Название | Ataraxia |
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Автор произведения | Saúl Carreras |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878723280 |
El padre Marcos inmediatamente después de enterarse del fallecimiento del esposo de María se había acercado en carácter de apoyo espiritual con el fin de que hiciera más liviana su carga de padecimiento y el duelo no pesara tanto en su vida. Hasta había asistido a su casa a modo de ofrecerle una oreja ante su dolor.
El sacerdote escuchaba atentamente lo que María tenía para confesarle, y desde su costado humano, iba tejiendo tramas pecaminosas que hasta lo hacían pensar por qué Dios le situaba en su camino estos momentos de dudas y tentaciones y sentía que no debería permitirse ni siquiera pensarlas, pero que entre el celibato y la ausencia de la excitación provocada, sentía que la procacidad le mostraba su cara y la incontinencia infame y blasfemante, lo estaba haciendo temblar y hasta su vida estaba en ese momento temblando y sus votos caminaban por una débil cuerda que estaba a punto de sucumbir.
Intentaba desde su más íntimo fuero, alejar y controlar sus pensamientos, pero en ese preciso momento María le asestaba el golpe que lo derribaría del altar del juramento y lo convertía en un hereje del cruento autoflagelo, al que en ese momento, se veía sometido.
—Es que anoche tuve un sueño con Ud., padre, señaló María.
Y el padre Marcos en ese punto no encontraba ninguna causa justa que lo hiciera entender lo que su carne le indicaba, estaba como en un sopor de dudas y sortilegios se mecía entre lo que le dictaba su conciencia y lo que le indicaba su instinto natural de la vida, esa contradicción que tanto, en su etapa de formación, situaba en una tela de juicio que nunca había logrado desentrañar, y era el cómo hacer para ir en contra de la corriente natural de las cosas, cómo hacer para no aceptar el lenguaje de tu cuerpo solo por respetar sectariamente un mandato, él siempre había renegado de eso, y la vida le estaba presentando la posibilidad de confirmar su mirada. Nada más y nada menos.
Y hasta intuyendo la respuesta, preguntó:
—Entonces, te escucho, ¿cuál fue ese sueño, mi querida María?
La voz temblorosa de María cargaba en sus recuerdos inmediatos el sueño de la noche anterior, en la que tan feliz se había sentido, esos sueños en los que al despertar, maldices que solo se trate de un cuadro onírico y no sea real. Esos sueños que hasta te hacen sonreír a la hora del recuerdo, se había sentido tan plena que hasta aún podía sentir ese cansancio mágico del final del cuento, donde el esfuerzo te hace gemir de placer, donde la vida te dice, este es el propósito, disfrútalo.
—Anoche estuve en el cielo, padre…
Tratando de negarse al momento, haciendo un esfuerzo titánico para recomponerse de sus pensamientos pecaminosos, de esos nubarrones tormentosos que tantas noches había logrado dominar, pero que esta vez creía no estar dispuesto a repetir la estrategia, contestó.
—Ah, veo que has estado con Dios y debe haber sido muy placentero, me supongo.
Entonces María le daba forma a su pecado, vistiendo su confesión con el traje de la lujuria y dejaba por el suelo cada principio teológico, cada consejo dado, cada momento de oración y retiro, cada promesa al comulgar cada domingo.
—No, padre, anoche soñé con el usted, pero con Marcos el hombre, no el sacerdote.
Y en ese preciso momento sus ojos se buscaron, como al agua busca a la tierra, como el mar sucumbe en cada playa, sus ojos miraron las mismas cosas, hurgaron lugares comunes, se abrazaron sin tocarse, se amaron sin que sus lenguas húmedas y deseosas se besaran, sus mundos se fusionaron, despreciando cada precepto, desobedeciendo dulcemente lo que la virtud, roja de vergüenza les indicaba y el confesionario, como ámbito de la historia, no pudo más de deseo y los manchó de un hermoso pecado.
