Название | Épsilon |
---|---|
Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
—Ya no queda tiempo ni recursos suficientes en el planeta para producir más antimateria. Como bien has dicho, lo hemos consumido todo. Fuera de esta ciudad solo quedan cadáveres y dunas sepultando el antiguo mundo —entrelazó los dedos—. Te seré franco: no habrá créditos esta vez. Pero da con ese artefacto y con el responsable o responsables del robo y a cambio te garantizo lo que siempre has deseado pero nunca has confesado, aquello por lo que has ahorrado durante tanto tiempo para poder costearte: un pasaje personal en la última nave Arca. La certeza absoluta de que salvarás tu pellejo. —A Jacob se le aceleró el pulso, aunque no permitió que se le notara—. He de admitir que me encantaría encontrarte a bordo. Me vendrían muy bien tus servicios en el futuro. Épsilon… dicen que parece verde en la distancia, sin océanos pero lleno de lagos. Su tamaño es ligeramente superior al de la Tierra. Y también posee ciertos peligros.
Jacob se llevó una mano al mentón. En todos esos años Fergus nunca había incumplido un trato, no tenía motivo para pensar que ahora iba a actuar de forma distinta. Además, tenía que llegar al fondo del asunto, al parecer era una buena oportunidad. El profeta tenía razón con respecto a sus ambiciones. No dispondría de una ocasión mejor para escapar de la cárcel en la que se había convertido el planeta Tierra.
—Admito que tu propuesta es buena —dijo tras pensarlo.
—¿Qué admites qué? —Torció el gesto, como si no pudiera creer lo que acababa de oír—. ¡Coño, es espectacular!
Jacob tamborileó con los dedos sobre la mesa, se levantó de la silla y le ofreció la mano.
—Acepto. Encontraré ese artefacto y a quien lo ha robado.
Fergus se la estrechó, aunque más bien para ayudarse a levantar.
—Escucha, me es indiferente si te ves obligado a cargarte a diez adinerados de los Barrios Altos o si tienes que arrastrarte por las cloacas y túneles del submundo. Más nos vale que lo resuelvas antes de que se sepa lo que ha pasado. Si esto se hace público…
Ya nada contendrá a los ciudadanos… pensó Jacob. Era la primera vez que advertía en los ojos del profeta un atisbo de preocupación.
—¿Quién será mi competencia esta vez? —Quiso saber.
—No te voy a mentir, el caso es grave. Habrá otros: asesinos, cazadores de recompensas… aunque no contratados por mí. Comienza por acercarte mañana temprano al CENT. Pregunta por uno de los vigilantes, Orly, Orland o algo así. Ahora mismo, mientras hablamos, se encuentra recopilando las grabaciones de seguridad para buscar pistas. Me encargaré de que le avisen de que vas a ir y de que solo las reproduzca ante tu presencia. Toma esto…
Sacó de su traje un pase de seguridad de máximo nivel, en otras palabras; un salvoconducto que permitiría a quien lo llevara pisar cualquier distrito, inmueble o parte de la ciudad. Los mecenas solían prestárselos a sus mercenarios cuando les encargaban una misión. Y se lo entregó. Jacob lo miró, era el pase de más alto rango que había tenido nunca entre sus manos. Se lo guardó en el bolsillo.
—¿Necesitas que te acompañe a algún sitio?
Fergus cogió de nuevo su manta y se la colocó por encima, de manera que sus caros ropajes quedaron bien disimulados.
—No… mi escolta aguarda cerca de tu edificio. Resulta anecdótico, pero hoy hace una noche particularmente hermosa, se aprecia bien la Luna y la estación espacial. Aprovecha y date una vuelta. No tiene desperdicio.
Jacob no respondió. Le abrió la puerta.
—Contacta conmigo tan pronto averigües algo…
—Cuenta con ello —le aseguró el mercenario.
Fergus se giró y lo miró una última vez, como si pudiera ver en el interior de su alma. Un alma tal vez negra y corrompida a esas alturas.
—Tú fuiste… —empezó a decir, pero se detuvo—. No importa. Haz lo que mejor sabes hacer. —Le tocó el brazo a modo de despedida, se alejó y desapareció por la penumbra del pasillo.
