No te arrepientas de quererme. Gema Guerrero Abril

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Название No te arrepientas de quererme
Автор произведения Gema Guerrero Abril
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730412



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en una silla.

      —Mamá, ¿estás bien? ¿Te traigo agua? —Alba le habló en voz baja y Caridad hizo un gesto con la mano derecha negando y se llevó las manos al pecho.

      —Un coma inducido, señora. Tiene un coágulo en el cerebro a causa del accidente y para estos casos es lo mejor. Esperamos que con los medicamentos se reabsorba sin tener que volver a abrir. — Esta vez fue el otro médico el que habló. Se agachó junto a Caridad para intentar tranquilizarla. Era moreno, con el pelo un poco largo y ondulado, ojos muy verdes, alto, muy atractivo, treinta y pocos años.

      —Pero un coma… —Caridad seguía con las manos pegadas al pecho, sollozando como una niña.

      —No se preocupe, está controlado. Pero como les ha dicho mi colega, el doctor Aguirre, hasta que no pasen veinticuatro horas no podemos asegurarles nada más. Está en la UCI. Allí estará vigilado.

      —¿Podemos verle? —preguntó Alba casi en un susurro.

      —Me temo que no. Váyanse a casa, intenten descansar. Mañana a las ocho podrán verle si todo ha ido bien esta noche. —Su voz era muy dulce y al mirar a Alba esta se quedó sin respiración. Tenía una mirada muy profunda.

      —De acuerdo, pero, por favor, si hay cualquier cambio…

      El médico moreno no la dejó terminar.

      —No se preocupen, les avisaremos con lo que sea, pero esperemos que no haga falta. Ahora váyanse a casa a descansar. Imaginamos que ha sido un día muy duro.

      —Gracias, doctores, eso haremos. —Caridad se puso de pie; parecía más tranquila—. Vamos, hija, llévame a mi casa.

      —Sí, mamá, te llevo a casa.

      Se despidieron de los dos médicos y se marcharon del hospital. Alba miró su reloj; era ya de noche, las nueve y media pasadas. Dudó si quedarse en casa de sus padres con su madre o dejarla e irse a su apartamento. Por una parte, su deber era acompañar a su madre; pero, por otra, necesitaba la soledad de su casa.

      Durante el trayecto ninguna habló. Caridad miraba por la ventanilla y Alba se dedicó simplemente a conducir, intentando no pensar en nada. Solo le preocupaba lo que el médico les había dicho. Un coma inducido era algo serio y un poco delicado. Tendría que confiar y esperar. Necesitaba ver a su padre para comprobar que estaba bien; era lo único que tenía, aparte de su madre, pero el apoyo de su padre para ella era lo más valioso que poseía en estos momentos.

      Su hermano no estaba allí, así que desde entonces la relación con su padre fue mucho más estrecha que nunca. Él sabía de las disputas entre su mujer y su hija, pero nada podía hacer y tampoco entendía los motivos que tenía Caridad para comportarse así con su propia hija. Para Alba, que su padre estuviera siempre cerca, la escuchara, la animara y la aconsejara era muy importante. «Se va a poner bien, se va a poner bien», se repetía Alba mentalmente mientras conducía en silencio. Con la ventanilla bajada, dejaba que el aire entrara en sus pulmones mientras llevaba a su madre hasta casa. No dejaba de repetirse que lo de su padre se quedaría en un susto. Su padre era muy fuerte, saldría de esa y ella estaría con él. Respiró el aire que entraba por la ventanilla. Era principios de mayo y ya se notaban las primeras bocanadas de calor.

      Al llegar al barrio de sus padres Alba aminoró la velocidad, buscando un sitio para aparcar.

      —No hace falta que te quedes, hija. Estoy bien —le dijo su madre, viendo que la intención de Alba era quedarse con ella.

      —Pero mamá, no sé si…

      —Estoy bien. No es necesario que te quedes conmigo, de verdad. Me voy a meter en la cama, estoy muy cansada. Y tú deberías hacer lo mismo. —Ni siquiera la miró al hablarle, parecían más dos extrañas que madre e hija.

