Название | Benemérito Doctor |
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Автор произведения | Pietro C. Alvero |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418587276 |
Ya fuera, no me dejó ni abrir la boca.
– Dígame si usted es tonto o simplemente se cayó de la cuna al nacer – aseveró.
– No, no... no entiendo – titubeé sin entender una palabra.
– Que en qué momento usted pensó que escoger Dibujo Técnico era una sabia elección. ¿Pero no recuerda cómo lo pasó el año anterior? Y lo que es peor... ¿no sabe cómo me lo hizo pasar a mí? – me preguntó sin dejar de mirarme a los ojos.
Por mi mente pasó la respuesta correcta: “pues mire, querida profesora, simplemente lo he hecho por amor. Y si ese no es motivo suficientemente para usted, es que es una arpía insensible”.
Sin embargo, paralizado por el terror, contesté:
– Eeehh... pues... no sé.
– No sé, no sé...¿pero qué respuesta es esa? Mire Alvero, ya les explicamos a final del curso pasado que la elección que hiciesen era irreversible, y que deberían apechugar con lo que escogiesen. Sin embargo, y teniendo en cuenta su limitada capacidad mental – gol por la escuadra de la Mari Jose – he decidido hacer con usted una excepción. ¿Quiere usted cambiar la elección de asignatura y escoger la magnífica Informática?
“Gracias, gracias, gracias... es usted una bendita” – debería haber contestado. Sin embargo, estupefacto ante la lotería que me acababa de tocar contesté:
– Uhmmm, pues vale.
Aquel año iba a ser diferente, seguro. Al final de la primera evaluación ya había dejado hasta la Educación Física: al lechón que teníamos como profesor se le ocurrió hacer un examen escrito para una asignatura que toda la vida hemos llamado Gimnasia. Incluso, en su justa equidad, suspendí Religión, solo porque al puritano del cura que nos la impartía no le terminó de gustar el sorprenderme en su clase leyendo una famosa y picante revista de humor de la época. Revista que, por cierto, me confiscó, y de la que aún sigo esperando su devolución...
Por cierto, en la primera evaluación tan solo aprobé Informática – gracias, gracias, gracias –, y con la imprescindible participación de la fortuna, pues el examen tipo test que nos realizaron facilitó sobremanera su superación.
De la misma manera, y teniendo en cuenta que solo habían discurrido dos tercios del curso, ya llevaba sumadas el doble de expulsiones respecto a la del año anterior. La primera, por el simple hecho, simpático y entrañable, de tirar polvos pica-pica en clase – pese a que mis divertidas explicaciones cayeron en saco roto-; la segunda, por acumulación de faltas leves, una de ellas, por cierto, por el comentado incidente de la revista humorística.
– Me tienen manía, mamá...
– ¡A tu habitación!
Y ahí me encontraba yo, encerrado en mi habitación todo el día, obsesionado con el onanismo y discurriendo la forma de salir de aquel entuerto del que yo, obviamente, no era para nada culpable. Todos me tenían manía...
En una de esas pausas, entre onanismo y onanismo, una idea se me vino a la mente: mi madre me había comentado, en su momento, algo sobre el IPE, aquella academia militar de Calatayud. Quizá, si aún estaba a tiempo, se pudiese retomar ese espeluznante plan.
Verano de algún año
Episodio 3
Un grano no hace granero...
Duro día de guardia en urgencias. La sala de espera, pese a que nos encontrábamos en un soleado día estival, se encontraba llena hasta la bandera. A veces me planteo si el hospital es la única instalación con aire acondicionado de la ciudad, porque, en mis cortas entendederas, no termino de comprender semejante afluencia.
Continué llamando a pacientes. La siguiente en la lista era una joven, de unos treinta y tantos, que presentaba lo que desde el triaje habían calificado como lesiones dérmicas indeterminadas. Me asaltaron las dudas. Hasta ese momento, lo único indeterminado que conocía era la hora en la que dejarían de llegar pacientes. Cogí aire, suspiré y procedí a llamarla.
– Buenas tardes, doctor – saludó educadamente la joven.
Nada más entrar por la puerta, me percaté de que lo que se denominaban “lesiones indeterminadas” eran, además de determinadas, lesiones por quemaduras en el rostro.
Tras saludarla e indicarle que se sentase directamente en la camilla para la exploración pertinente, procedí a las preguntas clínicas:
– ¿Cómo se lo ha hecho? – indiqué, dando por sentado que la paciente acudía por las numerosas lesiones visibles en su cara.
– Pues es que... verá, doctor – comenzó, con un pequeño tartamudeo –. Mire como tengo la cara, doctor. Pero el cuerpo, más de lo mismo – aclaró. Vengo a ver si me pueden curar las pecas.
La joven, en ese momento, se subió parte de la blusa que tapaba su ombligo y me mostró unas lesiones similares por el abdomen. Eso no eran pecas, eso eran evidentes quemaduras.
Asentí en silencio, dando muestras gestuales para que siguiese con la explicación.
– El caso es que... – continuó – me duelen mucho – obviamente, la creí, ya que las quemaduras que presentaba eran de segundo y tercer grado, por lo que precisaban atención médica.
– Entiendo – contesté –. Pero... – continué –, ¿cómo le han salido esas lesiones?, ¿se ha quemado con algo? – insistí.
– No, ¡que va!, no me he quemado con nada. Son pecas.
Yo no entendía nada. Las quemaduras eran evidentes, por lo que, o la joven no se había mirado al espejo en tres días, o algo me ocultaba, y me incliné, ciertamente, por lo segundo.
– A ver si conseguimos sacar algo en claro – volví a insistirle –. Esto, créame, son quemaduras. Por lo que es imposible que usted no sepa cómo o cuándo se las ha hecho.
En ese momento ella comenzó a ruborizarse.
– Son pecas, doctor, de verdad – me aseguró –. De hecho, no se van ni con productos de la farmacia.
¡Carámbanos!
– Explíquese, por favor – pregunté, ansioso por conocer más detalles.
– Pues mire... A mi jefe no le gusta cómo me quedan las pecas, ya que dice que a los clientes les molestan, así que he decidido quitármelas – se sinceró.
– Ya... – comenté esquivo, reservándome la opinión que ya me había hecho de su jefe.
– El caso es que he mirado varios dermatólogos pero son muy caros, así que he decidido quitármelas yo misma.
– Comprendo... ¿y cómo se las ha intentado quitar? – pregunté, sin querer saber más detalles sobre su jefe y sospechando la respuesta del origen de las quemaduras.
– Pues cómo va a ser. Con el líquido que venden en las farmacias... ¡el nitrógeno líquido ese!
Dilema moral: donde tengas la olla, no apliques nitrógeno líquido.
CAPÍTULO 4
Calatayud (Todo por la Patria)
Otoño de 1991
La incorporación a la academia militar se produjo en septiembre de 1991. Tras haber aprobado las oposiciones de ingreso al IPE pude disfrutar de mi primer verano relajado en muchos años. El examen lo realicé en junio y, una vez hube conocido mi aceptación de ingreso, decidí tomarme un “merecido” verano sabático. Al fin y al cabo, lo que me esperaba allende los muros militares no tenía pinta de que fuesen unas vacaciones, precisamente. Parece que esa excusa consiguió fraguar en la suspicaz mente de la Dolores, que, sin que sirviese de precedente, me permitió tirarme a la bartola los meses estivales – solo me tiré a la bartola en sentido figurado, pues el acné seguía haciendo de las suyas –.
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