Agonía en Malasia. Verónica Foxley

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Название Agonía en Malasia
Автор произведения Verónica Foxley
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563248203



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      Aprovechando las excelentes condiciones que ofrecía el turismo aventura en ese país, en diciembre del 2016 sus compañeros partieron a la Isla Norte a hacer un circuito de trekking y kayak. Felipe necesitaba juntar dinero y por eso, en vez de sumarse al grupo, se fue al sur a trabajar en las plantaciones de cherries. Duró solo unos días porque no le gustó. Entonces, tomó su auto y manejó a toda velocidad hasta Gisborne, una pequeña ciudad ubicada en la Isla Norte conocida por su gastronomía, los vinos y el surf, donde lo esperaban sus amigos para celebrar el Año Nuevo.

      Osiadacz y Candia cruzaron sus destinos por primera vez el día 30 de diciembre en el hostal para mochileros llamado Flying Nun Backpackers o “monja voladora”, que antiguamente había albergado un convento. En la fachada de este adusto edificio había una colorida imagen de un ángel que le confería un cierto aire ecléctico. En el jardín, una casa rodante en desuso, desvencijada y llena de grafitis que por las tardes los mochileros convertían en un lugar de encuentro y cervezas. Las grandes habitaciones, con camarotes para diez personas, y los espacios comunes del hostal estaban pensados para que los turistas de distintas partes del mundo interactuaran con facilidad. El ambiente no podía ser mejor para recibir el Año Nuevo.

      El Feña y Felipe se cayeron bien desde el primer momento y, al día siguiente, en la víspera del nuevo año, partieron junto al grupo a una fiesta de neozelandeses en un campo cercano, a la que no estaban invitados, razón por la cual no los dejaran entrar. Felipe se fue de vuelta al albergue con los demás y Fernando con unas amigas a la playa. La noche fue intensa para ambos y se acostaron cuando el sol ya iluminaba la ciudad.

      Eran tiempos felices, no tenían preocupaciones y el sol y la playa convertían la aventura en unas vacaciones de ensueño. Por esos mismos días, en enero del 2017, en una playa cercana chilenos y uruguayos se enfrentaron en un partido de fútbol que terminó con Felipe con un esguince en el tobillo y una incómoda bota que le pusieron en el hospital. Tras unas semanas se recuperó y se sumó al trabajo de sus compañeros —entre los que ya se incluía a Candia—, en una cosecha de choclos cerca de Gisborne. Cada mañana les llegaba un mensaje al teléfono que contenía un mapa con la ubicación del predio. Entonces tomaban sus camionetas, llegaban al punto que indicaba la pantalla, se echaban bloqueador, guantes y empezaban a sacar los frutos del maíz.

      Aproximadamente dos meses más tarde, Felipe regresó a Christchurch y otra vez aplicó para trabajar en la lechera Synlait. Fue allí que conoció a la belga Gaelle Sevrin. El amor fue instantáneo y nueve días después la muchacha ya se había instalado a vivir en la misma casa que él. La vida era demasiado buena para ser cierta. Una de esas tardes de abril, y tras buscar la ruta más barata para empezar la travesía por Asia, compraron los pasajes. Gaelle se les sumaría un poco después. La primera escala sería en Malasia, donde el plan consistía en visitar algo de Kuala Lumpur y luego las famosas Batu Caves, uno de los santuarios hindúes más famosos e imponentes del mundo. Luego, esa misma tarde partirían a Tailandia.

      El primer período de amor se trasladó a las fotos que Felipe subió a su cuenta de Instagram, donde aparecen abrazados y felices en medio de imponentes campos verdes, montañas nevadas, mares con fondos turquesa y acantilados. La muchacha, nacida en Liege, la preciosa ciudad colonial, tenía veintiocho años, el pelo rubio y liso, ojos verdes y contextura delgada. Había trabajado como gerente de recursos humanos en algunas empresas y renunciado a las rutinas laborales en su país para emprender también la aventura con la visa Working Holiday. Esos meses de relación fueron intensos en excursiones y paseos, de disfrutar juntos una aventura donde lo escénico, la belleza del país, aparece como el backstage de una historia de amor que empezaba a germinar.

      Poco después, en junio de ese año, Felipe y Gaelle se trasladaron a Queenstown, una pequeña ciudad en la Isla Sur famosa por el turismo aventura. Allí Gaelle empezó a trabajar en un centro de esquí. Paralelamente, Fernando también posteaba imágenes de él cocinando y viajando con amigas. Abrazos, amigos, despedidas, amor. Imposible llevarse mejores recuerdos y vivencias.

