Название | Épsilon |
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Автор произведения | Sergi Llauger |
Жанр | Языкознание |
Серия | Pluma Futura |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412130799 |
Jacob observó de reojo al tabernero, que escuchaba las noticias de la Nube con rostro inexpresivo. Ahora hablaban de que ya se estaban originando los primeros altercados. De pronto, parecía prestar atención solo a ello.
—Cuídate, Matthew —le dijo.
—Sí, sí… —le hizo un gesto con la mano para despedirse, sin mirarle—. Lo mismo te digo.
Jacob salió de la taberna y cerró la puerta tras de sí.
De vuelta al exterior vio a dos vagabundos enfermos pegándole una paliza a la prostituta que lo había abordado antes. Esta les insultaba y escupía, lo único que podía hacer por defenderse, mientras le tiraban de los pelos y se reían de ella. Jacob, asqueado aunque imperturbable, pasó de largo por el extremo opuesto del pasaje. Precaución ante todo. Si lo salpicaba una sola gota de sangre o sudor de un infectado moriría en dos semanas.
Fue al salir del túnel, de vuelta al exterior, cuando la tierra tembló de repente. En alguna parte de Paradise Route una ensordecedora explosión se elevó hasta los cielos. Jacob se llevó las manos a la cabeza en un gesto instintivo. Incluso los vagabundos cesaron de golpe su actitud hostil contra la mujer. El rastro del humo en suspensión se hizo visible en seguida por encima de las ruinas de los edificios más cercanos. Los cristales de algunas ventanas cayeron a la calle hechos añicos y una marabunta de gritos se hizo audible en la distancia. Aquello no podía significar otra cosa que un nuevo atentado de bomba. Miró en dirección al origen. Venía del Capitolio, estaba seguro.
Jacob no esperó: echó un vistazo rápido a la pantalla rallada de su reloj y arrancó a correr hacia su apartamento, sin molestarse a cubrirse de la lluvia. Volvía a estar en activo; calculó que tenía unos quince minutos antes de que alguno de sus antiguos clientes llamara a su puerta.
2
Mercenario, porque en la Nube sabemos tan bien como tú que solo puedes confiar en tu buen pulso y puntería, adquiere ya tu revólver Skyscreamer, de potencia regulable y con doble cañón de acero. De líneas tan elegantes que querrás darle un beso antes de disparar.
El hecho de que hubieran pasado ya dos horas sin recibir una sola visita empezó a preocuparle. Jacob se apoyó sobre el marco de la ventana con rejas de su apartamento y observó con incertidumbre las calles. Había dejado de llover, pero las sirenas de los vehículos antidisturbios seguían sonando aquí y allá y los vigilantes humanos, custodiados por drones cibernéticos, patrullaban los distritos con ira en la mirada, en busca de posibles culpables. El atentado tenía que haber sido gordo. Todas las fuerzas militares que aún quedaban en la ciudad, que no eran muchas, parecían haberse desplegado en un abanico de gritos y malas maneras, cargando contra la gente a la mínima provocación. Jacob no disponía de receptor de radio, el que tenía se estropeó antes del incidente que lo dejó en coma y aún no había tenido tiempo de adquirir otro, así que no podía saber a ciencia cierta lo que había pasado, aunque era de suponer que habrían muerto muchas personas, algunas tal vez importantes. Se enteraría tarde o temprano.
Al final desistió de esperar y se tumbó sobre la cama, donde exhaló el aire despacio. Su apartamento consistía en un único y reducido habitáculo, al igual que el resto de viviendas de aquel sector de edificios apretados unos con otros, conocido como La colmena. La bombilla que colgaba del techo parpadeaba, aunque aún funcionaba gracias a su conexión con una arcaica batería que hacía un ruido espantoso; iluminaba a duras penas una cama desmullida, una mesa plegable con dos sillas, una pequeña cocina a gas, un arcón medio roto, cuatro paredes desprovistas de pintura y un viejo poster de los Texas Rangers del siglo veintiuno colgado en una de ellas. Jacob no sabía quiénes eran. La imagen simplemente estaba allí cuando firmó el contrato de alquiler. Los lavabos eran comunitarios, igual que la única ducha que había en el edificio, en el piso inferior. Y aun así, aquello era un lujo. Podía considerarse afortunado de tener un techo para él solo —dada su ocupación no podía ser de otra manera—, la mayoría de familias debían compartir su escaso espacio con otras.
