El fin justifica los miedos. Emilio Mellado Cáceres

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Название El fin justifica los miedos
Автор произведения Emilio Mellado Cáceres
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789566039594



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Tom consideró que había establecido una interacción con algún dejo de confianza, le ofreció una taza de café y un bocadillo. Luego, dejó caer las preguntas más comprometedoras de forma inesperada. Los matices y las sutilezas en su voz jugaban un rol fundamental en la entrevista. No quería atemorizar al interrogado, haciendo que la comunicación fracasara. Las habilidades interpersonales de Tom eran su clara fortaleza.

      ¿Conociste a la víctima?

      ¿Cómo conociste a Moros?

      ¿Qué relación tenías con el occiso?

      ¿Cuándo fue la última vez que viste o charlaste con Moros?

      ¿Por qué crees que lo mataron?

      ¿Quién crees que lo hizo?

      ¿Qué motivos tendría el homicida?

      ¿Dónde estuviste ayer en la noche?

      ¿Qué hiciste desde el mediodía hasta entrada la noche de ayer?

      Finalizadas las preguntas de rigor, comprobó los resultados del monitoreo y archivó las respuestas grabadas en su sistema de guardado. Extrajo las sondas y agradeció al hombrecillo por su paciencia. Con amabilidad, lo invitó a salir e informarle cualquier suceso o dato que pudiera facilitar la investigación.

      Hizo entrar al siguiente empleado, una mujer alta y delgada que llevaba puestas unas botas sucias de barro y unos guantes de caucho. La sentó frente a él y realizó las primeras indagaciones. Ofreció café y un bocadillo. Formuló las preguntas de profundidad. Agradeció el tiempo invertido. La invitó a notificar cualquier información relevante e hizo ingresar a la siguiente persona.

      Y a la siguiente.

      Y a la siguiente.

      Y a la siguiente.

      Y así con una veintena de empleados.

      Luego, Tom decidió darse un pequeño descanso. Miró por la ventana y se percató de que estaba oscureciendo. Le había tomado gran parte del día efectuar los interrogatorios. Salió del salón y comentó en voz alta a los empleados restantes que las entrevistas continuarían durante el próximo día. Se sentía bajo de energía y un poco pesado. Revisó sus niveles y todos marcaban “descenso”. Necesitaba restablecerlos.

      Desocupó el comedor para que la familia del sub rex cenara con tranquilidad. Él se retiraría a una habitación o donde le permitiesen pernoctar. Depuraría su sistema, cargaría sus celdas y prepararía un informe para Eleos.

      Leo.

      ¿Dónde se encontraría? No lo había visto desde la mañana. Esperaba que estuviera bien.

      Justo en ese instante, Eleos apareció caminando hacia el comedor. Lucía cansado, abatido. Las ojeras se marcaban aún más bajo sus ojos claros. En el preciso momento en que Tom iba a hablarle, Eleos levantó su mano y negó con el dedo índice, sin emitir palabra. Un ademán bastaba. Con la sola negación de un dedo, Tom percibió que la plática entre su compañero y Aurelia había sido intensa. Años de hermetismo, desatados en un par de horas. Era mucha la información que debía sobrellevar. Tom asintió con la cabeza y se retiró.

      Eleos deseaba enfrentar a sus fantasmas en solitario.

      Capítulo VI

      El pasado

      Aurelia quedó impactada por la pregunta de su hijo. Intentaba desenredar la madeja de palabras que se arremolinaban en su cabeza. Eleos merecía saber sobre su pasado. No era justo que viviera en penumbras, pero la voz estaba atrapada en su garganta. Hizo algunos movimientos con su boca, no lograban salir las palabras.

      —Quiero saber qué pasó con mi padre y por qué me apartaste de ti —planteó de nuevo.

      Los ojos de Aurelia estaban puestos en los de su hijo. Clamaban sinceridad.

      —Te diré la verdad. Te la diré por partes. No quiero abrumarte con todo de una vez —dijo con voz engolada.

