Breve historia de España para entender la historia de España. Manuel García Cabezas

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Название Breve historia de España para entender la historia de España
Автор произведения Manuel García Cabezas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788411141741



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pero repetidamente los intentos fracasaron. Quedaba el reino (o reyno) de Navarra. Este reino había tenido su apogeo a principios del siglo XI, con el rey Sancho III el Mayor, que casi consigue el solo la unidad peninsular; después de ese periodo, Navarra fue perdiendo importancia y territorios ante la pujanza de sus vecinos los reinos de Castilla y Aragón. En el siglo XV, el reino de Navarra (que comprendía territorios a este y al otro lado de los Pirineos) entra en un periodo de decadencia y de luchas internas entre facciones nobiliarias que acaban, para resumir mucho, ligando el reino a intereses franceses, en contra de las pretensiones dinásticas de Fernando el Católico. En 1512, finalmente el rey Fernando decide acabar con esa situación y ordena a don Fadrique Álvarez de Toledo, II duque de Alba, la conquista del reino pirenaico. Apoyados por fuerzas voluntarias alavesas y guipuzcoanas, las tropas del duque de Alba completan la conquista de todo el reino hasta los Pirineos (los últimos reductos de resistencia fueron en el castillo de Maya/Amaiur, hasta el 19 de julio de 1522, y en la fortaleza de Fuenterrabía, que resistió hasta marzo de 1524). A pesar de intentos de reconquistas de fuerzas navarras—francesas, en 1512, las Cortes de Castilla anexionaron Navarra al de Castilla, con la promesa de mantener sus fueros y sus Cortes, cosa que sucedió hasta 1841 cuando el hasta entonces denominado reyno de Navarra desparecería oficialmente.

      El proceso unificador de los Reyes Católicos comprendió tanto la existencia de una única dinastía en los reinos peninsulares (excepto Portugal) como la neutralización del poder nobiliario (a los que convirtió en aristocracia cortesana y honorífica), la creación de un embrión de ejército nacional, las reformas de la iglesia española (como por ejemplo, la instauración de un regalismo que permitía a los soberanos intervenir en los nombramientos de cargos eclesiástico, además de otras reformas emprendidas por el cardenal Cisneros) y la unificación religiosa de los súbditos. En este último aspecto, tomaron dos decisiones controvertidas en su tiempo y, con cierta falta de perspectiva histórica, mucho más criticadas en la actualidad: la instauración de la Inquisición y la expulsión de los judíos, decretadas ambas en el año 1492. Los dos hechos han pasado a formar parte de eso que se llama leyenda negra de España.

      La Inquisición española, o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, fue fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. La Inquisición española tiene precedentes en instituciones similares existentes en Europa desde el siglo XII, especialmente en la fundada en Francia en el año 1184 para combatir la herejía albigense. La Inquisición, como tribunal eclesiástico, solo tenía competencia sobre los judíos que habían renegado de su fe y se habían bautizado, aunque su jurisdicción se extendió a la práctica totalidad de los súbditos del rey de España. Hoy día, la labor de la Inquisición española está en revisión y se puede afirmar categóricamente que los juicios y los resultados de los mismos no fueron tantos como antaño se dijeron, aunque la represión moral y psicológica no fue desdeñable e indudablemente contribuyó de manera decisiva a la unidad religiosa de la España que surgía en el siglo XVI. Su abolición sería aprobada en las Cortes de Cádiz en 1812 por mayoría absoluta, pero no se abolió definitivamente hasta 1834.

      En parecida dirección iba encaminada la orden de 1492 por la que los Reyes Católicos ordenaban la expulsar a los judíos que no renegaran de su religión. Los judíos tuvieron larga historia de represión en la España desde los visigodos; no solo en España, sino entonces y después en casi toda Europa. La religión, pero también su forma de vivir y las actividades a las que se dedicaban, procuraron siempre la animadversión de los cristianos; a veces se les consideraba como una quinta columna de las previsibles amenazas del mundo musulmán. Unos ciento cincuenta mil tuvieron que abandonar España con la orden de expulsión de 1492; la mayoría emigraron al norte de África y otros se dirigieron a Portugal, Países Bajos y los Balcanes. Hay algunos autores que piensan que esta decisión de los Reyes Católicos libró a España de futuras guerras de religión que asolarán otros países europeos, como Francia.

