Название | Saudade |
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Автор произведения | Susana García Nájera |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418759475 |
—¿Sin ti y las niñas?
—Podrías pedir asilo.
—En este momento, los franceses solo están pendientes de no perder sus colonias. Poco caso me harían.
—Pide ayuda al partido, que te busquen un sitio. Tú llevas años ayudándoles, que ahora lo hagan ellos.
—El nuevo partido ya no apoya a la resistencia, y menos a la rural.
—Pues vete al monte, con los otros.
—El monte ya no es seguro.
—¿Qué? ¡Tú siempre me has dicho que lo era!
—Para que estuvieras tranquila, pero cada vez es más peligroso. La Guardia Civil peina todo el monte con batidas. Llevan perros de caza, queman los campos para que ya no se pueda vivir de ellos ni dar cobijo.
—¡Jesús!
—Están infiltrados con los maquis. Ya ni ellos mismos saben quién es quién. Cada vez son más las zonas en que los propios paisanos apoyan a la Guardia Civil.
—¿Los mismos vecinos?
—Es una locura, prefieren denunciar a los del monte para que estos no les roben su comida o el ganado.
—Cuando hay hambre...
—Los vecinos ayudando a las fuerzas del orden de la dictadura; es lo último que hubiera imaginado.
Antía reparte la masa en cuatro porciones más pequeñas y las deja reposar. Cuando los panes se han hinchado, los cubre con su mandil para que no se escape el calor. Fuera, el viento no deja de aullar, una corriente de frío entra sin avisar por debajo de la puerta y le congela la espalda que tenía sudada por el esfuerzo del amase. Antía toma el cuchillo más afilado que tiene, asesta a los panes diversos cortes lineales para que no queden huecos por dentro y los mete en el horno. Exhausta por la faena, se da la vuelta y se enfrenta a Zaquiel.
—No es buena idea que te quedes aquí. —Ella niega una y otra vez con la cabeza—. Somos la comidilla del pueblo. Seguro que se lo dirán sus hermanos en cuanto llegue.
—¿Y si huimos los cuatro? —le propone él buscando sus ojos—. Podríamos ir a Granada. Tengo familia allí que nos podría ayudar.
A Antía le flaquean las fuerzas.
—Y empezar de cero... —responde pensativa.
—De cero.
—¿A Granada? —pregunta ella mirándole de frente y esbozando la primera sonrisa de la mañana—. Nunca he salido de Cambados.
—Es una ciudad preciosa, Antía. Y si no es en la misma Granada, podríamos vivir en algún pueblo de la Alpujarra. Allí jamás nos encontrarían. A las niñas les encantaría. No llueve tanto como aquí, los días son siempre soleados.
—¿Y el mar?
—Me temo que está un poco lejos —le contesta Zaquiel ladeando la cabeza—, pero hay muchas montañas.
—No sé si sabría vivir sin mi mar... —suspira ella.
—Te acostumbrarás —responde él acariciándole el brazo.
—Pero es un viaje muy largo —dice Antía azorada, poniéndose las manos en la tripa.
—Lo haremos en varios días, con precaución.
—En algún momento darán con nosotros —exclama acobardada, secándose el sudor de la frente con la mano.
—Solo necesito un poco de tiempo... —suplica Zaquiel.
—¿Tiempo? —le pregunta Antía.
—Sí, claro; para organizar el viaje y el alojamiento, hablar con algunos contactos, preparar la ruta más segura...
—No, no, no. ¡Quiero que te vayas! Tú solo. Quizá, más adelante, nosotras podamos reunirnos contigo.
Zaquiel se queda callado unos segundos. La sonrisa que hace un rato tenía se ha convertido en una mueca apretada.
—No me voy a marchar yo solo a ninguna parte —comienza a decir despacio—. No lo he hecho antes ni lo voy a hacer ahora. Me quedaré en mi casa y que venga a buscarme allí tu marido o la mismísima Guardia Civil.
Zaquiel, ofendido, se dirige a la puerta, la abre para irse, pero cuando está a punto de salir duda unos segundos, da media vuelta y va hacia Antía. Agarra su cintura, pega su cuerpo al de ella y la besa conteniendo la respiración. La toma de la mano y la arrastra hasta el dormitorio. Ambos se desnudan con avidez mientras se comen la boca, se muerden el cuello, hunden dedos en la carne del otro y se tumban en la cama que tantas veces los acogió. Hacen el amor con prisas y mucho deseo, como lo hicieron la primera vez, como lo hacen ahora sabiendo que posiblemente sea la última. Cuando acaban, agotados y vacíos, él apoya su cabeza sobre el abdomen de Antía y ella, en su afán de protegerlo, le rodea la cabeza con sus brazos.
—Por última vez... —comienza a decir ella, pero Zaquiel la interrumpe.
—No.
—Entonces te va a matar —sentencia ella abrazándole con más fuerza aún mientras se le escurren las lágrimas.
—Me voy a morir de todos modos.
Así permanecen hasta que llega la aurora y la habitación se inunda de un color rosado. Con los primeros rayos de sol, Zaquiel se levanta y se viste. Besa a Antía en la boca y en el pelo y apoya su frente contra la de ella durante unos segundos.
—Piensa en lo que te he dicho —y le susurra—: las niñas, tú y yo.
—Empezar de cero —acaba la frase Antía cerrando los ojos, tragando saliva y asintiendo despacio con la cabeza.
—Dales un beso de mi parte.
Aquella fue la última vez que lo vio con vida.
***
Dos años antes, Antía se quedó preñada también, pero solo lo supo cuando lo parió muerto; era un varón. Hoy el techo se le antoja más cercano a su cabeza y las paredes más estrechas. Se levanta de la cama y se acerca a la ventana. Por el color del cielo, sabe que ya es hora de ir preparándose, así que se viste con la ropa de faenar y sale por la puerta de la casa cerrando despacio para no hacer ruido y despertar a las niñas. Antía corre unos metros y alcanza a un grupo de mujeres que, andando, se apresuran hacia la playa.
—Bos días, mulleres.
—Bos días, Antía.
—Hay marea viva, hay que aprovechar —dice una.
—Hoy será un buen día de marisqueo —añade otra.
Cuando llegan a la cofradía ya está dentro el patrón mayor, que las informa de lo que ya saben, que es uno de los días del año de más acusada bajamar y que por eso se puede recoger marisco en cualquier sitio de la playa donde la mayoría de los otros días no llegan.
—¡Vivan las cocas de marzo! —vitorea una mujer.
—¡Y viva san Antonio! —aplaude otra mientras el resto la sigue.
—Venga, señoras —dice el patrón, pidiendo silencio con los brazos alzados—, que no tenemos todo el día.
El hombre continúa hablando de qué marisco deben recoger ese día, molusco bivalvo exclusivamente, y luego les detalla a cuántas pesetas está en la lonja el kilo de la navaja, el del berberecho y el de las diferentes almejas: la fina, la babosa y la japónica.
—Tenéis hasta las doce del mediodía, así que ¡espabilad!, que ya sabéis el refrán.
—«El mar y la marea ni se paran ni esperan» —corean todas las mariscadoras al unísono.
—¡Pues andando! Buena jornada a todas —se despide el patrón.
Las mujeres