Route 66, Fila7. Francisco Sepúlveda

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Название Route 66, Fila7
Автор произведения Francisco Sepúlveda
Жанр Изобразительное искусство, фотография
Серия
Издательство Изобразительное искусство, фотография
Год выпуска 0
isbn 9788416110940



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Kazan mima a Deanie Loomis con multitud de detalles que no hacen sino matizar brillantemente el personaje: recordemos por ejemplo a la chica en la cama arrojando violentamente al suelo su muñeco de peluche después del enésimo interrogatorio de su madre en una imagen definitiva de la pérdida de la inocencia; el altar que la chica ha levantado a su amado en la pared de su habitación y el diario ritual que sigue al besar una por una todas las fotografías que lo componen; la crisis nerviosa de Deanie cuando es impelida por la maestra a recitar en clase los versos que dan nombre al film...

      Pero me gustaría recalcar en concreto dos escenas que ponen de manifiesto el colosal talento de la Wood.

      Me refiero al recorrido por los pasillos del instituto. En las primeras escenas, Bud y Deanie avanzan abrazados camino de las aulas. Mientras el chico alterna alguna mirada tierna a su novia con saludos a sus compañeros y la pose altiva del que se sabe popular, Deanie es TODA OJOS. Nunca he visto en el Cine una mirada más enamorada, enajenada incluso, que la de Natalie Wood en esta escena. Solo pierde de vista el rostro de su idolatrado Bud las fracciones de segundo necesarias para no tropezar.

      De manera brillante director y guionista vuelven a mostrarnos más adelante el mismo recorrido pero con la diferencia de que, en este caso, Deanie va sola, ya que ella y Bud han roto.

      Lo que antes era actitud embelesada, paso sereno y mirada enamorada, en esta ocasión se torna en sonrisa nerviosa y forzada, andares inseguros, miradas huidizas…Deanie está sufriendo y nosotros con ella. Se siente una extraña en la comunidad escolar y una extraña de sí misma. Le falta su bastón, su razón, su fundamento. El desamor hace especial mella en una chica como Deanie, en la que al concepto mal entendido del amor que es propio de la adolescencia y de la primera juventud, se le añade su aguda sensibilidad y la castración sexual de su mente propiciada por vía materna.

      La combinación es explosiva y el colapso nervioso no tarda en llegar.

      A partir de aquí, la película cambia de piel. Bud y Deanie siguen caminos paralelos y la historia nos muestra los terribles resultados de la presión a que ha sido sometida la pareja.

      Deanie entra irremediablemente en el terreno de la enajenación mental. Es muy significativo el ataque de nervios en la bañera. La actriz comienza regalándonos un recital de sensualidad y culmina con la entrega total a la voluntad de su madre, simbolizada en su cuerpo desnudo que se tiende hacia la señora Loomis con el nada casual gesto de los brazos en cruz (en medio de este estremecedor momento, a la madre solo le importa si ha sido o no desflorada. Genio y figura).

      Se desencadenan los acontecimientos y el recital de la Wood crece a la vez que se quiebra la mente de Deanie. Al arquetípico momento del corte de pelo, sigue su cita con Toots. Cuando salen de la casa, apreciamos a una preciosa Deanie peinada con un estilo muy años veinte y provocativo vestido de fiesta (ni más ni menos que una sosias de su cuñada, brillante acierto de guion).

      No solamente ha cambiado su exterior, ya que el tono de la chica, su forzado y falso descaro, su lenguaje corporal al dirigirse al coche de Toots y el fantástico saludo con la mano a su madre sin volver la vista atrás conforman un momento mágico que, a pesar de su extrema brevedad, nos dan la medida de una actriz en absoluta comunión con su personaje. El perfecto retrato de una buena niña haciendo el papel de una mala mujer. Después de esto, la debacle y el definitivo desmoronamiento.

      No es tampoco el de Bud un camino de rosas. Después de entregarse al deseo con chicas más asequibles que Deanie para este menester, comienza un nihilista tránsito por la universidad, que provoca la visita de su padre avisado por el director de la institución.

      Hay que señalar aquí que Kazan ajusta cuentas con los personajes del señor Stamper y la señora Loomis, ya que de una forma refinadamente cruel parece salvarlos al llegar el fin de la película para luego darle la vuelta a la situación y pegarles la estocada final.