Jacob, meditabundo, cerró la puerta y apagó la luz. La habitación quedó sumida en una penumbra parcial. Se acercó a la ventana y observó la noche. Infinidad de estrellas salpicaban el firmamento. Carente de contaminación lumínica, el cosmos ofrecía su cara más espectacular. La esfera plateada de la Luna bañaba los restos de los edificios más cercanos; tras unas pocas ventanas se apreciaba el tintineo anaranjado de alguna llama. El resto solo ofrecían oscuridad tras sus cristales y sombras extrañas. Debido al ángulo y posición de su propia ventana no alcanzaba a ver los reflejos de la última nave Arca ni de la estación espacial, pero estaban ahí arriba, en alguna parte. En esos momentos, Fergus salió del edificio y se le acercaron tres hombres que salieron de las sombras: su escolta. Juntos se acercaron a un vehículo destartalado, aunque debió de ser lujoso tiempo atrás, aparcado en la acera, y se metieron en su interior. Los faros se encendieron y el ruido del motor quebró el silencio de la calle.
Jacob esperó a que se alejaran un trecho, entonces fue hasta el arcón donde guardaba su ropa. Se puso el chaleco antibalas, su gastado juego de hombreras de cuero y se ajustó el cinturón de las armas alrededor de la cintura. Al hacerlo dejó al descubierto un instante dos cicatrices de bala en el abdomen. Salió por la puerta de su apartamento, colocándose el sombrero, y la cerró tras de sí.
Tenía trabajo que hacer. No esperaría hasta mañana.
3
Un gato famélico que apenas podía moverse se retorció entre aullidos cuando fue alcanzado por una pedrada. La mujer que se la había lanzado se acercó, lo observó bien para dictaminar si valía la pena arriesgarse y finalmente lo cogió de las patas traseras y se lo llevó hasta la hoguera cercana de un portal, donde varias personas esperaban con el hambre reflejada en sus ojos. Jacob dejó de mirar mucho antes de que despellejaran al animal para echarlo al fuego, y siguió andando como un fantasma en dirección al distrito de la Dama Blanca. Lo primero que debía averiguar era quién más había sido contratado para el trabajo. Sin importar tanto el mecenas. Y el lugar donde había estallado la bomba de la mañana era el punto más lógico donde cualquier cazador de recompensas empezaría una búsqueda. El plan inicial de Jacob era moverse entre las sombras y observar los alrededores del Capitolio a la espera de ver aparecer rostros conocidos.
Desde distintos lugares lejanos de la ciudad llegaba el sonido de las bandas con sus motocicletas quemando ruedas, gritos de alguna de sus desafortunadas víctimas y el repicar de los tambores propios de sus fiestas salvajes. Celebraban la gran muerte del día.
A unos cien metros de distancia de la zona afectada, Jacob se preparó para el sigilo. Podía apreciarse el rastro todavía humeante de los fuegos recortando el cielo nocturno. Trató de no perderlos demasiado de vista cuando caminó al cobijo de calles secundarias para rodear la plaza. Mientras lo hacía estudió los edificios. Se detuvo en la parte trasera de uno que conservaba unas escaleras anti incendios medio desancladas; empezaban a unos pocos metros del suelo. Le valdría. Escaló un pequeño tramo, ayudándose con las grietas y surcos de la fachada, para poder alcanzarlas. Procuró no hacer ruido al subir hasta la azotea. Por su aspecto sucio y descuidado, lleno de extractores de humo obturados, se diría que hacía años que nadie la pisaba. Se agachó en el límite de la superficie para poder observar en su plenitud los estragos causados por el atentado.
El Capitolio se erguía como una construcción victoriana de paredes originalmente blancas; con el tiempo se habían puesto feas, como todo lo demás, aunque aún conservaba cierta elegancia, al menos hasta hacía veinticuatro horas. Su prominente cúpula central estaba ahora hecha añicos, y numerosos boquetes en su perímetro permitían apreciar un interior destrozado y quemado. Frente al palacio, por toda la plaza, había escombros de ladrillos, metal y carne. Los escasos equipos de limpieza, hombres entregados a la causa, con máscaras de filtro de aire y trajes usados hasta la saciedad, se afanaban en apagar los pequeños incendios que aún ardían entre los cascotes de la zona; también en sacar los cuerpos, enteros o por partes, que seguían enterrados entre las ruinas para depositarlos en