      El último escenario al que prestaron atención los Reyes Católicos durante su reinado fue el de Italia, donde Fernando se empleó con astucia y sentido de estado para defender las posesiones e intereses heredados como rey de Aragón. Allí chocó con las pretensiones de los franceses y los conflictos dieron lugar a una serie de guerras que habrían de durar hasta mediados del siglo XVI. En estas guerras acabó de deslumbrar como genio militar y político Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, quien, aunque castellano, defendió los intereses de Aragón como propios, un símbolo más de la unidad conseguida entre los dos reinos. En Italia nacería un nuevo ejército, basado en la infantería —no en la caballería aristocrática de la Edad Media— y que habría de dominar los campos de batallas europeos durante siglo y medio. Las batallas de Ceriñola y Garellano (las dos en 1503) son algunas de las que conviene acordarse para hacer justicia al Gran Capitán.

      Sin embargo, todos los esfuerzos desplegados por Isabel y Fernando casi van al traste cuando la muerte inexorable acechaba a los dos reyes. Su unión matrimonial había sido una casualidad (pues ninguno de los dos estaba llamado a ser rey o reina de sus respectivos territorios) y su sucesión fue un cúmulo de infortunios que pudo acabar lo contrario de lo que ambos planearon. Su primogénito, el infante don Juan, murió prematuramente en 1497 (en Salamanca, camino de la boda de su hermana); su hija Isabel se casó primero con el infante Alfonso de Portugal, pero este murió y se casó entonces con el padre de su difunto marido, el rey Manuel I —con lo que la unión con Portugal parecía asegurada—; pero al dar a luz a un hijo, Isabel murió. Las esperanzas de la sucesión pasaban a este hijo, Miguel, jurado heredero de Castilla, de Aragón y de Portugal, pero un año después de su nacimiento murió en el 1500. Otra hija de los Reyes Católicos, Catalina, se casó con el príncipe inglés Arturo Tudor y, cuando este murió, con el rey Enrique VIII de Inglaterra, que es bien conocido que la repudió y el matrimonio acabó mal. Quedaba otra hija a los Reyes Católicos: Juana, a la que todos conocemos como Juana la Loca. Juana se casó en 1495 con Felipe de Austria, conocido por estos lares como Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I de Austria; para consumar el matrimonio Juana tuvo que abandonar Castilla por Flandes y allí tuvieron un hijo, Carlos, nacido en el año 1500; pero nadie esperaba que ni los padres ni el hijo ocuparan algún día la corona de España. Pero las casualidades y la historia tenían otro destino.

      Isabel la Católica murió el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo y en su testamento pidió que se le enterrara con humildad en el monasterio de San Francisco de la Alhambra. Fernando quedó viudo y sin derecho a ocupar el trono de Castilla, que pasó a Juana; como ya se le detectaban rasgos de locura, en Salamanca se acordó que el gobierno castellano fuera compartido entre la reina Juana, el consorte —también rey (Felipe I)— y Fernando el Católico. Pero pronto surgieron desavenencias entre suegro y yerno y Fernando abandonó Castilla en 1506 para irse a su reino de Aragón. Pero unos meses después, en ese mismo año de 1506, muere repentinamente Felipe (I) —por beber agua fría tras llegar caluroso de una jornada de caza— y se nombra regentes del reino al cardenal Cisneros y a Fernando hasta que se hiciera cargo del trono el príncipe Carlos cuando fuera mayor de edad.

      El rey Católico, instalado en su reino de Aragón, se casó con Germana de Foix, francesa ella, mucho más joven que él, y entre lo ardiente de la francesa y el ímpetu que demostró el rey Fernando en tener nueva descendencia que heredara su reino de Aragón, murió en Madrigalejo (Cáceres) en 1516. Fernando tuvo