Название | Épsilon |
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Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
—Caramba. Pasa, Jacob. Qué sorpresa. —Ruido de cerradura. Matthew, el dueño, le abrió y le permitió el acceso; un sesentón de pelo canoso y expresión afable cuya barriga propia de un alcohólico abultaba bajo una camisa manchada de licores.
La taberna era pequeña, adaptada de manera precaria en el espacio de una vieja sala de mantenimiento de la estación, provista de un par de mesas y sillas herrumbradas y paredes forradas con madera tan antigua que ya se estaba pudriendo. La iluminación resultaba escasa, a base de lumbre, como siempre, y olía a cerveza derramada. No había ni un solo cliente, puesto que a esas alturas casi nadie se podía permitir un trago. Una rata hacía ruiditos agudos mientras devoraba en una esquina un pedacito de materia inapreciable a la vista. En el estante de las bebidas, encajada entre las pocas botellas polvorientas que quedaban, una radio antigua emitía la Nube, el único programa que todavía seguía en el aire, el cual solía bombardear a los ciudadanos con una publicidad agresiva y constante.
Jacob tomó asiento frente a la plancha de latón que hacía las veces de barra. El revólver de doble cañón con calibrador de potencia que llevaba enfundado en su cinturón le molestaba, así que lo extrajo y lo dejó encima, a un lado.
—¿Lo mismo que solías tomar? —preguntó Matthew.
—Por favor —afirmó, y ladeó un poco la cabeza para oír lo que decía la interlocutora de las noticias.
Hoy se cumplen tres años desde que la penúltima nave Arca abandonó la órbita de la Tierra para dirigirse al sistema planetario Gliese 581, donde se encuentra Épsilon, el nuevo hogar de la raza humana. Se espera que este mediodía se originen disturbios múltiples en el distrito de la Dama Blanca, alrededor de la sede del gobierno local, por lo que se han desplegado numerosos dispositivos de seguridad por todo el recinto. Aunque el Ministro D’Ángelo ha tratado de hacer un llamamiento a la calma a todos los ciudadanos, alegando que aún queda un Arca en la exosfera y una última lista de evacuación que hacerse pública, parece que los habitantes de Paradise Route han hecho caso omiso a dichas recomendaciones y se están aglomerando para iniciar una manifestación masiva en las afueras del Capitolio…
Matthew le sirvió un vaso con Licor 7 a Jacob. Este lo tomó entre las manos y le dio un par de vueltas para observar su color ocre.
—Hoy habrá problemas —mencionó el tabernero, que se sentó frente a él, sin nada mejor que hacer que iniciar una conversación, y efectuó un trago corto directo de la botella.
—¿Y cuándo no los hay? —Jacob se quitó el sombrero y su rostro curtido en peleas, a juzgar por las cicatrices que le cruzaban la mejilla y el mentón, quedó al descubierto. La sombra de una barba de cuatro días las disimulaba un poco. Era alto y atlético, bien entrenado. Treinta y tantos. Igual que los demás habitantes, también había perdido esa luz de esperanza en la mirada. Ojos negros como la noche. Ceño fruncido, seguramente atormentado por las cosas que se había visto obligado a hacer para sobrevivir. Callado, como era habitual en todo mercenario.
Bebió un pequeño trago y siseó con la lengua. El sabor era fuerte, seco, pero reconfortaba por dentro. En ese momento hubo una parada en las noticias y por la radio empezó a sonar la canción Sweet Home Alabama.
—¿Cómo te va? —Se interesó el tabernero—. He oído que ya te has recuperado de lo que te pasó en tu último encargo.
—He tenido días mejores —dijo, sin apartar la vista del líquido ambarino del vaso—. Aún me lamo las heridas.
Matthew alargó el brazo para dejar la botella en su sitio.
—A propósito, qué ocurrencia… —pronunció—. Depositar por la noche el cadáver crucificado de aquel arrogante que se hacía llamar El Nuevo Mesías en medio de la plaza del Fénix.
