Agonía en Malasia. Verónica Foxley

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Название Agonía en Malasia
Автор произведения Verónica Foxley
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563248203



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barato a menos de cien metros de su puesto de trabajo. Allí, por el equivalente a 10 dólares, se sentían seguras, como en su hogar, y al primer peligro bastaba con dar un solo grito para que las amigas fueran en su rescate. Pero si los interesados no aceptaban ese hospedaje, entonces entre ellas se mandaban por WhatsApp el nombre del alojamiento y el número de habitación. Además, la “guardiana” no se podía desentender de su “protegida” hasta recibir un mensaje de que todo estaba bien, y sobre todo esperarla hasta que regresara. Esas eran, en resumen, las medidas más importantes de seguridad.

      El día de su primer trabajo sexual Tasha estaba nerviosa y con miedo. En el callejón sus amigas la esperaban preocupadas, pero también curiosas. Al volver, Loraine la aguardaba, y Tasha no dejó de hablar.

      —Estuvo divertido —soltó entre risas como si nada, como si fuera algo completamente habitual.

      Pasaba el tiempo y, con un éxito desproporcionado para su poca experiencia, Tasha se fue convirtiendo en la favorita de la zona, la primera en conseguir un cliente. Era práctica y directa.

      —Me fue genial. Soy rica —bromeaba cada vez que terminaba su performance sexual y regresaba al callejón. Además, seducía al cliente incitándolo a tener sexo grupal con sus amigas. Lo hacía para que todas ganaran dinero y así no causar resentimiento entre sus pares con años de oficio, pero que jamás habían tenido igual éxito.

      Durante dos años Tasha y Loraine se mantuvieron cerca de la calle Bukit Bintang hasta que, tras una redada —en la cual la policía se llevó a varias de ellas presas—, se cambiaron de lugar, aunque a pocas cuadras.

      En esa época Tasha compartía una casa de tres habitaciones con Loraine y otra amiga, llamada Opi, en la zona de Ampang, a unos treinta minutos de allí. Durante el día dormían, luego hacían el aseo, salían a almorzar y otra vez a prepararse para una nueva noche de sexo. El barrio era seguro, pero los vecinos musulmanes solían denunciarlas. “Lo que pasa es que acá en Malasia estamos estigmatizadas, todos nos describen con malas palabras, nos ven de manera distorsionada. Somos prostitutas, pero sobre todo somos musulmanas y cumplimos con el ayuno. Nos dicen que nos vamos a ir al infierno, nos miran mal, nos insultan, pero no tienen derecho a juzgarnos”, dice Loraine.

      Era cierto. Bastaba una simple ojeada a los diarios para darse cuenta que para la mayoría de las autoridades políticas y también religiosas, las transgénero —trabajaran en lo que trabajaran— eran un foco del mal cuyas conductas impropias estaban penadas por la ley de la sharía. Aunque había un puñado de ellas que básicamente eran “toleradas” públicamente por su poder en las redes sociales6 .

      Si en países vecinos como Filipinas los homosexuales eran parte de la comunidad y la identidad sexual no era ni siquiera un tema, en Malasia se aplicaba mano de hierro con los transgénero, a quienes, por lo demás, les resultaba muy difícil conseguir un empleo formal.

      El negocio iba bien, pero Tasha y Loraine ambicionaban más. Por eso, y tras hacer algunas averiguaciones, partieron a Singapur, la pequeña nación fronteriza que antiguamente perteneció a la Federación de Malasia y que recién alcanzó su independencia en 1965, erigiéndose en unas décadas en uno de los países más desarrollados y sofisticados del mundo. Este tigre asiático era un terreno fértil para las “panteras” nocturnas. Pronto descubrieron que allí podían llegar a ganar hasta 4000 dólares al mes, razón más que suficiente para que durante tres años se haya convertido en un lugar del que iban y venían con regularidad, instalándose en las Orchard Towers. Este edificio blanco y rectilíneo se ubicaba en una zona muy turística, repleta de bares y discoteques, donde proliferaban prostitutas y el comercio sexual de todo tipo, un área que acogía al tráfago de extranjeros de todas las edades y proveniencias buscando placeres sexuales. El interior de las famosas torres era un mall como cualquier otro del mundo, con sus escaleras mecánicas y sus tiendas, solo que en sus primeros pisos, en vez de objetos como ropa o carteras, se vendía sexo y abundaban los cabarets y prostíbulos con las mujeres y transgénero como carnadas en la entrada de cada local. Dinero “fácil”, en apariencia, pero arriesgado de conseguir cuando se era extranjero, como era el caso de Tasha y Loraine.