Y después del confesionario, qué importa del después, toda mi vida es del ayer, que me suspende en un recuerdo… ¿la culpa? La culpa puede esperar…
Fin
El chofer del escribano
Sucede en los países en vías de desarrollo, donde las políticas están siempre untadas por la informalidad, donde las normas de lo permitido carecen de ese rodaje que lo da la experiencia de haber caminado por esa vereda y a prueba y error haber corregido las impurezas de lo impropio, del momento en el que nace el despropósito y cada uno haya aprendido lo que se debe hacer.
Esta historia nace desde la memoria de la exesposa del hijo del chofer del escribano. Podemos darle nacimiento desde el momento en el que este era integrante del pool de motoristas de presidencia, había sido en algún momento el encargado de transportar a políticos notables del momento, hasta presidentes había llevado a sus casas luego del mérito o error en su gestión, pero esta historia no está pensada para denunciar esos tipos de anomalías ni mucho menos entrar en el terreno político. La historia estará vinculada con la vida del suegro de Adela, la exesposa de su hijo.
Cuando de amores se trata, si uno de los componentes es lo prohibido, el suceso toma una envergadura superior, y éste me lleva a una trama de lo más atractiva, y en épocas de la suelta de emociones reprimidas, este se convierte en un coctel explosivo, y que deja mucha tela para cortar. En épocas del segundo gobierno de Perón, Evaristo Mendizábal era el escribano del poder, era el letrado que convertía en posible los manejos espurios que en el poder de entonces no cerraban con las gestiones normales de ninguna administración, él era el letrado que con su firma avalaba desde un dolo hasta el dibujo de un balance, en esa época era moneda corriente soslayar el digno ejercicio de la lealtad y la honradez, hasta podríamos sostener que era hasta meritorio, así de informales eran las cosas durante esos tiempos.
Para entonces Evaristo Mendizábal estaba casado con Carmen Barrios, una hermosa morocha que había conocido durante la etapa de la facultad, ella era cordobesa de Villa María, que luego de terminar su carrera, y al haber conocido a Evaristo, se habían radicado definitivamente en la Capital Federal ella había terminado psicología y ejercía también en presidencia. Evaristo y Carmen se habían casado y tuvieron solo un hijo.
La exigencia a la que se veía sometido por el gran caudal de trabajo y debido a su particular participación en los asuntos del poder, al escribano le asignaron un chofer dado que sus horarios eran casi siempre extraordinarios, digamos no convencionales, a veces se lo requería en horas de la noche donde el ojo indiscreto no se entrometiera con lo que debía ser secreto. Por razones lógicas el chofer se había convertido en la mano derecha del escribano, atendía además de su necesidad de transportarse de un lugar a otro, sabía de su agenda como nadie, y como sabemos que el poder lo da la información, en poco tiempo el chofer (Gino Curti, un italiano extrovertido, entrador pero muy discreto, y protagonista del relato, casado y coincidentemente con su jefe, tenía un solo hijo) pasó a formar parte de la elite del poder, el confidente, el que conocía al pie de la letra cada acuerdo que debía firmar, dónde convenía poner la firma, que le reportaría mayor beneficio, hasta podemos decir que se ocupaba de todas sus necesidades, y los de su esposa psicóloga, también…
Los días pasaban tan asimétricos que la rutina se moría de vergüenza y callaba ante el sentido del trámite, preocupada más por lo que debía callar, que lo que tenía para decir. Entre sus tareas diarias, que sí conformaban una mini rutina, era la de llevar, luego de dejar a Evaristo en su estudio, a su esposa Carmen a su consultorio, había trabado por cotidianeidad, casi un acercamiento que románticamente podríamos llamar cuasi familiar, también ella lo tenía como su primer crítico desde la indumentaria que le venía bien, según el día, de los lugares donde le convenía almorzar, dado que en varias oportunidades por motivos de horarios le había tocado acompañarla, y eso le daba un rango de consejero y chofer al mismo tiempo.
Una tarde en las que las cosas no andaban