientras tomaba la taza entre sus manos.

      Hubo un silencio incómodo, interrumpido solo por el crepitar del fuego en la chimenea y los intermitentes sorbos a las bebidas calientes. Eleos miraba a su alrededor. Sabía lo que quería preguntar, pero estaba atrapado en su garganta como un trozo de comida mal masticado. En un arrebato de valentía, habló de forma tajante:

      —Quiero saber qué pasó con mi padre y por qué me apartaste de ti.

      Capítulo V

      Interrogatorios

      Mientras Tom veía a su compañero alejarse, se dispuso a realizar el trabajo que estaba pendiente, así que siguió las indicaciones que había escuchado de Aurelia en su conversación con Eleos. Subió las escaleras, giró hacia el lado derecho y justo antes de golpear la sexta puerta, vio a un niño jugando en el piso. Pasó por su lado y le ofreció una tierna sonrisa. Para su sorpresa, el niño se la devolvió enseñándole sus juguetes. Con la mirada puesta aún en el pequeño, tocó la puerta del despacho con suavidad.

      —¡Adelante! —La voz del sub rex era vigorosa.

      El andrómata abrió la puerta y entró a la oficina.

      —Ah, eres tú —dijo Brutus de forma despectiva.

      —Sub rex, con su permiso, señor, traigo un informe respecto al homicidio de Moros mrs212112.

      —Muy bien. Que sea breve. Debo realizar otras labores en unos minutos. —Esta vez, el tono fue cortante.

      —El sujeto, víctima de homicidio, cuyo nombre era Moros mrs212112, perdió la vida a las veintidós treinta horas de ayer. Causa del deceso: asfixia mecánica por estrangulamiento.

      Brutus cerró los ojos y luego frunció el ceño moviendo la cabeza en señal de negación.

      —En este momento, el cadáver se encuentra dentro de una cámara de criogenización portátil para pericias posteriores. Como parte del procedimiento habitual, necesito saber si alguien ha hecho abandono de la mansión. Además, solicito permiso para realizar interrogatorios a todo el personal.

      —La respuesta a tu primera inquietud es no. No permití que nadie dejara la mansión. Y con respecto a lo segundo, no hay problema. Mientras se continúe con el desarrollo normal en las actividades de la mansión y no se genere más incertidumbre de la que ya existe. Daré el aviso por altoparlante.

      —Muchas gracias. Si necesita información acerca de los avances, estaré en el salón del…

      —Sí. No me interesa mucho dónde estés. Haz tu parte y que Eleos haga la suya, así todos estaremos felices. Ahora desaparece de mi vista.

      Tom salió del estudio. Mantenía su templanza, pues conocía los patrones del comportamiento humano en tiempos de crisis. Su red neuronal le permitía conservar la calma hasta en situaciones de alto riesgo.

      Caminó por el pasillo y vio que el niño todavía estaba ahí, jugando en solitario. Se hincó y le habló:

      —Hola, muchacho. ¿Sabes dónde puedo encontrar una silla y una mesa para hacer algunas preguntas a los grandes de la casa? —Tom sabía cómo conseguir lo que necesitaba, pero quiso platicar con el pequeño.

      —En-ennn… en el ar-mmmario de herra-mmmien-tas. Está ennn el cober-ttti-zo. Pero hace mmmucho frío a-fffuera. Puedes ocupar el commmedor si qui-quieres. —Con timidez, el niño tartamudeaba sin fijar la vista en Tom—. M-mmmira, estoy ju-jugando con un annn-andró-mmmata igual a ti. —Le enseñó el juguete y Tom lo cogió con sus manos.

      —Se parece a mí, pero no es igual. Yo soy más guapo —dijo jocosamente.

      El muchacho rio mirando el piso, y levantó con lentitud la cabeza.

      —Mi pa-pppá no mmme deja te-nnner un annn-dró-mmmata. Pe-pero cuannn-do sea grande me commm-praré uno y ju-jugaré horas y horas connn él.

      —Y así será. Fue un gusto conversar contigo. —Le devolvió el juguete—. Por cierto, me llamo Tom, ¿cuál es tu nombre?

      —Mi pa-pppá no mmme per-mmmite hablar con desco-nnnocidos. Menos con annn-dró-mmmatas. Discul-culpa —se justificó musitando—. Qui-quizá en otra op-oportu-nnnidad.

      Tom se puso de pie. Entendió las razones del niño. Muchas personas profesaban aversión hacia los andrómatas, los rechazaban por considerarlos una aberración hacia la naturaleza, al crear vida artificial carente de alma. No iba a culpar al muchacho de eso, él no tenía prejuicios, eran los adultos quienes condicionaban los pensamientos de las jóvenes mentes. Le revolvió el cabello y bajó hacia el salón del comedor, mientras oía el mensaje del sub rex por los altavoces.

      Tomó una mesa y dos sillas, y las colocó frente a frente. Miró a su alrededor y encontró un viejo reproductor de vinilos. Colocó uno y se comenzó a escuchar la Sinfonía n.o 7 en la mayor, opus 92, de Ludwig van Beethoven.

      Y esperó.

      Poco a poco, se congregaron personas afuera del lugar. Hombres y mujeres de todas las edades, con sus uniformes correspondientes, hablaban entre cuchicheos y miradas inquisidoras.

      —Adelante, señor —pidió al primero que se asomó en la puerta.

      El chaparro hombre que estaba frente a la multitud se sacó la boina que traía puesta y entró al salón. Se podía percibir su ansiedad, por un inquieto movimiento de piernas que exhibía.

      Tom tranquilizó al empleado, explicándole que le haría una serie de preguntas respecto a las actividades que había realizado durante los pasados días. Solo debía responder con la mayor sinceridad posible, nada de gran complejidad.

      El andrómata extrajo unas delgadas sondas de su antebrazo y las situó en las muñecas del interrogado, quien estaba tenso y aterrado. Tom le señaló que aquel era un dispositivo para la detección de mentiras, evaluadas a través del aumento de pulsaciones y sudoración. Asimismo, manifestó que analizaría la prosodia en la voz y las posiciones de la mirada, además de extraer una minúscula muestra de tejido para examinar su ADN.

      Debía abarcar todos los mecanismos que tuviera al alcance. Su tecnología obsoleta no le permitía ir más allá, pero bastaba para descubrir a un mentiroso sin una coartada lógica.

      Comenzó con preguntas simples para romper el hielo:

      ¿Cómo te llamas?

      ¿Qué