Название | Route 66, Fila7 |
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Автор произведения | Francisco Sepúlveda |
Жанр | Изобразительное искусство, фотография |
Серия | |
Издательство | Изобразительное искусство, фотография |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416110940 |
El pirata lo increpa a grandes voces e intenta evitar que la barca vuelque y murieran ahogados, ya que no debemos olvidar que van encadenados. Lo mismo hace el mudo pero sin gritos. No hay manera. Ante los balanceos, la barca da la vuelta boca abajo, y nuestros protagonistas con ella.
Con una toma acuática, los alucinados espectadores infantiles podíamos contemplar que no eran aguas muy profundas, por lo que pataleando llegaron a una zona en que sus pies tocaban el suelo.
¿Pero… cómo podían respirar? Ah, amigo... el dichoso principio de Arquímedes. Ahora sí lo entendí. Y divirtiéndome, como se aprenden las lecciones que de verdad perduran.
No me atrevería a decir que a partir de ese momento cambiara mi consideración acerca de las materias científicas. Pero lo que puedo asegurar, sin ningún género de dudas, es que la historia de amor que ya a tan temprana edad mantenía con el Cine, me aportó, sumada a la frenética diversión, la plusvalía del conocimiento.
Gracias al Cine he aprendido el principio de Arquímedes, los nombres de las islas donde amarraban los filibusteros, las mil maneras de atracar un banco y que nunca hay que sacar un revólver si no es para disparar.
He conocido la desarmante tristeza de la solterona, el desamparo del pequeño mendigo, la existencia de asesinos despiadados y el alucinante dominio de la esgrima de un tal Scaramouche.
He distinguido al indio bueno del indio malo, al granjero del cowboy, al mosquetero del Rey del soldado de Richelieu, a la pérfida asesina de la abnegada enamorada.
He aprendido que hay otros mundos además de éste, que siempre es posible el asombro.
Gracias al Cine he aprendido a ser más feliz.
Este libro que tienes en las manos es una declaración de amor y de agradecimiento. Al Cine, a las películas, a los actores, actrices, directores, guionistas y técnicos que me enseñaron a buscar la Verdad a través de maravillosas mentiras de hora y media.
Gracias.
PASIÓN DE LOS FUERTES,
de John Ford
(1946)
TÍTULO ORIGINAL: “My darling Clementine”
GUIÓN: Samuel G. Engel y Winston Miller
MÚSICA: Cyril Mockridge
FOTOGRAFÍA: Joseph MacDonald
PRODUCTORA: 20th Century Fox
INTÉRPRETES: Henry Fonda, Victor Mature, Walter Brennan, Linda Darnell, Ward Bond, Tim Holt.
Una película es una suma de elementos humanos y técnicos que conforman una composición artística. Son muy conocidos por el grueso de los aficionados términos tales como montaje, puesta en escena, dirección de actores, etc... Dichos términos hacen referencia a unas labores cinematográficas que en ocasiones definen por sí mismas mejor que cualquier otra cierto tipo de películas o incluso los rasgos más característicos de la obra de determinado director.
Y es así que sabemos que las escenas de persecuciones consiguen su eficacia a través de un montaje dinámico, que las películas de John Ford son un prodigio de puesta en escena o que George Cukor era un gran director de actrices.
La complejidad surge cuando el elemento diferenciador de una película está constituido por algo indefinible.
Hablamos de la atmósfera. Término ambiguo donde los haya, para que ésta se dé es necesaria una suma de elementos tales como dirección artística, fotografía, vestuario, banda sonora, puesta en escena, etc., que, en perfecto ensamblaje, construyen un algo intangible que resulta ser mucho más que la suma de las partes y es lo que le da su verdadera dimensión al film.
Es la atmósfera de “La semilla del diablo” lo que la hace tan especial y terrorífica; lo que empuja a “Eyes wide shut” a sumirnos como espectadores en un estado de confusión indefinible entre el sueño y la realidad; y lo que consigue que una película simplemente correcta como “El rey del juego” se eleve algo más por encima de sus méritos.
