Название | El fin justifica los miedos |
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Автор произведения | Emilio Mellado Cáceres |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789566039594 |
—Entiendo. ¿Cuándo ocurrió?
—Durante la noche de ayer, supongo. Antes que todo, ¿estás ocupado en algún otro caso? No quisiera importunar, pero recurro a ti como mi primera opción.
Eleos sentía un nudo en el estómago. Se paseaba de un lado a otro en la habitación e intentaba serenarse.
—Durante la tarde de ayer finiquité un caso. Así que, en estricto rigor, estoy libre.
—¡Brillante! ¿Cuándo puedes venir a mi mansión?
—Si abordo el primer heliomotor de la mañana, estaré allá aproximadamente en unas… cuatro horas.
El inspector aún se sentía tenso. No tenía ganas de viajar.
—Perfecto. Te espero acá. Todos los gastos de hidrobonos corren por mi cuenta, no lo olvides, es parte de la paga.
—Muchas gracias, señor.
—Solo Brutus, por favor. Te conozco de toda la vida. —La voz del sub rex era conciliadora.
—Entiendo… Brutus, ordenaré mis cosas y en un par de horas salgo para allá con Tom —indicó Eleos, sentándose en la cama.
—¿Aún trabajas con ese vejestorio? Con los hidrobonos que te pagaré podrás costearte algo mejor.
Para Eleos, el comentario sarcástico hacia Tom estaba fuera de lugar. No iba al caso referirse a él de esa forma.
—No hay motivos para deshacerme de Tom. —Su tono de voz se hizo más seco, se sentía ofendido y molesto.
—Solo estaba bromeando. Muy bien, te espero dentro de unas horas. Que tengas un excelente viaje.
—Gracias. Y antes de que se me olvide, no toquen nada de la escena del incidente.
—Entendido. Hasta luego. Cortar llamada.
—Llamada finalizada —anunció de inmediato la sintética voz del holovox.
Eleos tragó saliva y dio un largo suspiro. Estaba sudando y le tiritaba el mentón. Fue a la cocina en busca de un refrigerio. La cabeza le daba vueltas, ni siquiera se percató de cómo había llegado a la nevera. Se preparó un emparedado de queso y jamón, y se sentó en su sillón favorito en la sala de estar.
¿Por qué él? Existían muchos investigadores privados de renombre en la neopolis de Brutus, pero había acudido a él. Se terminó de comer el tentempié y habló casi susurrando en la oscuridad.
—Domus sapiens.
—Buenas noches, señor Eleos. ¿Necesita algún tipo de asistencia hogareña? —respondió una voz electrónica masculina por medio de altavoces, muy similar a la de un hombre corriente.
—Sí, tengo que hacer un viaje. A resolver un incidente. —Eleos fue hacia la ducha.
—Comprendo, señor. ¿Necesita que prepare su equipaje?
El investigador sonrió. A veces, domus sapiens se adelantaba a sus palabras, incluso antes de que salieran de su boca.
—Me leíste la mente. Siempre tan listo, domus sapiens. —Su tono era irónico.
—¿Por cuántos días planea el señor prolongar su estadía?
—Tres días, máximo.
Aunque desconocía la naturaleza del caso, nunca le llevaba más de tres días resolver algún crimen. Tres días era su racha definitiva.
—Entendido. Cuando salga de la ducha su equipaje estará listo.
—Gracias. Y otra cosa, avísale a Tom.
—Tom está al tanto, señor.
Eleos no dejaba de sorprenderse de su asistente hogareño. Siempre eficaz.
—Eso sería todo, domus sapiens.
Salió de la ducha más despierto y con energías renovadas. Se preparó un desayuno consistente en un café y unas tostadas con mantequilla. Eran las cuatro y veinte minutos de la mañana, todo se sentía en el más absoluto silencio. Encendió la televisión para ver las noticias. No había novedad alguna, lo mismo de siempre: delincuencia, sequía, pobreza, desigualdad, desastres naturales y androcracia, muchísima androcracia, aparecía hasta en la publicidad de marcas comerciales. El joven investigador puso los ojos en blanco, mientras humedecía la tostada con un poco de su bebida caliente.
Apagó el televisor y ordenó a domus sapiens que reprodujera música. Poseía una gran colección de música clásica situada en un enorme estante en la sala de estar, eran discos de vinilo conservados con el mayor cuidado posible. “La vieja escuela siempre es la mejor”, decía Eleos a sus colegas.
Miró su reloj de pulsera, mientras terminaba de escuchar el séptimo movimiento del Réquiem de Giuseppe Verdi, “Libera me”, en un éxtasis que le erizaba la piel. Eran casi las seis de la mañana. El sol despuntaba incipientes rayos de luz, era hora de partir para abordar el primer heliomotor.
Se preguntaba si su compañero estaría listo. Pidió a domus sapiens que al finalizar el disco descorriera las cortinas y se dirigió a la habitación de Tom para comprobar que todo estuviera en orden. Golpeó con suavidad la puerta, giró el picaporte y allí encontró a su viejo compañero, preparándose para el viaje. Tom había ordenado la habitación y hecho su equipaje, solo esperaba la venia de Eleos para comenzar el nuevo trabajo.
—Te esperé para que me acompañaras al desayuno, Tom.
—No quería importunarlo, señor. Sé que no le gusta que lo distraiga cuando está reflexionando.
—Tranquilo, hace más de dos horas que estoy en pie. Le pedí a domus sapiens que te avisara.
—Estoy enterado, señor Eleos —contestó con afabilidad.
—Partimos en breve. Supongo que tienes todo listo.
—Todo listo y dispuesto.
El joven sonrió a su compañero. Puso sus brazos en jarras y contempló el cuarto de Tom. Se alegraba de contar con él.
—Excelente, entonces te espero en la cochera.
—En dos minutos estaré allí. Estoy terminando la depuración de mi sistema y cargando mis celdas de energías.
Capítulo II
El compañero
—Tom, el señor Eleos desea que te prepares para un viaje que se llevará a cabo en breve.
—Muchas gracias por avisarme, domus sapiens.
—De nada. Estoy a vuestro servicio.
Tom encendió la luz de su habitación. Vio por su ventana que todavía era de madrugada. Pensó que si Eleos debía realizar un viaje a esas horas, algo importante estaba en juego. Se acomodó y revisó sus funciones. “Depuración al ochenta por ciento”, indicaba su sistema interno. Aún le quedaba veinte por ciento, así que decidió no molestar a su compañero. Dedujo que tal vez el viaje duraría unos cuantos días, así que necesitaría tener cargadas sus celdas. No sería agradable quedarse sin energía en medio de un caso, pues Eleos se avergonzaría de ello.
Ocupado en hacer su equipaje, el aguzado oído de Tom sintió la reproducción de “Libera me”, de Verdi. Eleos rara vez escuchaba algo tan dramático. Presintió que algo andaba mal, pero no era de su incumbencia importunar con preguntas más allá de lo profesional. Luego, percibió el aroma a tostadas y café, mientras ordenaba su habitación. El sistema de depuración estaba al noventa y cinco por ciento. Optó por esperar a Eleos sentado en su alcoba.
Se miró en el espejo que tenía enfrente. A