Название | No te arrepientas de quererme |
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Автор произведения | Gema Guerrero Abril |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730412 |
—¿Vienes a ver a tu padre?
—Sí, claro. Espero poder verle y… —Alba notó un nudo en la garganta; no se imaginaba cómo se iba a encontrar a su padre.
—¿Estás bien? —le preguntó el médico guaperas.
—Sí, lo siento. Es que para mí mi padre es muy especial. Si le pasara algo, yo… yo… —Se tragó el nudo que se le formó en la garganta y miró hacia otro lado; no quería llorar delante del médico—. Perdone, es que no sé.
—No tienes que disculparte, es normal. Y, por favor, no me trates de usted. Me llamo Andrés. —Le tendió la mano y Alba se la estrechó.
—Soy Alba. Mucho gusto. —Alba retiró la mano; no le gustó mucho la sonrisa que vio en los labios del guaperas—. Voy a ver dónde está mi madre. Adiós.
—Por supuesto, pasa.
Entraron al hospital y Alba fue directamente a la ventanilla de admisión para que la informaran de dónde esperar para poder ver a su padre. Notaba la mirada del doctor en su espalda (bueno, mejor dicho, en su culo). En otras circunstancias se habría vuelto, le habría plantado cara y le habría soltado cuatro frescas, pero hoy no le apetecía. Le indicaron que esperase en la misma sala del día anterior. Supuso que allí estaría su madre y antes de entrar buscó su móvil en el bolso. Tenía que hacer varias llamadas.
La primera, al bufete. Tenía que explicar su ausencia, aunque al día siguiente tendría que volver a su trabajo. Habló con Beatriz, otra de los administrativos que trabajaban allí. Le contó la situación de lo que había pasado y esta le prometió hablar con los jefes y que después la llamaría para preguntarle novedades. Le tranquilizó saber que Beatriz se encargaría de lo más urgente.
—No te preocupes, Alba. Yo me ocuparé de todo. Cuando vuelvas hablamos. Por el trabajo estate tranquila.
—Gracias, Bea. Mañana volveré a la oficina, pero hoy necesito que cojas la carpeta con el caso de los Monreal. Suárez la necesita para esta misma mañana. Está sobre mi mesa, encima de todas, la encontrarás fácilmente. Es la roja y dejé un pósit encima con el nombre del caso. Si hace falta algún dato más, en mi ordenador está el archivo del caso. Ya sabes las claves.
—No te preocupes, yo me ocupo. Ahora estate tranquila. Luego hablamos.
—Gracias otra vez. Chao.
Después de colgar volvió a marcar el número de su hermano. Al tercer tono oyó su voz, que hizo que se le doblaran las rodillas. Las lágrimas se agolparon en sus ojos a la vez que intentaba tragar el nudo que notaba en la garganta.
—Pitu, ¡gracias a Dios! Por fin te encuentro.
—Alba, ¿qué ha pasado?
—Es papá —dijo al borde del llanto—. ¿Escuchaste mi mensaje?
—Sí, nena, lo escuché. Lo vi a las diez de la noche. Ayer tuve un día muy difícil y no tuve fuerzas para llamarte, lo siento.
—Ya. Papá tuvo un accidente. Aún no nos han dejado pasar a verlo, pero creo que hoy sí. —Alba hablaba atropelladamente y a su hermano le costaba entenderla.
—Alba, tranquila, ya verás como todo sale bien. Papá es muy fuerte.
—Mamá sigue como siempre y ya no puedo con sus pullas. Pitu, te echo de menos. No sé si seré capaz de llevar esta situación yo sola.
—Y yo a ti también te echo de menos, a todos, pero dame tiempo. En cuanto pueda volaré hasta allí. Voy a intentar aligerar este proyecto para poder cogerme unos días, pero no sé si voy a poder hacerlo pronto. Esto está cada vez peor, aquí también se nota la crisis y cada vez hay más competencia.
—Por favor, que sea cuanto antes. No sé si soportaré esto mucho más. —Suspiró y se dijo a sí misma: «Paciencia, Alba. Tu hermano volverá enseguida».
—Llámame en cuanto os digan algo más. Tengo que colgar, entro a una reunión. Dale un beso a mamá. Te quiero, peque.
