Название | Benemérito Doctor |
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Автор произведения | Pietro C. Alvero |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418587276 |
Por aquellos tiempos, el drama de los asesinatos de ETA, banda terrorista que atentaba contra todos aquellos que consideraba sus enemigos – es decir, todos los españoles –, estaba en auge. Vivíamos en los conocidos como años de plomo, con un asesinato de media cada cuarenta y ocho horas. A estos energúmenos les daba igual colocar una bomba en un supermercado, volar un edificio de viviendas de guardias civiles asesinando a mujeres y niños, explosionar un autobús lleno de militares o pegar un tiro en la nuca a un periodista. Todos estábamos señalados, especialmente los miembros de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Ese tenso ambiente, pese a que no obsesionaba a ninguno de los que allí nos encontrábamos, sí que se respiraba, especialmente en lo que a seguridad se refiere.
Una tarde, mientras nos encontrábamos en nuestro periodo de descanso jugándonos la paga en una timba en la compañía, un gran estruendo nos sacó de nuestra concentración. Tras el revuelo inicial vislumbramos, a lo lejos del pasillo de los barracones, una enorme bola de humo. Lejos de huir despavoridos, acto que hubiese sido natural en aquellas circunstancias, las hormonas quinceañeras y el absoluto desprecio por nuestra integridad, hicieron que la mayoría de los gandules que allí nos encontrábamos, avanzásemos como una piña hacia el lugar de la explosión. Durante los escasos segundos que tardamos en llegar, un cóctel de emociones me embargó. Todos éramos conscientes de que la probabilidad de que nos hubiesen colocado una bomba en la compañía era mínima, teniendo en cuenta que, para ello, los terroristas deberían haber accedido hasta el interior del acuartelamiento, colocar el artefacto y salir del mismo sin ningún problema. Sin embargo, habida cuenta de la situación política existente y de que la academia era un objetivo obvio para la banda terrorista, ninguna hipótesis era descabellada. Al acercarnos al final del corredor, lugar en el que se encontraban situados los excusados – no tan excusados –, fuimos conscientes de la horrorosa realidad. Uno de los dos urinarios instalados para tal función en la pared del aseo se había volatilizado. Antes de que, siquiera, pudiésemos encontrar una explicación lógica ante tal hallazgo, una sonora carcajada volvió a sacarnos de nuestra obnubilación. Cuando me giré sobre mí mismo encontré la explicación. Uno de los simpáticos compañeros que se encontraba entre el gentío portaba sobre su mano un mechero. Además, su hilarante expresión denotaba, todavía, mayor culpabilidad. Natural de Valencia, el muchacho había decidido, de forma unilateral, celebrar su propia mascletá en el lugar menos indicado. Su acalorada y desahuciada mente creyó que una buena forma de homenajear las fiestas de su tierra era colocando un petardo de características descomunales en el orificio de salida de los orines. A día de hoy desconozco si el individuo en cuestión era consciente de las consecuencias inherentes a aquel acto. Lo que yo no desconocía en ese momento era como iba a acabar aquella tropelía:
Maltrato de material intencionadamente; 4º grado; 4 puntos; 30 días. Coeficiente Final: 5.
Pese a la férrea disciplina militar existente, esta vez, nuestro capitán fue excesivamente misericordioso en su correctivo... a no ser que también fuese valenciano.
Se acercaba el final de curso y había sobrevivido estoicamente al duro régimen militar establecido en aquel entorno. Y no solo había sobrevivido sino que, si se puede definir con alguna palabra, había sido hasta feliz. Quedaba claro que lo que mi cuerpo y mi mente necesitaban era disciplina y orden, si bien, como he comentado anteriormente, siempre buscábamos cualquier excusa para romper la rutina castrense.
Un día primaveral nos llegó una gran noticia. Se acababa de publicar en el Boletín Oficial del Estado – BOE para los ahorradores de palabras – la convocatoria de plazas para el siguiente curso, es decir, se abría la puerta para los futuros quintos, adjetivo pseudocariñoso con el que se describía a un alumno de primer curso. Pero aquella convocatoria era diferente, y rompía todos los esquemas previamente instaurados en el ejército.