      En el caso del padre de Bud, en la escena en que lleva a su hijo al club nocturno, el señor Stamper pide disculpas al chico por si alguna decisión del pasado para con él hubiera sido errónea o hubiera provocado en él algún dolor.

      Casi inmediatamente después, la vulgaridad y la torpeza del ogro Stamper llega a extremos delirantes cuando, previo pago, convence a una bailarina para que vaya a la habitación de su hijo. Y todo ello porque la chica tiene un gran parecido con Deanie Loomis. Esa es la forma, estúpida e inmoral, que tiene el señor Stamper para devolver a su hijo aquello que pudo arrebatarle con su intransigencia.

      El ajuste de cuentas con la madre de Deanie va en consonancia con la mezquindad del personaje.

      Deanie ya está de vuelta en casa, y su madre le pregunta visiblemente preocupada por la opinión de los doctores que la han tratado, en concreto por la posibilidad de que éstos consideraran a los padres como culpables del mal de la chica. Acto seguido, al borde de la lágrima, confiesa a su hija que no ha sabido hacerlo mejor, y que le ha educado de la única forma que sabía, que no es otra que como le educaron a ella.

      También aquí se pudiera apreciar un interés por salvar, aunque sea in extremis, al personaje de la señora Loomis, pero nada más lejos de la realidad. El Kazan moralista le puede al Kazan humanista.

      Una vez que llegan a casa las amigas de Deanie, a las que no ha visto desde que ingresó en el sanatorio, la señora Loomis, aprovechando que la chica se está arreglando, les miente acerca de su hija. En concreto, les dice que no ha dejado de preguntar por Bud, que vierte un mar de lágrimas cada vez que habla de él. Les hace jurar a las chicas que no le dirán a Deanie dónde vive Bud.

      Deanie, resuelta a enfrentarse de una vez con sus fantasmas, pregunta a sus amigas el paradero de Bud Stamper. Las amigas y la madre niegan la mayor y es en ese momento cuando, en una escena de inusitada emoción y ternura, el padre de Deanie, hombre bueno y juicioso, le da a su hija la respuesta deseada.

      El acto de rebelión del señor Loomis ante la terrible figura de su esposa nos da la medida de la bondad y la lucidez del personaje, ya que, por encima del riesgo de que la chica sufra en ese encuentro, le puede el respeto a la voluntad de su hija y desea propiciar el empujón definitivo para que salde cuentas con su pasado y pueda seguir adelante.

      Deanie corresponde el gesto acariciando el rostro de su padre y manteniéndole una mirada de infinito cariño con la que, además de apreciar su valentía por enfrentarse a la despótica matriarca, le agradece el hecho de haberse sentido por primera vez en su vida tratada como una adulta por alguien de su familia. Una escena en verdad henchida de ternura.

      Antes de referirnos al final de la película, antológico y quizá lo mejor que Kazan haya rodado nunca, no sería justo no recalcar las bondades del director.

      La película posee un sentido apabullante de la puesta en escena. Es modélica la ubicación de cámara en todos los pasajes y la perfecta utilización de la banda sonora como contrapunto dramático. Por otra parte, es alucinante el dominio de Kazan a la hora de filmar la sordidez, como ha demostrado a lo largo de toda su trayectoria cinematográfica. Me vienen a la memoria la pelea en el aparcamiento, repleta de movimiento y violencia; el baño de Deanie, un momento de notorio erotismo y terrible pulsión dramática; la fiesta en el club al que asisten padre e hijo, donde Kazan refleja la decadencia de los asistentes con una perfecta elección de las fisonomías de los figurantes; y el suicidio del señor Stamper, brevísima y fantástica escena donde la truculencia interna del momento es rebajada por una sequedad en la exposición casi bressoniana, amén de una inteligente y esquinada puesta en escena rematada por unas tristes notas de jazz…Sin duda, la marca de un maestro.

      Y es que solo un maestro está capacitado para regalarnos el final de antología que cierra la bella y terrible historia de Bud Stamper y Deanie Loomis.

      Es bien sencillo relatarlo: Deanie va en busca de Bud a la granja en la que éste vive. Está casado con una muchacha italiana a la que conoció en su estancia en Princeton, tienen un hijo y están esperando otro. Los dos hablan brevemente, él le presenta a su pequeña familia y luego ella se despide y se va.

      Pero lo que esa escena contiene, lo que dice Kazan