Agonía en Malasia. Verónica Foxley

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Название Agonía en Malasia
Автор произведения Verónica Foxley
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563248203



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Zelanda había sido un lugar plácido, tranquilo, sin sobresaltos ni peligros, respiraban libertad y estaban llenos de planes que se conversaban en largas caminatas por valles infinitos de una belleza sobrecogedora. Por eso cada paso, cada ruta posterior se iba definiendo sin mucho análisis ni información sobre la cultura, las tradiciones, las reglas y los riesgos que podrían afrontar. De cierta manera, Candia y Osiadacz confiaban en que en Asia andarían juntos, con amigos que se les unirían después, protegidos acaso por esa cofradía de los viajeros y las confianzas urdidas tras seis meses de convivencia en la tierra de los All Blacks.

      ¿Quiénes eran estos dos chilenos que terminaron acusados de homicidio ese 4 de agosto?

      Fernando venía del paradero 19 de la Florida y se educó en el Instituto La Salle. Felipe, por su parte, nació en Santiago, vivió hasta los quince años en Temuco, donde estudió en el colegio Montessori, y luego se trasladó a Viña del Mar, al colegio San Pedro de Nolasco ubicado en Valparaíso. Tenía una hermana del primer matrimonio de sus padres y un hermanastro por parte de su mamá. El padre de Felipe, Fernando Osiadacz, se había separado cuando su hijo tenía cuatro años y era ingeniero en Administración de Empresas, poseía un diplomado y trabajaba como subgerente de ventas en la empresa lechera Colún. El papá de Fernando, por su parte, se había dedicado a servicios financieros —eso decía su perfil en LinkedIn— y en el último tiempo como gerente comercial de Candia Chile Spa en la Quinta Región. La madre de Candia, Maritza Olcay, se ganaba la vida como conductora de transporte escolar en el colegio La Salle. Fernando tenía un hermano y sus padres también estaban separados.

      Tanto Felipe como Fernando cursaron carreras de grado; Fernando Ingeniería Química en la Universidad Tecnológica Metropolitana y Felipe Ingeniería Comercial en la Andrés Bello, tras un breve paso de un año en la Adolfo Ibáñez. En sus vacaciones, Felipe había trabajado como lavacopas, garzón y tuvo algunos breves emprendimientos comerciales. En su perfil de LinkedIn hay una referencia algo escueta sobre su desempeño laboral: Gran experiencia en el trato simétrico y asimétrico con las personas y gran facilidad para enfrentar los problemas”.

      Mientras estudiaba en la universidad, en Viña del Mar, aprovechaba para hacer unos “pololos” y así juntar dinero. En esos años se desempeñó como encargado de las mesas del primer piso del restaurante El Muelle en Algarrobo y luego, en el verano del 2012, como administrador en las cabañas Aroma de Mar en el Quisco.

      Fernando, en tanto, abandonó ingeniería cuando ya llevaba cuatro años. Estaba harto de los paros estudiantiles, pero sobre todo se había dado cuenta que quería dedicarse a la cocina, su verdadera vocación. Fue difícil contárselo a sus padres, quienes con tanto esfuerzo habían costeado su carrera, pero no les quedó más remedio que aceptar y poco después Candia entró al Inacap. Ya en los primeros meses de formación tuvo claro que su decisión había sido correcta. Se sentía feliz, amaba lo que hacía y sobre todo le encantaba trabajar bajo presión. Hincha de Colo Colo, sociable, con un círculo de amigos muy unido, compatibilizaba los estudios y el trabajo en la empresa de banquetería del chef Eugenio Melo. Luego permaneció dos años en un restaurante italiano en Los Trapenses, donde una tarde, en medio de ollas y vapores, decidió que necesitaba ampliar su mundo. Quería aprender inglés y viajar, probar otros sabores y texturas de la vida. Por ello, en octubre del 2015, con la ayuda de su hermano Francisco, que en ese momento vivía en Europa, postuló a la visa Working Holiday. Básicamente, este es un convenio que integra vacaciones con trabajo en diferentes países, lo que permite a sus beneficiarios recibir un salario y a la vez aprender idiomas. Fernando eligió Nueva Zelanda y fue uno de los 940 seleccionados ese año entre miles de postulantes.

      En octubre del 2015 Felipe Osiadacz —también con la visa Working Holiday— empezaba sus aventuras y trabajos, pero en Australia. Su madre, Jacqueline Rosemarie Sanhueza, había muerto en junio del 2013 y ahí estaba él, dos años después, buscando qué quería hacer realmente con su vida. De modo que antes de tomar ninguna decisión laboral definitiva se había autoimpuesto recorrer Oceanía y el Sudeste Asiático. Para eso había juntado peso a peso el año anterior.