      —De acuerdo. Te escucho. —Eleos se acomodó en su silla.

      La mujer dio un sorbo a su té y habló entre sollozos:

      —Te contaré toda la historia. Cada vez que la recuerdo se me aprieta el corazón. —Estaba a punto de romper en llanto, pero guardó la calma.

      Aurelia partió relatándole que hacía muchos años, la antigua Tierra estaba en absoluto desconcierto. Ella era solo una niña. No obstante, estaba consciente de lo que ocurría. El cambio climático era irreversible. Avanzaba a pasos agigantados y había aumentado las temperaturas hasta provocar una plétora de desastres naturales en las naciones. Era pan de cada día ver en los noticiarios inundaciones, nevazones, huracanes, muerte y hambruna.

      El nivel del mar había hecho emigrar a la población costera del planeta hacia terrenos elevados. Los parajes más bellos estaban bajo el agua. En el ártico, los glaciares eran solo un recuerdo, convertidos en simples láminas de hielo.

      Algunas personas inescrupulosas experimentaban con poderosos virus y microorganismos para venderlos en el mercado negro, y desarrollar armamento biológico para enfrentar el caos desatado.

      No había oportunidades laborales, la población estaba en la miseria. Terremotos y volcanes hacían gala de su poder destructivo, mientras la delincuencia estaba desbocada. Los líderes políticos y religiosos perdían credibilidad. La humanidad estaba al borde del colapso.

      La escasez de agua produjo la pérdida de millones de toneladas de alimentos, cultivados alrededor del mundo. La humanidad se moría de hambre y sed, aunque las grandes personalidades contaban con reservas irrisorias de agua. Nadie hacía algo al respecto, no existía un punto de inflexión. El mundo era un globo a punto de estallar.

      Los años se sucedieron. Aurelia se convirtió en adolescente y luego en mujer. No obstante, todo se mantuvo sin cambios de fondo, hasta que se produjo una guerra por el agua, la Gran Guerra.

      Fue una lucha por el derecho de los recursos hídricos. Por un lado estaban las naciones más poderosas, disputándose aquella legitimidad; por el otro, los millones de civiles que defendían la justicia y el derecho de vivir. Sin embargo, apareció una tercera parte, una tercera facción perniciosa.

      Se trató del segmento más oneroso de todos, protegía su propia jurisprudencia sobre el agua y defendía la guerra. En secreto, entregaba recursos a los gobiernos y los grupos civiles para que el conflicto se extendiera el mayor tiempo posible. Difundía farsas, creaba polémicas y enfrentaba al pueblo consigo mismo.

      Tramaba algo entre las sombras.

      El propósito era, a través del engaño, desgastar las confianzas recíprocas entre los Estados y el pueblo. Una estrategia del tira y afloja. En algún momento ambos grupos estarían deshechos, cansados de batallar entre sí, esperando que algún bando cediera a favor del otro. Ahí entraría el nuevo poder, para hacerse con el control absoluto.

      Así nació la androcracia. Así se parió ese orden facineroso, en medio de la podredumbre más grande que haya presenciado la humanidad. A pesar de eso, tenía un as bajo la manga para dar el golpe de gracia.

      Durante años, los grupos adherentes a la androcracia invirtieron millones en el perfeccionamiento de tecnología militar e inteligencia artificial. Realizaron escabrosos experimentos en humanos a muchos kilómetros bajo tierra, en completo anonimato. En cuanto la guerra estuvo en su punto más álgido, liberaron ese poder para doblegar las voluntades de la población.

      De esta forma, la androcracia se impuso por la fuerza, con promesas de un futuro mejor. Aquellos que no la aceptaron, pagaron con sus vidas. La androcracia no perdió el tiempo. Estableció sus propias normas en su nuevo mundo, la nueva Omniterra.

      Eleos escuchaba con atención. Sus ojos estaban abiertos como dos platos. Durante su educación y formación profesional habían omitido varios de los detalles que su madre le revelaba. Estaba cautivado por la narración. Al mismo tiempo, se