Название | Épsilon |
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Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
César sigue vivo. Ponía el epígrafe.
¿Hasta qué punto debía tomarse en serio esas palabras? No era la clase de mensaje que uno pudiera dejar para cometer una chiquillada, a no ser que quien lo hubiera escrito fuera un completo insensato. César… el hombre públicamente apodado como «El Gran Mercenario». Y por méritos propios. Amado por unos, temido por otros. El eterno rebelde que durante años puso patas arriba el sistema: robó al gobierno grandes cantidades de recursos, asesinó a cientos sin dejar huella, provocó innumerables apagones en la ciudad, logró una tregua entre las bandas para que actuaran bajo su mando, y siempre salió impune de todos sus actos de libertad o terrorismo, según el prisma con el que se mire. Vivió y actuó como un fantasma, aparecía y desaparecía a su voluntad, hasta que, de forma misteriosa, un buen día, fue capturado y ejecutado en público con un saco ensangrentado cubriéndole la cabeza. Una vez muerto se lo extrajeron y hubo desmayos, gritos y rumores cuando la plebe vio el modo en que le habían desollado el rostro. El Ministro ordenó que así fuera para dejar claro que ninguna clase de crimen quedaría impune de un castigo justo y proporcionado. De eso hacía ya seis meses. Y poco a poco el nombre de César dejó de estar en boca de todos para convertirse en el susurro de unos pocos, para acabar siendo una sombra olvidada del pasado…
César sigue vivo.
Jacob leyó de nuevo el epígrafe, absorto. Maldita sea, tendría sentido si no fuera porque la ciudad entera le vio morir; él mismo había repasado las imágenes de su muerte decenas de veces.
Una cosa era cierta, si él había visto ese mensaje, cualquier cazador de recompensas que se dejara caer por la zona también lo vería. Puede que incluso fuera uno de ellos el autor y lo escribiera para despistar, para mostrar una pista falsa, para ganar tiempo en la búsqueda del verdadero responsable.
Hubo un breve chasquido a su espalda, tan insignificante que hubiera pasado del todo desapercibido para cualquier persona con un oído menos entrenado. Jacob escuchó, sin moverse.
—Sé que estás allí, Lobo Mordedor —dijo al cabo de un segundo—. Que te me acerques así por la espalda solo puede significar dos cosas: o pretendes matarme o buscas impresionarme. Lo primero no lo conseguirías y lo segundo casi lo lograste una vez en el pasado. No tientes a la suerte.
Silencio…
—Se olvida de una tercera… —se escuchó desde algún lugar de la azotea. Era una voz joven, a la vez que grave, aunque el tono fue más bien el de un susurro.
Jacob se giró de cuclillas y observó. Apoyó la mano en su revólver de la cintura e hizo girar con los dedos la ruedecita que calibraba la potencia del arma para ajustarla al máximo. Le pareció ver una sombra moverse rápido entre los extractores de humo. Se levantó y dio unos pasos cautelosos, con el arma ya en ristre. De pronto, una ligera oscilación en el aire que le hizo notar una presencia a su espalda. Con un movimiento rápido y certero se volvió y llevó el doble cañón de su revólver a la frente del tipo que encontró justo detrás. Este alzó las manos y sonrió. Una sonrisa engreída.
—Puede que el lobo tan solo quisiera darle un pequeño susto al cazador —dijo con sarcasmo—. Usted ya sabe lo mucho que me gustan los juegos. —Sus ojos del todo blancos, propios de las nuevas operaciones oculares en el mercado negro, contrastaron con su juventud y su piel morena. ¿Veinte años, tal vez? El muchacho, de mediana estatura, buena musculatura y con el pelo a rastas, le hizo entender con su posterior calma que venía en son de paz—. ¿Aparta su pistola de mi cara, por favor?
Jacob lo liberó.
—¿Por qué no me sorprende ver a un cachorro como tú en un lugar como este…? —gruñó, y volvió al límite de la azotea para recuperar su posición de espía.
—El ingenioso, intrépido y envidiablemente popular Señor Jacob dos Balas… —exclamó el joven—. Hacía mucho que no le veía. ¿Ha perdido peso o me lo parece a mí?
A Jacob no le hizo gracia tener a Lobo Mordedor de competencia, ni tampoco que este le hubiera descubierto antes. Pese a su corta edad era un buen cazador de recompensas, eficaz como pocos; ambos habían cooperado en algunas misiones del pasado. No lo consideraba un amigo, ni mucho menos, pero existía cierta camaradería, o una rivalidad sana, entre ellos dos; podría decirse que habían llegado a respetarse mutuamente, algo del todo insólito en su profesión. Se conocieron años atrás de un modo brusco, mientras daban caza al mismo hombre, un asesino caníbal del borde exterior. Sus sendas de investigación se cruzaron y se vieron comprometidas, pelearon y Jacob lo dejó sin sentido; el joven cazador siempre insistió después en que aquello solo fue fruto de la suerte… y tal vez tuviera razón. Se desconocía su verdadero nombre, uno de los motivos por el que lo llamaban Lobo Mordedor era porque tenía la fama de poder acercarse a cualquiera sin que la presa tuviera tiempo de percatarse hasta que ya le fuera demasiado tarde. Igual que un lobo que no aúlla, que no avisa, tan solo muerde cuando uno menos se lo espera.
—Me dispararon y terminé desangrándome —explicó Jacob, atento a lo suyo—. Cuando a uno lo dejan en coma durante meses, por norma general tiende a perder peso.
—Eso escuché —admitió con aire distraído, y deslizó el dedo índice por la superficie polvorienta de un extractor—. ¿Es que aquí nunca sube nadie a limpiar?
—Imagino que tienes un trabajo entre manos —se dejó de tonterías—. ¿No deberías aprovechar tu tiempo?
—Lo estoy haciendo —rebatió—. Le he encontrado husmeando, lo que significa que muy probablemente en algún punto de la búsqueda del artefacto nuestros caminos se cruzarán como lo hicieron en el pasado, así que tendré que enfrentarme a usted y con cierto pesar me veré obligado a matarlo.
Jacob hizo una mueca con la boca.
—Lo intentarás —le corrigió.
—Bueno, la recompensa es demasiado suculenta como para tan solo intentarlo. Ya fracasé una vez, cierto, y me aconsejó que madurara. Pero que no sirva de precedente. Un fracaso es tan solo la niebla que no deja ver el triunfo que espera detrás.
—¿Y tú pretendes atravesarla?
—Si le soy sincero prefiero esperar a que se disipe sola.
—Yo no acostumbro a cometer errores.
—En nuestra profesión, los que seguimos vivos es porque cometemos pocos errores, aunque no nos engañemos; tarde o temprano ocurren.
—No te sientas demasiado orgulloso por tu falta de ellos. Apuesto un millón de créditos a que no llegarás a mi edad.
Lobo Mordedor soltó una pequeña carcajada.
—Ningún Olvidado que tenga un solo año menos que usted la alcanzará. Admito que siempre me ha gustado su cinismo.
—¿Así que ese es tu plan? ¿Espiarme y esperar a que la pifie?
—Tiene su lógica, Señor Jacob, al menos en cuanto a ética se refiere, ya que me desagradaría en gran medida tener que arrebatarle la vida. Lo encontraría… de mal gusto. —Torció el gesto—. Pero tampoco puedo permitirme compartir la recompensa