Название | Épsilon |
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Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
—¿Quién te ha contratado, Lobo? La curiosidad me está matando. Puede que sea eso lo que acabe disipando mi niebla.
—¿Me va a pagar con la misma moneda a cambio? —Jacob no contestó—. Lo suponía… —esperó unos segundos y añadió—. ¿No es excitante? Esta parece ser la reina del baile, la misión definitiva de todo cazador de recompensas. Aquello por lo que nos hemos dedicado y esforzado durante toda nuestra vida.
—En tu caso un periodo muy breve —puntualizó Jacob.
—No sea grosero —si le ofendió su comentario, no lo exteriorizó—. La experiencia no lo es todo, ni siquiera tiene un valor moral, es tan solo el nombre que le damos a nuestros errores. Creía que ya habíamos dejado claro que la gente como nosotros no acostumbraba a cometerlos.
A Jacob, las conversaciones que a veces tenía con el joven cazador acostumbraban a parecerle interesantes, sin duda era mucho más culto e inteligente que la mayoría de los hombres más mayores, pero las razones por las que se encontraba allí eran muy serias; no podía permitirse distracciones. Lo hiciera expresamente o no, Lobo Mordedor lo estaba distrayendo, así que cambió de tema y fue al grano.
—A ti que te gusta analizarlo todo. ¿Qué opinas de eso? —señaló con la cabeza hacia el escrito en la pared del callejón. Lobo Mordedor lo leyó con un ligero interés.
—Poco, salvo que hace una hora ese mensaje no estaba. Aunque apostaría mis carísimas retinas a que es una falsa pista. He visto a mutantes del submundo con inexplicables capacidades telepáticas. A hombres con un poder de convicción tan grande que pueden controlar a las masas. Pero todavía no he conocido a nadie que sea capaz de devolverle la vida a un muerto. ¿Le asusta la idea de que ese mensaje sea cierto?
—Yo no tengo miedo, hago que ciertas personas lo tengan.
—Pues qué suerte la suya… —repuso—. Si le soy sincero no me preocupa quién lo haya escrito ni por qué, cada vez que estalla una bomba surgen decenas de fanáticos alabando el fantasma de César. Un garabato en una pared no es relevante, pero el tipo que ahora mismo se acerca por el norte de la plaza ya es otro cantar… Fíjese —sus ojos blancos y opacos centellearon de excitación bajo la oscuridad de la azotea. Con un movimiento pausado decidió agacharse al lado de Jacob.
—Cyborg… —este masticó aquel nombre.
Un musculoso titán de dos metros de estatura, con el rostro y el cuerpo esculpido a base de implantes cibernéticos, hizo acto de presencia. Vestía con una chaqueta de cuero y unos pantalones militares oscuros; botas gruesas que hacían crujir los escombros a cada uno de sus pasos. Parecía más bien una máquina que un hombre; un aniquilador que un mercenario. Callado, concentrado en estudiar el escenario, se dejó ver sin ningún tipo de temor. No había motivo para tenerlo. Pasó de largo las ruinas del Capitolio y caminó con total impunidad entre los cascotes de la plaza, como si buscara una provocación a los ojos de la posible competencia que le estuviera observando. Quería que supieran que él también entraba en el juego. Poco se sabía acerca de Cyborg salvo que detestaba su sobrenombre, las órdenes y a las personas. Y no precisamente en ese orden. Huelga decir que era un cazador de recompensas peligroso, sus servicios solo eran requeridos cuando se debía atrapar a otro cazador. Jacob estudió sus movimientos con respeto, atento. A Lobo mordedor, sin embargo, aquello pareció divertirle:
—Se dice que fue criado por animales más allá de la frontera exterior, y que es incapaz de sentir el dolor. De lo segundo hay constancia. —No pudo borrar la expresión de fascinación en su rostro—. Esto se pone cada vez mejor, ¿no le parece?
Es joven, temerario, se repitió Jacob en una mirada que le echó de reojo. Inexperto…
—Lo primero tampoco me extrañaría. Ese tipo es un animal —pronunció—. Es lógico que varios mecenas hayan pensado en él para el trabajo.
