Название | Route 66, Fila7 |
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Автор произведения | Francisco Sepúlveda |
Жанр | Изобразительное искусство, фотография |
Серия | |
Издательство | Изобразительное искусство, фотография |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416110940 |
Aun así, “La noche del cazador” no solo podría ser interpretada como la historia de un ser malvado. El ramillete de puntos de vista desde los que puede ser analizada es otro de los puntos fuertes de la película.
Qué duda cabe de que constituye una alegoría de resonancias bíblicas , un cuento de los de toda la vida (con toda la parafernalia y el retablo de personajes arquetípicos de los mismos), y una demostración de la férrea resistencia infantil ante la adversidad.
Pero, por encima de estas consideraciones, válidas todas ellas, hay un tema recurrente que impregna la historia de principio a fin: el sexo. Son muchos los pasajes de la película que pueden apoyar este posicionamiento temático.
En una de las primeras escenas, Powell se encuentra en una especie de cabaret contemplando con desprecio a las bailarinas semidesnudas que se contonean en el escenario. En un momento dado, introduce la mano en el bolsillo de su chaqueta y, en un gesto violentamente instintivo motivado por el espectáculo (a su parecer repugnante) que está observando, activa su navaja automática, atravesando la hoja de ésta la tela del bolsillo en una brillante metáfora de la erección.
No existe el sexo para Powell, al menos como todos lo conocemos. Powell, de un puritanismo fanático, solo alcanza su clímax haciendo el mal. Matando, robando, corrompiendo en nombre de un Dios hecho a la medida de su mente depravada.
Prueba de su espantoso puritanismo es la chocante escena de la noche de bodas. Powell y Willa, después de su boda, proceden a acostarse. Él se acuesta antes y, girándose del todo, ignora a su mujer que, en una muestra más de su estupidez sin límites, está dispuesta a entregarse a él por entero sin conocerlo y sin quererlo, solo por el hecho de que es su marido (tampoco casarse con él fue una idea especialmente brillante). Por si no ha quedado claro el gesto, Powell se vuelve y le suelta a la pobre Willa una perorata acerca de que el objeto del matrimonio es la descendencia, y dos hijos ya son suficientes. Es tal la manera en que Willa es rechazada que, aun tratándose del caso absolutamente opuesto, este rechazo produce en Willa y en el espectador el mismo efecto de una violación.
También el hecho de que Powell dé con el paradero de los niños tiene un componente sexual, ya que el motivo es la indiscreción de Ruby, una adolescente que vive con la señora Cooper y que coquetea con los chicos del pueblo. Ruby se queda obnubilada con el predicador, hasta el extremo de que, aun llegado el momento en que todos saben de sus crímenes y quieren lincharlo, ella se empecina en defenderlo, solo porque él le dijo que era bonita.
Por no hablar de la enorme diferencia entre las personalidades de Willa y de la señora Cooper. La primera, carcomida por el deseo, y a la vez estúpida, pobre de espíritu y sin iniciativa. La segunda, completamente asexual y a la vez lúcida, fuerte y emprendedora. No deja de ser una idea curiosa (y muy subjetiva) sobre la incidencia del sexo en el resto de facetas de la personalidad.
Sería imposible finalizar la reseña de esta película mágica sin destacar el trabajo en ella de dos profesionales en estado de gracia.
En primer lugar, Walter Schumann compone y dirige una banda sonora subyugante introduciendo conceptos absolutamente innovadores, mezclando las canciones infantiles, los cantos religiosos, potentes arrebatos instrumentales en las apariciones de Powell y melodías de ensoñación en escenas como la de la huida por el río.
En segundo lugar, Stanley Cortez, brillante director de fotografía que trabajó con Orson Welles en “El cuarto mandamiento”, realiza el trabajo de su vida, simplemente magia, de una pureza pocas veces vista en una pantalla de cine.