Confieso que he comenzado de esta manera porque, en una primera consideración, pensé que el término aludido de la atmósfera era el adecuado para definir con una sola palabra una película como “Pasión de los fuertes”. Incluso debo aclarar que al mismo tiempo que escribía esta líneas me iba viniendo a la mente otro término plenamente identificable con ésta y otras muchas obras de John Ford, como es el aliento poético.
Pero eso no sería justo, o al menos sería una apreciación ciertamente incompleta.
Sí, “Pasión de los fuertes” tiene una maravillosa atmósfera y está insuflada de un aliento poético que la recorre de principio a fin. Pero si dichos términos con los que se podrían despachar otras grandes películas se le quedan cortos a ésta en concreto, si intentamos buscar y no encontramos las palabras con las que definir lo que supone contemplar esta joya, es por una única razón: “Pasión de los fuertes” es... un milagro. Una de esas raras ocasiones en que una película trasciende el medio en que se nos muestra y se convierte en una experiencia de un lirismo arrebatado. Podemos decir, comparándola con otro grandioso western de Ford, que “La diligencia” es cine puro, mientras que “Pasión de los fuertes” es pura ensoñación.
El comienzo de la película es un ejemplo maestro de definición de personajes y presentación del conflicto, elemento absolutamente necesario en todo western que se precie, y en realidad la base de cualquier estructura dramática.
Cuatro vaqueros conducen su ganado a través de la llanura. Están sucios y con espesas barbas, lo que nos indica que llevan tiempo sin ver la civilización.
Cerca de donde se encuentran pasa una carreta con dos hombres. Uno de los vaqueros (Henry Fonda), se dirige a la carreta y le pregunta a quien lleva las riendas (Walter Brennan) si existe algún poblado cerca de allí. Éste le contesta que la ciudad de Tombstone está tras las colinas en que se encuentran e intenta convencerle para que le venda el ganado. Fonda le contesta que no le interesa. Brennan vuelve a insistir. Fonda se vuelve a negar, agradece la información y se marcha.
En la cara con que Walter Brennan (uno de los cinco mejores actores americanos) mira a Fonda mientras éste se aleja cabalgando se palpa claramente que no le ha sentado muy bien la negativa y que va a haber consecuencias.
Llega la noche, ya descansan las reses, y Fonda y dos de los vaqueros (son todos hermanos entre sí), van hacia Tombstone y dejan al cuidado del ganado a su hermano pequeño.
Nada más llegar a la ciudad, entran en la barbería, y mientras el barbero afeita a Fonda, unos disparos que vienen del otro lado de la calle alcanzan los utensilios del salón de tonsura y pasan rozando a nuestro héroe. Un indio borracho ha entrado en el saloon y está disparando a diestro y siniestro.
El sheriff, aterrorizado, se niega a intervenir y dimite. Fonda (a medio afeitar) no da crédito a lo que está viendo, así que entra en el saloon sin su revólver, golpea al indio, lo desarma y lo saca a rastras. En ese momento el alcalde le ofrece el puesto de sheriff y Fonda lo rechaza.
Los tres hermanos regresan al campamento y encuentran un panorama desolador: han robado el ganado y han matado al hermano menor (¿a que sabéis quién ha sido?). En ese momento, Fonda cabalga hacia el pueblo, despierta al alcalde y acepta el puesto de sheriff.
Al salir de casa del alcalde, se encuentra con Walter Brennan y sus hijos, se aguantan la mirada un rato y Brennan le pregunta sobre la duración de su estancia en la ciudad. Fonda, con expresión de odio contenido pero con frialdad le contesta que indefinidamente, ya que le han ofrecido trabajo como sheriff. Brennan, sabedor de que Tombstone es una ciudad sin ley, rompe a reír y le dice sardónicamente “Que tenga usted suerte, señor...” “Earp, Wyatt Earp”, contesta Fonda. Y es en ese momento cuando a Brennan se le descompone la cara y cuando el