      Felipe era un tipo alegre y amiguero, el alma de la fiesta. Amante del fútbol —fanático más bien— lo practicó hasta que se cortó los ligamentos cruzados de la rodilla. Pero en Australia, donde trabajaba lavando y moviendo autos desde el aeropuerto al centro de la ciudad en una empresa de rent a car, descubrió una nueva pasión: el montañismo. En esas caminatas y excursiones junto a amigos chilenos decidió que subiría con ellos el Monte Everest cuando se le venciera la visa australiana en octubre del 2016, pero por problemas de plazos migratorios sus amigos partieron antes que él.

      En septiembre del 2016 Fernando salió de Chile con destino a Nueva Zelanda para iniciar su ansiado proyecto de trabajar y vacacionar en ese pequeño y remoto país. Durante las primeras semanas, y junto a un alemán y a otras amistades que había conocido allá, recorrió la Isla Norte, la más poblada de las dos que componen Nueva Zelanda, con casi cuatro millones de habitantes, que en lengua maorí se llama Te Ika a Maui o “Pez de Maui” en su traducción.

      El destino empezaba a bosquejar el horizonte y a unir los caminos de ambos chilenos, porque mientras Fernando paseaba, Felipe hacía una escala de avión en el aeropuerto de Kuala Lumpur para seguir rumbo a Nepal y de ahí alcanzar el campamento base del Monte Everest, ese momento mágico que quedó inmortalizado en un video que subió a su cuenta de Instagram. Con anteojos de sol, un gorro azul y mochila a la espalda decía: Allá está el campamento. Estamos rodeados por el glaciar más grande del mundo. Único. Ú-NI-CO. Al fondo la imponente imagen de las montañas y los banderines de colores típicos. Abajo el abismo y allá otro acantilado. Ese que se ve ahí es el Everest, lo más cerca que he podido llegar hasta ahora”.

      Al terminar ese viaje partió a Nueva Zelanda.

      Aún sin conocerse, cada uno recorrió diferentes ciudades y parajes. Eran dos hombres felices, encandilados en medio de tanta luz. “Persigue tus sueños aunque todos piensen que estás loco… solo tú sabes dónde está tu felicidad”, posteaba Fernando por esos días.

      Ni bien llegó a Nueva Zelanda, Osiadacz se instaló en Christchurch, ciudad ubicada en la Isla Sur a trescientos kilómetros Wellington, la capital de Nueva Zelanda, siguiendo el consejo de otro amigo de Viña del Mar quien estaba viviendo allí. Fue cuando conoció a Yasser Nahas, alias El Turco, quien llevaba un tiempo en el país junto a un grupo de uruguayos. Felipe se instaló con ellos y rápidamente se convirtieron en una suerte de hermandad. Con Yasser se produjo una conexión inmediata. Tenían gustos similares y eran quienes se encargaban de organizar los paseos y las salidas nocturnas. Por las mañanas El Turco partía a trabajar a un frigorífico donde las extensas faenas le reportaban un ingreso de 4000 dólares por mes, una cantidad que le permitía vivir bien y viajar por el país. Felipe, en tanto, había recibido el dinero de la devolución de impuestos de Australia, así es que con parte de aquella le compró a su amigo Yasser su Toyota Celica verde oscuro del año 1991 en el que se movía a sus anchas por la zona. Luego empezaron los trabajos, primero en el rubro de la construcción y más tarde —junto a un amigo uruguayo— en Synlait, una enorme y moderna planta lechera. Allí tenía dos turnos de doce horas y su labor consistía en limpiar y hacer controles de calidad.

      En el grupo de Felipe todos eran solteros y los fines de semana iban a fiestas latinas a tomar cervezas en algún pub local o simplemente se quedaban en sus cabañas viendo películas en Netflix, las que disfrutaban comiendo pizzas. También, y dependiendo de los turnos laborales, paseaban por los alrededores de Christchurch.

      En este ambiente de camaradería que discurría en un país civilizado y seguro, cuyas tasas de criminalidad son unas de las más bajas del mundo, se sentían a sus anchas. Sin embargo, hubo un episodio que perturbó por unos minutos la tranquilidad del grupo cuando un hombre intentó robarles en las cabañas donde se hospedaban. Pero el miedo duró poco. A los tres minutos llegó la policía y solucionó el problema llevándose detenido al intruso. Pero aquel momento, si bien desagradable, no pasó de ser algo anecdótico en una nación que les garantizaba posibilidades de trabajo y calidad de vida. A cambio, los amigos sabían cuáles eran sus obligaciones respecto de las leyes locales y tenían muy claros