      Como todo en Singapur, la prostitución también estaba reglamentada. Para trabajar en la calle se debía contar con un pasaporte sanitario —que debían renovar mes a mes— y pasar antes por una entrevista con autoridades estatales, quienes entregaban una licencia amarilla que facultaba para ejercer el trabajo sexual, y luego se notificaba a la policía. Pero las compañeras tenían un impedimento importante: ese protocolo laboral no se aplicaba ni a musulmanes ni a malasios y, en consecuencia, eran ilegales, y si la policía las descubría se las llevarían presas.

      Igual que en Kuala Lumpur, las amigas esperaban a los clientes en la calle, pero vestidas un poco más elegantes. El nivel era otro, había muchos clientes riquísimos pero que, al igual que en Malasia, a veces no querían meterse la mano al bolsillo y pagar. Con su carácter fuerte y a ratos fiero, Tasha los desafiaba y no los soltaba hasta que le entregaran el dinero que ella se había ganado. Eso sí, tenía que controlar su ira porque, como no tenía sus papeles en regla, si el asunto terminaba en una pelea en segundos llegaría la policía y todo terminaría mal.

      Las noches finalizaban con las primeras luces del sol mientras en el horizonte se recortaba el magnífico skyline de la capital de este minúsculo Estado. Entonces Tasha y Loraine daban por finalizado el trabajo, se iban a tomar un contundente desayuno y luego a dormir. Fue precisamente en esa época, en 2015, cuando murió su padre. Su familia le avisó pero Tasha no dio señales de vida. Recién tres meses después del funeral, ya de regreso en Tebal, les explicó que estaba de viaje, “turisteando” en Singapur, y que por eso nunca recibió los mensajes.

      Había días en que Loraine no quería trabajar. Por eso, a Tasha no le quedaba más remedio que partir de cacería sola.

      —No pelees con los clientes y ten sexo seguro —le imploraba su amiga dos años mayor.

      Las rutinas nocturnas llegaron a su fin el día en el que a Loraine la atrapó la policía y la amenazaron con que si la sorprendían otra vez se iría a la cárcel.

      —Si no me dices la verdad, te vamos a dar seis años de prisión y hasta te pueden condenar a la horca —le dijo en ese momento el oficial a cargo.

      Un día después, y antes de dejarla en libertad, el mismo policía le advirtió:

      —Eres de Malasia, acá estás de manera ilegal, así que nos vamos a quedar con tu pasaporte.

      Después de semejante peligro, al volver al hotel le advirtió a su compañera:

      —Tienes que irte ya mismo.

      Tasha no lo dudó, armó su valija, se fue a toda prisa al aeropuerto y antes de partir le mandó un mensaje de texto a su amiga:

      Fuck off Singapur.

      Ya de regreso en Kuala Lumpur, retomó su oscuro callejón y alternaba su vida entre su pueblo y la capital. Le gustaba bailar y divertirse en el club Zion en Changkat, su favorito, donde la música electrónica y las metanfetaminas transformaban la noche en una voluptuosa ensoñación caleidoscópica.

      Sin embargo, con el paso del tiempo las drogas fueron separando a las amigas, ya no se divertían como antes, y a Loraine los excesos de Tasha la fueron cansando.

      En esa misma época Tasha conoció a un árabe llamado Kahled quien —aparte de ser un amor tortuoso— le regalaba drogas. “Vivían peleando, él le pegaba, pero ella siempre se defendía. La droga la volvía muy agresiva porque ‘limpia’ era otra persona. Yo la retaba mucho y ella me contestaba que sin las drogas no habría tenido la energía para soportar este trabajo. Pero me daba rabia que no entendiera que además era muy peligroso que la policía agarrara a Tasha y que al revisar su cartera se la encontraran llena de pastillas”, dice Loraine.

      Por lo mismo, dejaron de compartir la misma casa y Tasha se mudó a un hotel de mala vida en la zona de Bukit Bintang. Ahí los lazos entre ellas se rompieron definitivamente.

      Entre drogas, noche, excesos y poco cuidado, Tasha fue a parar a la cárcel. Como no se había hecho la cirugía de cambio de