Название | El fin justifica los miedos |
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Автор произведения | Emilio Mellado Cáceres |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789566039594 |
La cantidad de vidas perdidas se contaban por centenas de miles. Nada era como antes, los desastres fueron irreparables y las secuelas remecieron a muchas familias inocentes, marginándolas de la sociedad.
Sin duda alguna, el mundo estaba sumido en un caos absoluto, hasta que surgió entre las cenizas un nuevo orden para traer “paz y tranquilidad” a las masas, en medio de la beligerancia. A través de mentiras y engaños sembrados en la población, este grupo de defensores de la guerra por el agua se hizo con el poder armado más grande que se hubiera visto. No tenían rival alguno. La batalla estaba ganada, la Gran Guerra tenía su vencedor.
El poder regente se hacía llamar androcracia, un gobierno totalitario y ultraconservador, ostentado únicamente por los hombres más influyentes y poderosos.
Grandes cambios se produjeron a partir de entonces. Se suprimieron los nombres de los continentes, unificándolos en lo que se conoció como Omniterra. Asimismo, los países desaparecieron para dar lugar a las neopolis.
La androcracia adoptó raíces grecolatinas en la nomenclatura de palabras y nombres, porque anhelaba restablecer y emular la magnificencia de la antigua Grecia y el inmaculado Imperio romano. “Androcracia por mil años”, fue el eslogan acogido por los más fervientes adeptos al nuevo poder.
La primera medida establecida por la androcracia fue detener el incremento exponencial de la población. Se decretó que quedaría reservado el derecho a la paternidad a los mayores gobernantes, un selecto grupo denominado magnus rex y sub rex. Los sub rex y sus esposas podían tener solo un hijo, y los magnus rex máximo dos. El resto del pueblo de Omniterra no engendraría herederos de forma legal; la violación del mandato condenaría a los involucrados a pagar con penas de cárcel e incluso con sentencia de muerte.
Los habitantes ordinarios de Omniterra abandonaron sus antiguos apellidos para evitar las coincidencias de nombres, de forma que cada uno de los pobladores fuese único. Por lo tanto, cada persona poseía su nombre de pila y un código alfanumérico, el cual se tatuaba en el antebrazo izquierdo con tinta subcutánea permanente. Cualquiera que osara borrar, adulterar o extirpar el código era detectado y ejecutado a la brevedad.
La androcracia eliminó los partidos políticos de la otrora democracia, a excepción del suyo, declarándolos ilegales y amorales para su visión unificadora de las neopolis. Sin embargo, emergió un grupo de rebeldes, apodados disidentes, que abogaban por la minus androcracia, para así intentar disminuir la tiranía ejercida.
La producción de dinero desapareció globalmente; en su lugar, comenzó a circular un nuevo tipo de divisa, el hidrobono, una moneda virtual cuyo valor era equivalente a cierta cantidad de agua potable, el recurso más valioso de Omniterra, luego de la Gran Guerra.
La delincuencia se desató a escalas pandémicas para obtener el tan cotizado líquido. Las fuerzas del orden no podían contener las incesantes manifestaciones. A pesar de poseer licencia para acabar con la vida de los disidentes, el ímpetu de los segregados no menguaba. Los magnus rex, como respuesta a la inagotable energía anárquica de algunos insurrectos, decidieron fabricar una línea de andrómatas, máquinas androides de carácter autómata, que pudiesen mantener a raya a los disconformes.
A partir de ese momento, las cifras de delincuencia decrecieron. Fue tal el éxito de los andrómatas, que se diseñaron varias líneas de ensamblaje para las clases más acomodadas. Los andrómatas se programaban para ejercer trabajos de distinta índole, ya fuera para el hogar, construcción, asistencia, servicios públicos, prestaciones médicas, labores policiales, y un sinfín de tareas. La imaginación era el límite. Solo se debía disponer de una repugnante cantidad de hidrobonos para adquirirlos. Por ende, no eran muchas las personas que tenían el poder de adjudicarse uno.