—Admito que tenía mis dudas —contrastó Lobo Mordedor—. Le insertaron la personalidad de un psicópata. Sus métodos descabellados acostumbran a destrozar más de lo que repara, ya me entiende. Últimamente ni siquiera le contratan para cazar a tipos como nosotros. Aunque ya sabe el dicho: en situaciones desesperadas, medidas desesperadas…
Cyborg se acercó al lugar donde habían ahorcado al ministro y examinó la escena. Luego apartó con inusitada facilidad un pedrusco enorme que había al lado y se agachó para recoger algo del suelo. Desde su posición elevada, ninguno de los dos pudo distinguir qué era.
—¿Qué está haciendo…? —se preguntó Jacob.
—A saber… —respondió Lobo Mordedor—. Cualquiera diría que Cyborg sabe algo que nosotros no. Ha ido directo a ese lugar, a ese escombro en forma de roca, como si alguien le hubiera dejado un mensaje. Pero yo soy un eterno desconfiado y ese matiz de mi personalidad me sugiere que allí no hay nada y que el grandullón tan solo quiere que así lo creamos.
—No sabe que estamos aquí.
—¿Está seguro de eso? —rebatió con una sonrisa.
Cyborg se guardó en el bolsillo de su pantalón lo que quiera que fuese que había recogido y siguió deambulando sin prisa por la plaza.
—De lo contrario ahora mismo habría un tiroteo.
—Nosotros somos dos, y de los buenos. Sabe que estaría en desventaja. No obstante, pronto saldremos de dudas.
—¿Qué quieres decir? —le increpó Jacob, suspicaz.
—Que ya he tenido suficientes emociones fuertes por un día —exclamó el muchacho con expresión satisfecha—. Creo que lo dejo solo. Debo retirarme a mi guarida a descansar y a prepararme —se levantó—. Le deseo la mejor de las suertes, Señor Jacob. Volveremos a vernos… siempre y cuando estuviera usted en lo cierto y Cyborg no se haya percatado de su presencia —dio media vuelta y se alejó unos pasos del límite de la azotea.
—Puede que ocurra alguna muerte más hoy aquí, pero no será la mía —aseguró—. De todas formas, me sorprende que no quieras esperar a que aparezcan los demás cazadores de recompensas —le tentó.
—¿Para qué? Ya sé cuanto quería saber —respondió mientras se iba—. He confirmado que los dos únicos que merecerían mi atención forman parte de esto. Buenas noches.
—Lo mismo digo… Cachorro, una cosa más... —Iba a decirle que para él también sería desagradable tener que matarle si una futura ocasión lo requería, pero cuando se giró, este ya no se encontraba en la azotea.
Muy típico de él.
Hizo un movimiento de cejas, restándole importancia, y volvió la vista al frente. Nada que le hiciera sospechar que había sido descubierto ocurrió. En ese momento, Cyborg se sentó en medio de la plaza, inexpresivo, y así se quedó, sin mover un músculo ni trozo de metal de su cuerpo, durante minutos que dieron paso a horas. Jacob esperó paciente desde su posición, sin quitarle el ojo de encima, hasta que la Luna tocó la cúspide del cielo. Para cuando se dio cuenta de lo tarde que se estaba haciendo echó la vista al firmamento. Había pocas nubes y los reflejos de la estación espacial en la exosfera se apreciaban a la perfección, así como las luces blancas por todo el gigantesco casco de la última Arca, salpicada a su vez por destellos intermitentes de un azul tecnológico. Siempre le había parecido sobrecogedora la imagen de una nave casi acabada coronando la bóveda celeste. Tan cercana y tan lejana al mismo tiempo.
Ya era bien entrada la medianoche y Cyborg todavía permanecía sentado, estático, desafiante… ahuyentando con su presencia incluso a los del servicio de limpieza, que se habían marchado de allí hacía rato con el trabajo a medio hacer. Un ente solitario rodeado de destrucción. Jacob maldijo por dentro y no le quedó más remedio que darse por vencido. Finalmente abandonó su posición y, con cuidado de que nadie lo viera, bajó de la azotea y tomó los callejones colindantes en dirección a su apartamento. Seguir allí arriba le habría constituido una pérdida de tiempo. Ningún cazador de recompensas más osaría dejarse ver por la plaza aquella