Mientras los humos no se calmaran, y a no ser que tuviera un buen motivo, sabía que no resultaba aconsejable salir a la calle en busca de respuestas. El único problema era que permanecer en un sitio cerrado muchas horas, aunque fuera en su propio apartamento, lo ponía de mal humor.
La espera le dio hambre. Coció en el fogón un trozo de carne, se suponía, de liebre, que guardaba envuelto en telas y troceó una cebolla ajada. Esa sería su comida del día. Más tarde mató el tiempo con flexiones y abdominales y se acostó un buen rato. Al despertar se dedicó a engrasar su revólver con esmero y a afilar su cuchillo, que tenía tantas muescas en su filo como asesinos y forajidos de la ley había cazado con él. Algunos vecinos, en su mayoría refugiados de la desolada Europa, discutían a gritos y a golpes en los pisos de arriba, eso era normal. Pero al mínimo ruido de pasos que se oía por los pasillos Jacob alzaba la cabeza y escuchaba con atención. Por último retiró la cama a un lado y apartó una baldosa suelta que había debajo, oculta a simple vista. Contó los créditos en el interior de una bolsa negra que guardaba en el hueco; solía hacerlo cada día. Un millón doscientos mil. Ni uno más ni uno menos que la vez anterior. Volvió a dejar todo como estaba.
Habían transcurrido diez horas desde el atentado y ahí afuera ya reinaba la noche. Era del todo insólito que aún no le hubieran contactado. Hasta que de pronto, sucedió.
Golpearon tres veces a su puerta sin mirilla y Jacob, siguiendo sus propias medidas de seguridad, empuñó el revólver, apoyó la espalda en la pared, a un lado, y esperó en silencio.
—Soy Fergus. Abre —sonó una voz conocida. De todos sus clientes era justo el que esperaba. Fergus era un alto profeta de la Ilumonología, una de las personas más ricas e influyentes de Paradise Route. Jacob había trabajado varias veces para él, entre ellas su primer encargo, cuando empezó su oscuro oficio, y también el último, varios meses atrás, el cual casi le costó la vida.
Jacob le permitió el paso y cerró la puerta tan pronto el hombre entró; era calvo y al límite de considerarse obeso, aunque su apariencia intimidaba a muchos. Se sabía que rondaba los cincuenta años, pese a que aparentaba bastantes más.
Fergus observó a desgana el apartamento y luego increpó a Jacob con la mirada.
—¿Te estarás preguntando qué carajo ha ocurrido? —fue lo primero que dijo. Su tono sonó brusco, casi desquiciado.
—No te negaré que llevo algunas horas formulándome preguntas —contestó Jacob, que fue hasta la mesa, donde depositó su revolver.
Fergus se quitó y dejó a un lado una manta harapienta que cubría sus verdaderas vestimentas: un traje oscuro a rayas bien acicalado de cuyas mangas sobresalían ribetes blancos. Del cuello le colgaba una cadena de oro macizo con la insignia de un sol como péndulo. Sacó un pañuelo limpio de su bolsillo y se secó el sudor de la frente.
—Que me reviente un rayo gamma, ha sido horrible —dijo con voz cansada. Sus pómulos permanecían manchados por el hollín de las calles.
—Siéntate —Jacob le ofreció una silla y fue a sentarse frente a él. Fergus hizo una mueca de molestia cuando se dejó caer sobre ella.
El mercenario esperó a que su cliente se pronunciara.
—Una bomba ha destruido medio Capitolio —soltó de golpe—. Los manifestantes se han rebelado contra los vigilantes de la zona mientras las bandas aparecían en escena y se colaban en los cascotes. Luego han colgado al Ministro D’Angelo