Название | Agonía en Malasia |
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Автор произведения | Verónica Foxley |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563248203 |
A pesar de que Malasia era su primera destinación en el exterior, el cónsul Mason tenía cierta experiencia; ya que le había tocado asumir la jefatura de la misión diplomática durante diecisiete meses a la espera de que el Gobierno designara a un nuevo embajador. Por lo tanto, entendía cómo se movían los hilos de la diplomacia en un entorno cultural tan diferente. Conocía además otros casos de extranjeros presos y lo complejo que podía ser el proceso judicial que se avecinaba.
En la sede policial, los chilenos aún no internalizaban el abismo en el que estaban sumidos. No había nada definido aún. Tampoco si el abogado Foong sería quien asumiría la defensa. Tenían que esperar que sus familiares tomaran la decisión.
Nicole Osiadacz y Francisco Candia llegaron a Kuala Lumpur cuando ya habían pasado más de una semana tras las rejas. Alcanzaron a visitar a Fernando y Felipe el día previo del traslado a la cárcel de Sungai Buloh. Carlos ya había sido puesto en libertad.
Venían mandatados para conseguir los mejores abogados. Se reunieron con Foong, quien les hizo una detallada exposición de lo que vendría para los chilenos en el futuro. También les dijo que si querían trabajar con él necesitarían confiar en su criterio, que él no contestaba inmediatamente los llamados telefónicos y que ese era su modo de operar. Pero había algo, un dejo de poca transparencia y algunas insinuaciones de que se necesitaba dinero para arreglar o apurar ciertas cosas de manera extraoficial, sugerencia que a Nicole y Francisco les hizo dudar. Kitson Foong definitivamente no sería el abogado que los sacaría pronto de allí. No con esos métodos.
Capítulo 3
LA VIDA SECRETA DE TASHA
Holly came from Miami, F.L.A.
Hitch-hiked her way across the U.S.A.
Plucked her eyebrows on the way
Shaved her legs and then he was a she.
She said, “hey babe, take a walk on the wild side”,
Said, “hey honey, take a walk on the wild side”.
Candy came from out on the island,
In the backroom, she was everybody’s darlin’,
But she never lost her head
Even when she was givin’ head.
Lou Reed, “Walk on the Wild Side”
Más allá de su cédula de identidad, ¿cómo era la víctima que había muerto en medio de sofocos y súplicas de socorro en la recepción del Star Town Inn? ¿Era realmente una prostituta trans acostumbrada a perseguir turistas en plena madrugada? Esas y otras preguntas rondaban en la cabeza de los policías bajo el mando de Faizal Bin Abdullah. Él sabía que las calles Changkat y Bukit Bintang eran un imán de prostitución, pero la investigación recién estaba empezando y necesitaba recopilar todas las evidencias. Había que encontrar la historia de la víctima, sus contactos, videos, medir tiempos, reconstruir las rutas. Eso en la teoría, porque en la práctica —el tiempo diría— sus competencias dejaban mucho que desear.
Mientras eso sucedía, la madre de Tasha era rodeada por sus hijos, que continuaban rezando. Siti Juhar recordaba su cara, el momento del parto y los primeros meses de vida. Le comentaba a su hija Arfah cómo desde pequeño los modos de Tasha no encajaban en el carácter de un varón. Pero con tal cantidad de hijos que cuidar no había tiempo para detalles tales como qué tan rudo o femenino podía ser el menor de ellos. Al final lo que contaba era que su pequeño era un muchacho suave, alegre, sano y colaborador. De hecho, se acordaba que ni bien cumplió los quince años empezó a ayudar a su padre en la tienda de comestibles y a ella a vender postres por el pueblo. Eso continuó hasta que cumplió los dieciocho.
—No hay dinero para tus estudios —le dijo un día su papá.
—No importa. Yo me voy a trabajar a Kuala Lumpur —le respondió.