—No fue idea mía. Es lo que me pidieron.
—En ese caso, los devotos de la Ilumonología se han vuelto cada vez más sádicos.
—Eso a mí no me concierne, mientras me sigan pagando bien —repuso indiferente.
—Seguro que te lo agradecen con toda el alma —se rascó la mejilla—. Como ellos mismos dicen, lo importante es mandar un mensaje. Y en parte estoy de acuerdo, créeme. Ese tipo era como un grano en el culo, ¿no te parece? No hacía más que envenenar las calles con su verborrea y su molesto intento de desquiciar a la gente.
—Para mí solo era otro chiflado más.
—Un chiflado que hablaba mucho y escuchaba poco —dijo—. ¿Probaste primero a avisarlo para que desistiera?
Jacob asintió.
—Lo hice. Y hablar antes de actuar me costó un balazo y varios meses en coma. Lección aprendida. —Se acercó el vaso a la boca y bebió otro sorbo—. Coño, esta mierda es fuerte.
El tabernero soltó una risa saturada que pareció más bien el ruido de un motor moribundo al apagarse.
—Jacky, Jacky… —negó con la cabeza—. Vigila los asuntos en los que te metes o terminarás muerto antes de hora.
—El noventa y nueve por ciento de la población mundial ha muerto en las últimas dos décadas por culpa de la radiación o de la fiebre roja. Y todos los sanos que quedamos moriremos muy pronto de todos modos. —Hizo una mueca de indiferencia—. El dinero me viene bien para no pudrirme de asco o de hambre el tiempo que nos queda.
—No… Apenas falta un año para el fin. Y apuesto a que ya tienes suficientes créditos como para vivir bien los próximos once meses. Podrías incluso costearte un buen apartamento en los Barrios Altos. Así que esa respuesta no me vale —se pasó una lengua áspera por los labios—. ¿Cuánto hace que te conozco? ¿Seis años? ¿Siete? Vamos, sé sincero: ¿por qué buscas morir antes de hora?
Jacob terminó de beberse el Licor 7 de un trago y miró al tabernero, serio, algo mareado, como si esperara una respuesta ajena a la realidad reflejada en el rostro de aquel hombre. De algún modo la encontró.
—Por lo mismo que tú sigues abriendo este antro de mala muerte cada día, a pesar de que ya no viene nadie. La gente ni siquiera se atreve a adentrarse dos pasos en la estación por miedo a los enfermos o a la compuerta de los niveles inferiores que conduce al submundo. Pero tú sigues levantándote por las mañanas y viniendo aquí, para ver pasar las horas. Porque necesitas mantener la puñetera mente ocupada en algo: ese es el motivo por el que hago lo que hago.
—Un momento… —hundió las cejas a modo de inciso—. La puerta que daba paso al submundo lleva sellada años. Ya no presenta ningún peligro —alegó, como si fuera lo único que pudiera rebatir.
—No me estás escuchando. Olvídalo.
—Sí… Te entiendo, te entiendo —hizo un gesto de calma con las manos—. Tan solo bromeaba, hombre… aunque creo que tiene que haber algo más que no me cuentas. —Fue a coger otra vez la botella—. A esta invito yo.
Jacob retiró el vaso fuera de su alcance.
—Anciano… —lo llamó en confianza—, serías capaz de dejar que me bebiera todo tu alcohol con tal de poder mantener una conversación con alguien durante un par de horas. —Se levantó, rechazó con un ademán que le volviera a servir y sacó tres créditos de su billetera para dejarlos caer sobre la barra—. Te lo agradezco, pero otro día será. Con todo lo que está ocurriendo en el centro de la ciudad imagino que pronto llamarán a mi puerta para un nuevo encargo —cogió su revólver y volvió a enfundárselo en el cinturón.
—Como quieras. —Matthew, algo decepcionado, dejó la botella en su sitio y recogió el dinero. Había sido una conversación corta—. ¿Volverás mañana? —sonó casi como una súplica.
—Me