Repasando el trabajo de estos dos titanes y la genial e inimitable dirección de Laughton, podemos construir un mosaico de las imágenes más imperecederas de esta preciosa película: el niño mayor atisbando, desde el granero en el que descansan, la figura del predicador a caballo recortándose en el horizonte; la primera aparición, casi demoniaca, de Powell, proyectando su sombra a través de la ventana del cuarto donde duermen los niños; el agobiante encuadre, de un clarísimo cariz expresionista, del predicador levantando el cuchillo mientras se echa sobre el cuerpo de Willa para asestarle la fatal puñalada, aguardando ésta el golpe en actitud mártir y con una imagen casi virginal; la fantásticamente iluminada escena de la señora Cooper balanceándose en la mecedora con la escopeta en la mano mientras que, al fondo, en una más que perfecta utilización de la profundidad de campo, se ve al predicador apoyado en la valla esperando a que la buena anciana se duerma (mientras cantan al unísono una canción religiosa ¡qué locura!); el maravillosamente fotografiado viaje en la barca río abajo (jamás he vuelto a ver tan lograda la textura del agua nocturna); el fabuloso momento en que los niños comienzan este viaje escapando in extremis de las garras de Powell quedando éste a un lado de la imagen y los niños al otro mientras resuena una música estridente acompañando al alarido del depravado asesino; y, sobre todas ellas, la escena que le robó el primer puesto de mis miedos a la repugnante bruja: el descubrimiento por el tío Birdie del cadáver en el fondo del río, una imagen a la vez desagradable y hermosísima, plácida y horripilante, de una entidad onírica sorprendente. Hay que verla para creerla.
Aun a pesar de todo lo que se pueda escribir de ella, el visionado de esta película diferente, bellísima y sobrecogedora es la única manera de hacerle justicia.
La preparación para ello es bien fácil. Introducir el DVD, presionar el botón de play y estar totalmente dispuesto a volver a ser un niño.
Érase una vez….
ESPLENDOR EN LA HIERBA,
de Elia Kazan
(1961)
TÍTULO ORIGINAL: “Splendor in the grass”
GUIÓN: William Inge y Elia Kazan
MÚSICA: David Amram
FOTOGRAFÍA: Boris Kaufman
PRODUCTORA: Warner Brothers
INTÉRPRETES: Natalie Wood, Warren Beatty, Pat Hingle, Audrey Christie.
En cierta ocasión, disfrutando de una velada entre amigos, surgió el jugoso tema de las historias de amor en el Cine. La conversación, que muy a mi pesar degeneró hacia el cliché de las comedias románticas facilonas, volvió, aparentemente al menos, a recuperar altura cuando alguien nombró “Desayuno con diamantes”. El desastre se produjo cuando, inmediatamente después, una de las contertulias apuntó: “Ah, Desayuno con diamantes, ¡qué bonita!”.
Bonita. A irresponsable golpe de adjetivo, la maravilla de Blake Edwards se metió en el saco de pretty woman varias y demás especies de amables dulces de azúcar. Bonita. No se me puede ocurrir síntesis más errónea e impertinente para una obra durísima, lúcida, dolorosa y profundamente humana. Sin duda, hermosa. Nunca bonita.
No sé si el disparate fue debido a un error en la apreciación, si fue el resultado de la excesivamente cariñosa perspectiva del lejano recuerdo o si la engañosa nebulosa de lo visionado en nuestra infancia o adolescencia se prostituía con el heredado halago de las opiniones que en nuestra niñez consideramos autorizadas. El caso es que, con el paso de los años, observé cómo dicho error de juicio se repetía con otras obras del mismo corte.
Años después volvió a suceder. Distinta persona. Distinta película. “Esplendor en la hierba” era la siguiente en retorcerse en la tumba del glorioso celuloide americano. Y ahí salté como un resorte.
Porque “Esplendor en la hierba” es una película cruda, realista, violenta y desesperanzada, que refleja como pocas veces