Название | Épsilon |
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Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
—Claro, Señor. Le llevaré primero a la plataforma de los conductos de expulsión —obedeció, y giró a la derecha en la siguiente bifurcación.
Tras subir unas escaleras y andar por un pasillo más ancho y caluroso que el anterior, se toparon al final del recorrido con una puerta hermética que Orlando abrió girando su cerradura de reloj. Entraron en una antesala que olía a metal quemado. A Jacob le llamaron la atención los trajes aislantes de aluminio con máscara polarizada que había colgados en unas vitrinas puestas en fila. Otra compuerta con el símbolo de peligro térmico permanecía cerrada al otro lado de la estancia, desde donde llegaba un zumbido constante y aturdidor.
—¿Tenemos que meternos en estos trajes? —señaló Jacob con tono incómodo.
—Así es. Escoja uno y póngaselo, por favor —solicitó Orlando, elevando la voz para que pudiera oírle, al tiempo que descolgaba otro traje para él.
A Jacob no le gustó la idea, pero lo hizo. Aún no había pisado la plataforma de los conductos de expulsión, pero nada más sellar su traje empezó a intuir por qué el joven soldado aseguraba que era imposible que cualquier humano hubiese podido acceder por allí.
—¿Puede oírme? —la voz del muchacho sonó a través del intercomunicador de su máscara. Jacob presionó con el dedo el lateral de la capucha integral, justo en la zona del oído.
—Alto y claro.
—Ahí adentro, el aire radiactivo es expulsado de forma violenta a través de los túneles, por lo que va a hacer mucho calor. No es aconsejable que nos quedemos más de cinco minutos. Ni siquiera con la protección del traje.
Jacob levantó el pulgar para indicarle que estaba conforme. Orlando asintió, abrió la segunda compuerta y una súbita oleada de viento cálido les golpeó. Le hizo un gesto con la mano para que pasara rápido y así poder cerrarla de nuevo. Una vez cruzó al otro lado, el mercenario se detuvo de golpe, sorprendido, jamás había visto nada similar. No se podía ir más allá de la reducida plataforma elevada en la que estaban. Se acercó a paso lento hasta la barandilla y apoyó instintivamente las manos en ella, sobrecogido. La cámara era alargada, cilíndrica e inmensa, cruzaba frente a ellos de izquierda a derecha como un túnel de metro a gran escala. Ante sus ojos, nacido de la gigantesca hélice que giraba a toda velocidad en el extremo izquierdo, corría un chorro imponente de viento rojizo y amarillo que iba a parar al punto opuesto de la sala y se repartía a través de las bocas de cuatro conductos de menor tamaño. Miró arriba. Esparcidos por el techo, y protegidos de las fuertes ráfagas, había armazones de tungsteno con sensores de calor que emitían corrientes fotovoltaicas debido a las espontaneas sobrecargas eléctricas. El ruido de los motores y el viento era total, lo inundaba todo como el rugido colosal de un tsunami. Jacob apenas pudo oír las explicaciones del soldado a través del intercomunicador, pese a que este se colocó a su lado.
—Para generar la antimateria de las naves Arca aprovechábamos la energía térmica proveniente del núcleo externo de la Tierra, gracias a su campo geomagnético la producción en masa era posible. Luego utilizábamos energía nuclear para ocasionar reacciones de impulso y mantener estable todo el sistema de estructuras. El problema actual es que, pese a que la producción de antimateria ha terminado, no podemos apagar el reactor nuclear sin más, así que los residuos atómicos y térmicos siguen siendo expulsados al exterior en forma de plasma y gas hipercaliente.
—No he entendido una sola palabra de lo que me has dicho —exclamó Jacob bajo su máscara, y señaló los cuatro conductos más pequeños por donde se repartían los gases, en el extremo derecho de la estancia—. ¿A dónde llevan esas canalizaciones?
—Es una obra de ingeniería sin precedentes creada hace veinte años, los conductos atraviesan el submundo y van a parar a distintos puntos del continente, el más cercano se encuentra en los extrarradios de la abandonada Detroit.
