Saudade. Susana García Nájera

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Название Saudade
Автор произведения Susana García Nájera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418759475



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los maridos y los padres, y de las faenas de la casa, se muestran tal y como son, bajo el cielo del nuevo día y con el Atlántico de fondo. Mientras se dirigen en grupo hacia la playa, una cuenta algo, la otra la interrumpe y una tercera le propina un codazo en broma. El resto ríe. Luego la que encabeza la marcha canta Catro vellos mariñeiros con una voz nítida y potente y las demás, también Antía, la siguen a coro en el estribillo.

      —¿Y esas ojeras? —le pregunta Nati, aparte.

      —Duermo mal.

      —¿Ya se fue Zaquiel?

      —Sí.

      —¿Y Xaime?

      —A punto de chegar.

      —Zaquiel quiere falar con Xaime y explicarle... —dice Antía, sin dejar de rastrillar.

      —Falar? Pero qué parvo. ¿Qué quiere, que le mate?

      —Eso le he dicho yo.

      A cada rastrillada aparecen almejas y berberechos, como si brotasen de la tierra, entre las piedras y la arena. Las mujeres no dejan de recoger y echar las piezas al cubo, que va llenándose rápidamente.

      —Lo mejor es que huyáis. Lejos. Cuanto más lejos, mucho mejor.

      —¿Tú crees? —le pregunta impaciente.

      Antía se detiene unos segundos a descansar y apoya sus manos en el extremo del rastrillo esperando la respuesta que quiere oír de Nati, pero esta no dice nada.

      —Zaquiel dice de irnos a Granada.

      —A Granada, a la China... ¡Adonde sea!, pero enseguida.

      —No es tan fácil.

      —¿De cuánto tiempo estás?

      Antía se sorprende ante la pregunta hecha así, a bocajarro, y piensa que no le puede ocultar nada a Nati.

      —De poco, muy poco —responde fatigada.

      —Si no lo quisieras... Ya sabes que mi madre podría solucionarlo y nadie tiene por qué enterarse. Esto es solo cosa de mujeres.

      —No sé qué hacer, la verdad.

      —Pues decídete rápido —le aconseja Nati y luego acaba con la frase que ya han escuchado, por desgracia, demasiadas veces—: «Cuando el viento sopla airado, no hay paz en ningún lado».

      Ambas amigas siguen trabajando mano a mano, en silencio, una hora más. Antía está tan entretenida recogiendo el marisco que por un momento se le olvida todo y vuelan sus preocupaciones junto con las gaviotas. Se relaja a pesar del dolor de espalda, pese a llevar tanto tiempo agachada. Siente la brisa suave y fresca y no quiere estar en ninguna otra parte. En ese instante, piensa que todo se solucionará. Nati le dice que las almejas son tan grandes que ni hace falta usar el calibre para ver que cumplen de sobra con el tamaño permitido. Entre las dos, pasan el marisco de los cubos a las sacas y dejan estas a buen recaudo junto a las rocas. Luego, cambian el sacho por la fisga y se adentran en el agua cristalina hasta que les cubre por encima de las rodillas. Buscan a través del agua los agujeros en la arena e introducen la varilla para atrapar las navajas. Durante los pocos minutos de descanso que se permiten, las mujeres se estiran y se colocan de frente al sol. Acostumbradas al cielo enmarañado, intentan robar hasta el último de sus rayos, como si pudieran custodiarlos para cuando no haya. Saben que se les quemará la cara y que también les escocerá cuando el agua salada las salpique, pero esos momentos, tan cálidos y libres, son solo suyos y de nadie más. Ya vendrán lluvias y nubes grises y días rotos, y ellas tendrán sus rayos de sol guardados en los bolsillos.

      Por la tarde, Antía prepara la merienda a sus dos hijas, queso fresco con membrillo, y se sienta junto a ellas. De la caja de costura, coge unas tijeras y con una de las puntas va descosiendo medio palmo del bajo de la falda de Elba, para que le dure un año más. Su hija mayor crece deprisa. Luego, mientras cose el nuevo dobladillo, escucha a las niñas hablar sobre la llegada de su padre. La pequeña, Esther, apuesta a que será esa misma tarde y en cuanto oye cualquier ruido fuera, se estremece y pone una cara muy rara, alzando mucho las cejas y abriendo desmesuradamente los ojos. Cada vez que pone esa expresión, su madre y su hermana se parten de risa y le toman el pelo continuamente. Ella se enfada, pero se le pasa al instante. Elba dice que será dentro de tres días, justo el Domingo de Ramos, a lo que Esther responde que para eso falta mucho tiempo. También imaginan que traerá un montón de regalos de Argentina y Antía les aconseja que no esperen demasiado, recordando alguno de los párrafos de la carta de Xaime donde decía que venía con las manos vacías.

      —No inventes, Esther. Eso no es verdad —le dice Elba.

      —Sí lo es. Allí viven desde entonces —responde ella categóricamente.

      —¿Cuándo dijo eso? —le pregunta Esther recelosa.

      —Cuando nació la hermana de Blanca y fuimos a su casa a conocerla. ¡Qué chiquitita que era Carmiña! ¿Verdad, nai?

      Antía asiente divertida, sin levantar la vista de la costura.

      —¿Entonces no viven en un castelo? —pregunta Esther a su madre.

      —No lo creo.

      —¿Y no tienen cabalos?

      —Cuando se fueron de Cambados no llevaban ninguno, que yo sepa —responde su madre guiñando un ojo a Elba.

      —¡Me da igual lo que digáis! Ahora son ricos, como lo seremos nosotros cuando llegue pai —dice Esther enfurruñada, pero al segundo se le ilumina la cara e improvisa—: Quizá todos nos vayamos también a vivir a Madrid, ¿verdad, nai?

      —¿A Madrid? —pregunta Antía, que deja de coser y pregunta a sus hijas—: ¿Y si nos fuéramos a Granada?

      —¿¿¿A Granada??? —repiten las dos niñas como si fuera la primera vez que escuchan el nombre de esa ciudad. Quizá lo sea.

      —Madrid. Es mejor Madrid. —Esther asiente con la cabeza mirando a su madre y a su hermana—. ¿Verdad que la nai de Blanca te dio la dirección de su nueva casa? ¿Verdad que sí? ¿Verdad?

      —Así es. Victoria me dio sus señas —dice la madre mientras remienda ahora unos calcetines—. ¡Quién sabe si algún día...!

      Las niñas siguen hablando, pero ahora lo hacen sobre la Pascua y la procesión del Viernes Santo, que es la que más les gusta a todos los niños, en la cual se produce el encuentro entre Jesús y su madre, la Virgen María, en la plaza de Alfredo Brañas.

      Sin embargo y pese a las predicciones, Xaime no viene ni esa tarde ni ninguna otra de la semana; tampoco el Domingo de Ramos. Lo que sí llegan son tormentas con fuertes vientos del norte que provocan lluvias persistentes, desbordamientos, goteras y cielos más negros que los mismos cuervos. Las niñas ya no hablan del padre, ni de caballos, ni de castillos. Asisten al colegio, como todas las mañanas, y por las tardes ayudan a las mariscadoras en la lonja y a las redeiras a coser y a secar las redes en