Cuando por fin el escrito llegó a nuestras manos, este corrió como la pólvora entre todo el alumnado. En el mismo se especificaba que el primer requisito establecido para poder acceder a una plaza en la academia era el siguiente: “ser español”.
Probablemente el lector esté pensando pues vaya castaña de novedad, pero la información necesaria para poder hacerse una idea de lo que suponía ese hecho es que, en las convocatorias previas el primer requisito establecía lo siguiente: “ser español y varón”.
Como no pudo ser de otra manera, surgieron todo tipo de teorías al respecto de la ambigua frase, pero la más aceptada fue la obvia: ¡el próximo año habría mujeres en la academia!
Aunque aquel primer requisito no dejaba del todo claro este último extremo, era lo suficientemente claro para poder tener esperanzas de que el próximo año habría más colorido entre los muros de aquel edificio. Sin embargo, teniendo en cuenta que todos los allí concentrados éramos fieles seguidores de la ley de Murphy, no estábamos convencidos al cien por cien de que el requisito mencionado abriese las puertas a la entrada de chavalas en la academia, ya que la directriz era muy ambigua. Como suele suceder habitualmente, en todo lugar siempre hay un listo de la vida que sabe de todo; como no podía ser menos, nuestro heterogéneo grupo también lo tenía. Aquella misma tarde, un mozalbete resabiado apareció en el taller de electrónica en el que nos encontrábamos aireando en sus manos la convocatoria.
– ¡Tetas grandes! ¡Tetas grandes! – gritaba exhausto mientras corría sin ningún destino claro.
– ¡Qué coño le pasa, José Luis! – le espetó gritando el brigada encargado del taller.
– ¡Tetas grandes! – volvió a repetir otra vez de forma mecánica.
– ¿Tetas grandes? – preguntó el brigada –. Pero...¡deme ese papel de una puta vez – exigió con tono marcial.
Mientras el brigada leía pausadamente el escrito que había vuelto loco a aquel desdichado, el resto de asistentes que presenciábamos atónitos el espectáculo teníamos una cosa muy clara en la mente: “pedazo de paquete que le va a caer al José Luis”. Al finalizar, por fin, la sosegada lectura del papel, el brigada, de forma sorpresiva se echó a reír en una sonora carcajada.
– Os voy a leer exactamente el texto que ha convertido al José Luis en un paciente con síndrome de Tourette – trastorno neuropsiquiátrico con inicio en la infancia o adolescencia que se caracteriza por múltiples tics motores y al menos un tic vocal –. Cuadro de exclusiones médicas – continuó el brigada, enumerando, una a una, todas las patologías médicas que impedían acceder a una plaza en la academia.
Cuando habría leído una decena de síndromes, este se paró en seco y, aumentando el volumen y con una gran entonación leyó:
– Hipertrofia gigante de mamas.
Ante el silencio del auditorio, signo inequívoco de que no habíamos entendido ni una palabra de aquello, el brigada, con voz más natural que la que había utilizado para leer el palabro médico, nos aclaró:
– Que no pueden entrar mujeres con la tetas extraordinariamente grandes, ¡coño!
Tras el jolgorio desencadenado con esa explicación, quedaba confirmado pues, que el próximo año habría mujeres en la academia. Sin tetas “extraordinariamente grandes”, pero habría mujeres, ¡qué leches!
Por cierto, el José Luis se escapó vivo de su atrevimiento.
Y llegó el esperado verano de 1992. Barcelona celebraba por todo lo alto la organización de la XXV Olimpiada. Un tal Curro se pavoneaba por las calles de Sevilla al ritmo de acordes flamencos en la Exposición Universal. Y un gilipollas en Calatayud, con algo menos de acné que el año anterior, acababa de afrontar los últimos exámenes de ese primer curso.
Honestamente, mis resultados académicos de ese año fueron excepcionalmente buenos a tenor de los que había obtenido en el pasado, pese al traspiés recibido con el puñetero Dibujo Técnico. No se trataba