—Adiós, Pitu. Yo también te quiero. Un beso.
Colgó el teléfono un poco más tranquila. Había podido hablar con su hermano y saber que iba a hacer todo lo posible por venir para compartir estos momentos la libró un poco del peso que sentía en sus hombros. Jesús era casi cuatro años mayor que ella, pero siempre habían estado muy unidos y desde que se marchó a Argentina Alba se sentía muy sola. Había ido a visitarle cada año por vacaciones y Jesús pasaba las Navidades en Madrid, pero para Alba era muy duro ir a la casa de sus padres y enfrentarse a las provocaciones de su madre. Todo le parecía mal. Juzgaba su trabajo como administrativo en el bufete, ya que Alba había estudiado Derecho y no le gustaba ejercer; tampoco le gustaba que Alba diera las clases de baile en el gimnasio, pues decía que esos bailes solo eran para mujeres fáciles; y, para colmo, no veía con buenos ojos que perdiera el tiempo cada vez que la llamaban del restaurante casi sin avisar. Todo lo que hacía estaba mal pensado, mal pagado o, en definitiva, era una cría que no pensaba nada más que en sí misma. Nada más lejos de la realidad.
Y la gota que colmó el vaso fue que desde que rompió con Israel, hacía casi dos años, la relación con su madre había empeorado considerablemente. No sabía cuál había sido el motivo de la ruptura; solo lo sabían unas pocas personas y a Alba no le apetecía contar la verdad. Solo se había acabado y punto redondo. Su padre no la presionó, pero su madre era otra cosa. A cada oportunidad le lanzaba una sarta de palabras hirientes. No se preocupó nunca de preguntarle a su hija si estaba bien, si necesitaba hablar con alguien, y a Alba que su propia madre la emprendiera así con ella la sacaba de quicio.
Inspirando profundamente, se encaminó a la sala donde debía esperar. Al abrir la puerta vio a su madre hablando con el médico moreno del día anterior. La verdad, era muy atractivo y, sin saber por qué, sintió que se ruborizaba. El estómago se le licuó y notó las piernas como de gelatina. Intentó disimularlo lo mejor que pudo y armándose de valor se acercó hasta ellos.
—Buenos días —saludó Alba a la vez que se acercaba.
—Buenos días. —El médico se volvió al escuchar su voz y la miró de arriba abajo.
—El doctor me ha dicho que en un rato podremos ver a tu padre. —Su madre se acercó a ella y le sonrió. Alba le devolvió la sonrisa.
—¿Cómo está mi padre, doctor? —le preguntó intentando controlar su voz, que le temblaba ligeramente.
—Estable. No ha habido cambios y eso para nosotros es bueno. Le vamos a llevar a una habitación para que esté más tranquilo y podáis acompañarle. Le mantendremos en coma de momento —su voz era grave y hablaba despacio, parecía nervioso—, pero ese no es el problema. Le decía a tu madre que lo que más nos preocupa es el coágulo de su cerebro. Esperemos que se vaya reabsorbiendo.
—Entiendo. ¿Y del resto de lesiones cree que se recuperará?
—Confiamos en que así sea. Necesitará mucha rehabilitación, pero creo que volverá a caminar sin problema. Sus piernas han sufrido muchos daños, al igual que alguna vértebra. Necesitará mucho tiempo de rehabilitación cuando despierte y se recupere. Además, tendremos que volver a intervenirle cuando pasen unas semanas. Su espalda necesita otra intervención para retirarle las placas que le hemos puesto.
—¡Oh, vaya! —Alba abrió unos ojos como platos. «Otra operación», pensó—. Aún no sabemos qué es lo que ha pasado, cómo ocurrió el accidente y qué es realmente lo que le ha pasado a mi padre. —Se retorcía las manos, más por lo que sentía al mirar a ese doctor tan atractivo que por los nervios y la tensión de esos dos días que llevaban.
—Yo solo sé las lesiones que hemos tratado. El accidente fue muy grave. Menos mal que llevaba puesto el cinturón de seguridad y le saltó el airbag; si no…, no sé, no estaríamos aquí hablando. — El doctor la miraba a ella directamente, como si estuvieran