      —Pero tendrás que comer algo, llevas todo el día sin comer nada. —Alba intentó razonar con su madre—. Subiré, te prepararé la cena y después me marcharé a mi casa, si es eso lo que quieres.

      —Hija, de verdad, no te molestes —la volvió a rechazar su madre, chasqueando la lengua como si le fastidiara.

      —¿Cómo puedes decir eso? Eres mi madre.

      —Si al menos tu hermano estuviera conmigo no me sentiría tan mal —afirmó Caridad a la vez que empezaba a sollozar.

      Alba se sintió muy mal. Ese simple comentario le hizo mucho daño. Vale, su hermano no estaba allí, pero ella sí, que también era su hija, ¿no? Pero estaba tan cansada que, sin ganas de discutir, dijo:

      —Vale, mamá, lo que tú quieras. No me apetece entrar en esa discusión contigo otra vez. Me voy a mi casa. Mañana vendré a recogerte sobre las siete y cuarto.

      —Bien, hija. Hasta mañana.

      Salió del coche sin decir nada más y Alba vio cómo se metía en su portal sin volver la vista atrás.

      Arrancó y se fue hasta su apartamento. Nada más llegar a su piso cerró la puerta y se apoyó en ella. Cerró los ojos un momento. Se sentía cansada y su madre… Notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Se despegó de la puerta y fue hasta su cuarto mientras se quitaba la ropa para darse una ducha. Estaba agotada por todo: el accidente de su padre, los nervios de no saber y, por si fuera poco, la actitud de su madre, que seguía siendo tan fría con ella como siempre. Lloró mientras el agua caliente caía por su cuerpo; lloró por su padre, lloró por su vida, que era tan vacía como ella se sentía ahora. Y sola, se sentía muy sola. Cuando no le quedaron más lágrimas salió de la ducha, se secó despacio y se puso una camiseta. Abrió la nevera. No le apetecía ponerse a cocinar, por lo que cogió un paquete de embutido, del armario sacó unas rebanadas de pan de molde y comió allí mismo, en la encimera de la cocina.

      Recogió lo que había usado y se metió en la cama. Allí volvió a llorar hasta quedarse dormida.

      Capítulo 2

      Cuando el despertador sonó, a las seis y media de la mañana, Alba seguía profundamente dormida. La noche anterior le costó conciliar el sueño y ahora estaba muy cansada, pero se levantó de golpe al recordar que podría ver a su padre. Se puso en marcha recordando que debía recoger a su madre y que juntas irían al hospital. Su hermano aún no se había puesto en contacto con ella. No sabía si habría escuchado el mensaje de voz que le dejó en el móvil. Intentaría llamarlo desde el hospital después de tener noticias sobre el estado de su padre.

      Se vistió con unos vaqueros ajustados y un jersey amplio de hilo en color beige, no se molestó en pintarse y se recogió su larga melena castaña en una coleta. Se calzó sus Converse y, cogiendo el bolso y las llaves, salió por la puerta.

      Al llegar a la calle de sus padres vio que su madre ya estaba esperando en el portal. Miró el reloj del coche: las 7:12. Bueno, por lo menos no podría reprocharle que llegaba tarde.

      Caridad abrió la puerta del coche y montó sin decir nada. Alba no se lo tomó en cuenta e intentando hacer las cosas bien preguntó:

      —Buenos días, mamá. ¿Has podido descansar?

      —Un poco. ¿Nos vamos? —propuso su madre mirando al frente.

      Alba suspiró, pero no dijo nada. Por lo visto, no iba a haber tregua. Ni un buenos días, ni si había dormido bien… Nada. Condujo en silencio hasta el hospital, donde dejó a su madre en la puerta de urgencias mientras ella iba a aparcar el coche.

      No sabía cómo acercarse a su madre. Después de tantos años todavía esperaba algo de cariño por su parte, pero ese cariño no llegaba, solo indirectas cargadas de veneno, frialdad y reproches por todo lo que hacía, desde su trabajo hasta su ya no relación con Israel.

      Después de dar un par de vueltas encontró un sitio y aparcó. Se dirigió a la puerta de urgencias con la cabeza en otro sitio y antes de entrar notó que alguien la cogía de un brazo.

      —Buenos días, señorita Pascual.

      —Buenos días. —Alba