No obstante, había algunos trabajos que aún requerían de la intervención de personas. La experticia humana no se comparaba con la emergente inteligencia artificial de los andrómatas. La perspicacia y la discreción eran factores claves en ciertas ocupaciones, particularmente en los casos criminales. Más aún si estos ocurrían en el entorno cercano de alguna familia poderosa.
Como un homicidio en el seno de una familia sub rex.
Capítulo I
El joven investigador
Eleos els443051 era un destacado investigador privado de veinticinco años, condecorado con los mejores reconocimientos de su generación. Alto, de tez clara, rostro anguloso y nariz perfilada, pelo rubio como la miel y penetrantes ojos pardos. No dejaba indiferente a nadie con tal belleza masculina, aunque a él no le importaba en lo absoluto su apariencia, nunca se sintió particularmente bello. De hecho, Eleos pensaba que el verdadero valor de las personas residía en la ética individual y su proceder, más que en el aspecto físico. Sabía que era un cliché, pero de todas formas amparaba aquella filosofía de vida.
La carrera de Eleos había subido como la espuma durante los últimos años, luego de resolver varios casos de gran connotación. Se sentía orgulloso de su excelente trabajo, el cual le había proporcionado una vida holgada y sin mayores preocupaciones. La cosecha de crímenes nunca se acababa. “El mal no tiene descanso”, pensaba a menudo.
Desafortunadamente, el éxito vino de la mano de algunos tormentos internos. La excepcional mente de Eleos siempre estaba en funcionamiento, no paraba de pensar. Desayuno, comida y cena, cada uno enfrascado en la resolución de puzles criminales.
Las largas jornadas de trabajo desencadenaron en el detective insomnio y problemas alimenticios. Trataba sus trastornos con medicamentos, pero a veces no surtían efecto o simplemente no acataba las recomendaciones de los especialistas, así que optaba por olvidarlos y volvía a centrarse en su labor investigativa.
En sus instancias de reflexión, Eleos miraba el techo de su habitación y se preguntaba cuál era la génesis del mal que reinaba en Omniterra. Quizá la respuesta estaba más allá de su lógica. Quizá nunca lograría dilucidarla y sería un eterno justiciero de los que callaban para siempre.
En estos momentos, relajaba sus músculos presionando con las manos un pequeño balón y poniendo las piernas en alto. Escuchaba música para desconectarse de sus tribulaciones, bajaba la iluminación de su cuarto y dejaba entrar por su ventana un baño de luz de luna. “Nada comparable al reflejo del astro rey en el pequeño satélite”, se decía a veces.
Una madrugada, mientras pensaba en su habitual soledad, vio titilar su dispositivo holovox, un espectacular invento de intercomunicación. Era un artefacto de alta gama que permitía a sus usuarios establecer contacto mediante voz o proyección holográfica. Eleos se estiró y dio un largo bostezo, mientras su holovox aguardaba para ser contestado. Se desperezó y restregó sus ojos somnolientos, sin ánimos de responder. A pesar de eso, se dirigió al aparato con voz cansina:
—Contestar llamada.
—Llamada contestada —respondió de inmediato el holovox.
—Sí, sí… ¿Quién habla?
El inspector vio la hora en su reloj. Eran las tres y treinta y tres minutos de la madrugada.
—Hola, Eleos. ¿Estás ahí?
Al joven detective, la voz en la llamada entrante le pareció curiosamente familiar.
—Sí, aquí estoy. ¿Con quién hablo? —Entornó los ojos al encender la luz.
—Soy Brutus. ¿Acaso no me recuerdas?
Los músculos de Eleos se tensaron y su corazón comenzó a palpitar con rapidez.
—Sub rex Brutus. Disculpe, no reconocí su voz.
—No te preocupes, muchacho. Y por favor, no me llames sub rex Brutus. Con Brutus me basta, no somos un par de desconocidos. Espero no haberte despertado.
—No, para nada. Solo… estaba descansando los ojos —mintió Eleos. Inquieto, se levantó de la cama y empezó a deambular por la alcoba, hablando hacia el holovox.
—Qué