      Por esas jugarretas del destino, la mejor experiencia de sus vidas terminó ese 3 de agosto cuando aterrizaron en Kuala Lumpur, primera escala del viaje por Asia, por lo que ocurriría horas después, la parada final.

      “Me vuelvo a encontrar con estas gemelas hermosas”, posteó Felipe en su Instagram. A sus espaldas se exhibían las emblemáticas Torres Petronas.

      Fernando hacía lo mismo, pero a la entrada de la Kuala Lumpur Tower, otro rascacielos imponente de la moderna capital. “La primera parada de este viaje. #bendición #blessed #malaysia #Kualalumpur”.

      El reloj, sin embargo, no estaba de acuerdo con tanta sincronía vital y ya había echado a andar la cuenta regresiva.

      Habían pasado ya más de veinticuatro horas desde que los chilenos habían aterrizado en Malasia y, desde Nueva Zelanda, los amigos que se sumarían al periplo horas después intentaban contactarse con ellos, pero ni Felipe ni Fernando respondían. Se habían borrado del mapa. Irremediablemente, Tasha también.

      Adonde sí llegaron los mensajes y de manera veloz fue a Chile. Como una avalancha comenzaron los textos de WhatsApp y decenas de llamados telefónicos con voces angustiadas que daban cuenta del horror que se desarrollaba a miles de kilómetros de distancia.

      Carlos Fuentealba fue quien le dio la noticia al papá de Felipe, y luego la hermana de este, Nicole, le avisó a una prima de Candia y a Gaelle, aunque Felipe había terminado la relación con ella poco antes de partir a Malasia.

      En ese momento, Gaelle continuaba en el centro de esquí y la noticia la petrificó. No daba crédito a lo que oía. Al verla así su jefe le sugirió que se tomara unos días libres para recuperarse y pensara qué iba a hacer. Ella seguía sintiendo que el chileno era el amor de su vida. Necesitaba tomar una decisión, si regresar a su país y dejar a Osiadacz atrás o cambiar los pasajes y partir a Malasia. Optó por lo segundo.

      Felipe y Fernando estaban presos, habían matado a una persona que “los había atacado”, pero ellos “solo querían defenderse”. Esa fue en resumen la información que fueron recibiendo los familiares de Osiadacz y de Candia en Chile. Fernando Osiadacz, su pareja Francisca Cafati, Nicole; Maritza Olcay, Fernando Candia padre, su otro hijo Francisco Candia, estaban perplejos, estupefactos ante una noticia tan incomprensible. Era un mazazo. Un mal sueño. Una estúpida broma. Un absurdo. Si Felipe y Fernando eran personas tranquilas y andaban de viaje, eran turistas y no eran de pelearse con nadie. Era imposible, decían. Lo cierto es que era real, tan real que apabullaba.

      Sin embargo, aún faltaban muchos datos sobre los hechos para tener una noción más clara de qué y cómo había ocurrido todo en ese lobby del hotel Star Town Inn.

      A grandes rasgos, la historia contada por Felipe y Fernando a su núcleo familiar y a las autoridades locales decía que, tras recorrer la ciudad durante el día, decidieron ir a la calle Changkat a tomarse unas cervezas. Allí los tres amigos anduvieron deambulando por algunos bares. Cerca de las cuatro de la mañana, Fernando se separó de Felipe, quien ya estaba cansado. Candia partió a una discoteque y Osiadacz y Fuentealba se regresaron. Sin embargo, a poco andar, Fuentealba también se despidió de Felipe porque quería comer algo antes de acostarse. Entonces cada uno volvió caminando al hotel por un camino distinto. Separarse habría sido el gran error. Pasadas las cinco de la mañana, Felipe llegó al hotel. No tenía la llave para entrar a la habitación y se sentó en un banco a esperar que llegara Candia, quien apareció en el lobby pocos minutos después con una persona que —decía Fernando— lo había seguido durante unas cuatro o cinco cuadras pidiéndole plata y ofreciéndole sexo. Esa persona era una “transgénero” que se dedicaba regularmente a la prostitución en el área cercana al hotel. Ya adentro del lobby comenzó una discusión a los gritos que fue escalando hasta convertirse en pelea. “El tipo” —como llamaban a la trans— había intentado que Fernando le diera dinero, y como este se negó empezó la pelea que terminó con los amigos reduciendo a la víctima contra el piso mientras le suplicaban al recepcionista que llamara a la policía. En esa espera la habían retenido porque Tasha habría