—¡Repite eso! —volvió a presionarse el oído. No estaba seguro de haberle entendido bien.
—Digo que la zona de fuga más cercana se encuentra en las afueras de la antigua ciudad de Detroit, a cuarenta kilómetros de aquí. Por eso es imposible que nadie haya podido atravesar tanta distancia por estos túneles. Son cien por cien mortales.
Detroit… la sombría metrópoli en la que él creció. Ahora convertida en un cementerio de hormigón y huesos. Jamás había tenido constancia de esas extracciones, aunque sus recuerdos de esa época eran difusos. La gente moría sin más, sí: algunos se desplomaban sobre la acera de repente, como si algo les hubiera quemado por dentro, pero siempre decían que era debido a la fiebre roja. Ahora aquellas muertes cobraban un renovado sentido… Jacob devolvió la vista al poderoso chorro de energía, cuyos destellos bailaban frenéticos frente al panel reflectante de su visera. Ciertamente, era un espectáculo estremecedor.
—¿Nunca se ha detenido la emisión de residuos? ¿Aunque sean minutos? —preguntó.
Orlando negó con la cabeza.
—De ninguna manera. Como le digo, el reactor fue diseñado para aprovechar y canalizar la energía directa que proviene del interior de la Tierra, si lo parásemos ahora podrían desencadenarse consecuencias devastadoras.
—¿Cómo de devastadoras?
—Digamos que Paradise Route no tendría que esperar a la llegada de la estrella de neutrones para desaparecer del mapa. Toda esta cantidad de energía seguiría saliendo por algún lado, pero ya no sería de manera controlada, ¿entiende?
Jacob asintió. En ese momento se fijó en que la entrada de uno de los cuatro sub-conductos dejó de absorber gas de repente. El volumen que le tocaría extraer se repartió de forma automática entre los otros tres.
—¿Qué demonios ha sido eso? —señaló.
—No se preocupe, es algo normal —aseguró—. También quería hablarle de ello. Cada quince minutos, de forma rotativa uno de los cuatro canales de distribución deja de aspirar residuos durante ciento setenta segundos. De esta forma se evita que se sobrecalienten, lo que podría provocar daños irreparables a lo largo de su recorrido.
—Ciento setenta segundos es mucho tiempo —apuntó Jacob.
—Pero no el suficiente como para cruzar cuarenta kilómetros.
El mercenario se quedó pensativo. Pronto se dio cuenta de que estaba empezando a sudar en el interior del traje. No llevaban más de cuatro minutos en aquella plataforma y la tela revestida de aluminio ya se había calentado hasta el punto de adherírsele en la piel.
—Está bien —voceó—. Necesitaría tener acceso a los planos completos de esos conductos, por dónde pasan y en qué punto exacto desembocan. También quiero un informe de la actividad de este chisme durante la última semana: cada segundo de los ciento setenta que esos canales paran la extracción es importante. Así como cualquier suceso poco habitual que haya podido tener lugar aquí. Si se le ha caído a algún operario de mantenimiento una simple llave inglesa en el fondo de esta sala quiero saberlo, ¿entendido?
—Cuente con ello. Aunque me llevará como mínimo veinticuatro horas conseguírselo todo.
—Que sean doce —objetó. Su competencia, aunque siguiera sendas distintas de investigación, no iba a perder tanto tiempo—. Y ahora salgamos de aquí y veamos esas grabaciones de seguridad. Se me está friendo el culo aquí adentro.
—Con el debido respeto, señor, pero ya se lo avisé.
Dieron media vuelta y, con pesados movimientos propios del traje aislante, cruzaron de nuevo la puerta hermética y abandonaron la plataforma.
5
La sala de control del CENT se encontraba en el ala sur de la misma planta. Liberados ya de sus trajes, se dirigieron hacia allí. Jacob se preguntó cuál sería el motivo de que hubieran construido un complejo subterráneo con pasillos tan largos y con tantos cruces. A ambos lados de las paredes había varios