El patriarca del clan tenía la misión de alimentar a los doce hijos. El dinero escaseaba, razón por la cual eligió cuidadosamente cuáles de ellos podían ir a la universidad. Tasha no figuraba en la lista. El jefe de la familia no toleraba su carácter, sus modos poco masculinos ni los amigos que lo rodeaban. Por eso, de algún modo, la partida de Tasha a Kuala Lumpur fue un alivio para todos en ese momento, en especial para ese padre que no toleraría por mucho tiempo más lo que ya tenía ante sus ojos: un hijo que levantaba todo tipo de rumores en el pueblo. A los pocos meses de dejar Tebal, Tasha les contó que había conseguido un trabajo en un spa y que su vocación era la estética y los masajes.
Cada vez que los visitaba, lo hacía con dinero para repartir, algo imposible de materializar si se hubiera quedado trabajando en Temerloh, donde los sueldos no alcanzaban ni para la mitad que en Kuala Lumpur y donde definitivamente no habría podido dedicarse a vender sexo.
Además, cuando regresaba a su hogar cocinaba, lavaba la ropa, hacía el aseo, cortaba el pasto y podaba las plantas del pequeño y bien cuidado antejardín.
Entre viaje y viaje, con los años su sexualidad se fue naturalizando en su círculo íntimo familiar, al punto que —sin que su padre lo oyera— bromeaba diciendo:
—Mamá, te voy a traer a mi novio. Es muy guapo.
—Nada de eso, deja ya de molestar, tú eres un hombre y así te hizo Alá.
En sus redes sociales, Tasha destellaba glamour a costa de filtros y lujos prestados y esparcidos en las fotos públicas para ser vistas por sus pares y también por los clientes. Era Natasha entre sus amigos y Yusaini Bin Ishak en su documento de identidad. “Modelo”, decía en su presentación en Facebook. Decenas de fotos de primeros planos. Tasha posando majestuosamente en una falsa piel blanca de animal, acostada en un sofá cubriendo su diminuta cintura y sus pechos planos pero abultados, usando dos sostenes a la vez. Natasha sentada sobre una cama con un mínimo vestido rosado con pliegues en la cintura y un tirante del corpiño que se asomaba en su hombro, mirando fijamente y de manera intrigante a la cámara. Tasha vestida de gala con un vestido blanco con incrustaciones de piedra, un escote en V y pendientes largos de brillantes haciendo juego con una corona de reina, tal como se sentía. Ella quería serlo.
En otra imagen se la observaba con un vestido negro, en un primer plano, con el pelo rubio atado en un moño de señora bien y con aros de perla. Su rostro se veía albo, sus labios rosa parecían delgados y sus ojos de un color claro. Nada en aquella foto era demasiado fidedigno: sus ojos eran oscuros, color café, su piel no era tan alba como ella soñaba y sus labios tampoco eran tan finos. Pero ella vivía a diario esa dualidad de querer otras facciones, de poder sacudir cualquier indicio masculino de su cuerpo, algo muy difícil cuando se es transgénero. El mismo deseo que abrazaba Maya, su guardiana en las noches, Maya, la que la cuidaba del peligro a su manera, a la medida de su precario radar. Y la misma que en la última noche de vida de Tasha no se preocupó por saber dónde estaba su protegida cuando esta desapareció.
Loraine, amiga de Tasha, alta, cuerpo delgado, con el pelo negro atado a una cola, cuenta que conoció a Tasha el 2012. Fue Sheryna —una trans muy reconocida en la comunidad LGTB— quien la llevó al mundo de la prostitución y le presentó a las demás compañeras de oficio, las que la recibieron con la dosis habitual de desconfianza ante la llegada de una nueva al barrio. Junto con mostrarle algunos lugares de la ciudad le dieron las instrucciones de cómo conducirse en el universo nocturno, cuál era el guion, qué se hacía con los clientes, cuánto se cobraba y un código fundamental: jamás robar.
—Si quieres hacerlo, no te metas nunca con nosotros —le dijo Loraine seriamente, sentada en un sencillo restaurante. Tasha la miraba con los ojos chispeantes.
Luego vinieron más advertencias. El sexo tenía que ser con preservativo.
—Vendrán algunos clientes que en vez de 200 ringgits por el servicio completo —unos 50 dólares— van a ofrecerte el triple con tal de que no lo uses, pero