No te arrepientas de quererme. Gema Guerrero Abril

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Название No te arrepientas de quererme
Автор произведения Gema Guerrero Abril
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418730412



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ir a hacer extras los sábados por la noche. A Sonia su pequeña cafetería le iba bien, había tenido muy buena acogida, siempre había clientes que atender. Era un sitio tranquilo donde poder tomarse un buen café y un lugar de reunión para charlar con amigos. No paraba y eso le encantaba. Había contratado a una chica que la ayudaba en todo lo que podía; así Sonia disponía de algo de tiempo libre para seguir con su baile y Alba tampoco tenía que preocuparse de ayudarle tanto. Óscar también colaboraba en el pequeño negocio, sobre todo los fines de semana. Las dos se partían de risa viéndole con un pequeño delantal y tomando nota de los pedidos de los clientes que acudían a la cafetería. Era un tipo enorme, fuerte, con la cabeza rapada, ojos muy verdes y una eterna sonrisa, pero todo ternura.

      Una mañana, en la oficina, mientras Alba estaba de papeleo hasta el cuello, sonó su móvil. Era su madre. Miró el reloj: las doce y media de la mañana. «¡Qué raro! —pensó Alba—. ¿Qué querrá?». Refunfuñando y poniendo los ojos en blanco lo cogió.

      —¿Qué pasa, mamá? ¿Algún problema? —preguntó en un tono lo más neutral posible. No se oía nada en el otro lado de la línea—. Mamá, ¿estás ahí? Mamá, contesta. —De pronto escuchó algo parecido a un gemido—. Mamá, ¿qué pasa? Me estás asustando.

      —Hija, es tu padre…

      —¿Qué ha pasado? —Alba tenía una relación muy especial con su padre. Se puso en tensión al momento. El estómago se le encogió de miedo.

      —Un accidente terrible. Alba, tienes que venir. —De pronto su madre rompió a llorar y Alba no se enteraba de nada, la cabeza le daba vueltas. Su padre no, por favor. Se puso de pie a la vez que iba apagando su ordenador y recogiendo las cosas de su mesa.

      —Mamá, cálmate, por favor. Dime dónde estás y no te muevas has-ta que yo llegue. ¿Has avisado a Jesús? —Jesús era su único hermano y trabajaba en Argentina.

      —No, no he podido. —De nuevo llanto.

      —Vale, yo me ocupo. Ahora tranquila, mamá. Y espérame, que voy para allá. —Colgó y salió disparada del despacho, gritándole a Beatriz que se iba, que era una emergencia, que avisara a los jefes.

      Llegó a casa de sus padres en menos de quince minutos y se encontró a su madre llorando a moco tendido en el comedor. Llegó hasta ella y se arrodilló delante.

      —Mamá, ¿qué ha pasado? —le preguntó bajito.

      —Ha tenido un accidente, Alba. Está muy mal, me han avisado desde el hospital. Por lo visto, le han arrollado y el golpe ha sido muy fuerte. —Su madre la miraba a través de las lágrimas mientras sorbía por la nariz.

      —¿En qué hospital está? —logró preguntarle con un hilo de voz, temiéndose lo peor.

      —En el central.

      —Vamos. Vamos, mamá, muévete.

      Tirando de su madre salieron a la calle y Alba cogió su coche. No se paró a pensar en si era una buena idea coger el coche según su estado de nervios; solo quería llegar al hospital y poder ver a su padre.

      Nada más llegar las hicieron pasar a una sala y no les dijeron nada más, solamente que ya vendría alguien a hablar con ellas en cuanto se supiera algo. Tocaba esperar.

      Caridad, la madre de Alba, se derrumbó en una de las sillas de la sala. Gemía, porque los ruidos que emitía no se podían denominar llanto. Se tapaba la cara con las manos y seguía con su lamento.

      —Ya le dije hoy a tu padre que tenía un mal presentimiento y ¡mira ahora! —Se sonó la nariz—. No me creyó. Y ya sabes que yo para estas cosas tengo un sexto sentido. ¡Si al menos tu hermano estuviera aquí…! —le dijo mirándola de reojo.

      Alba suspiró. Ella nunca se había sentido querida por su madre. No tenían lo que suele decirse una buena relación y no entendía por qué. Jamás hizo algo para disgustarla. Bueno, a ojos de su madre sí…, pero era su vida. Aun así, su hermano, Jesús (aunque para ella siempre sería Pitu), era el ojito derecho de su madre; no lo ocultaba ni lo negaba y desde que se marchó a trabajar a Argentina, hacía ya más de cuatro años, las pullas que le dedicaba su madre iban a peor. Cuando su hermano estaba en Madrid tenía un apoyo (aparte del de su padre, claro). Por eso decidió comprarse su propia casa e independizarse. Aguantar a diario los comentarios dañinos de su madre la tenía hundida de moral.

      —Mamá, Jesús está muy lejos. Voy a intentar localizarle, pero dudo mucho que pueda venir de inmediato, por lo que te pido paciencia.

      —Paciencia… Dios sabe que tengo mucha paciencia, pero para lo que me sirve contigo… —respondió sin levantar la mirada del suelo.

      —Mamá, déjalo. No vas a conseguir hacerme sentir mal. —Alba se levantó con gesto cansado y antes de empezar a discutir con su madre salió, dejándola sola en la sala.

      Llamó a su hermano al móvil. No sabía qué hora podría ser allí, supuso que más o menos la hora de comer. Al ver que no contestaba la llamada le dejó un mensaje en el buzón de voz:

      —Pitu, soy Alba. Verás, ha pasado algo… Papá ha tenido un accidente de coche. Aún no sabemos nada, está en el quirófano. Llámame en cuanto escuches el mensaje, por favor. Es muy urgente.

      Colgó y se quedó un momento en el pasillo, apoyada en la pared y con los ojos cerrados, intentando tranquilizarse y buscar fuerzas para enfrentarse a la lengua de su madre.

      Las horas pasaban con una lentitud pasmosa y nadie acudía a informarles de nada. No sabían qué era lo que había pasado, cómo estaba su padre ni la gravedad de las lesiones, solo que allí nadie venía para intentar explicarles algo. Las veces que Alba preguntó a las enfermeras recibió la misma contestación:

      —Aún está en quirófano, hay que esperar.

      El silencio en la sala donde esperaban solo lo rompía la madre de Alba con suspiros y sollozos. Alba, en el otro lado de la habitación, no se atrevía ni a acercarse. Le dolía ver a su madre así, pero ella no era su hermano y su madre no aceptaría ni su consuelo ni su apoyo. Le dolió, pero ya estaba acostumbrada.

      «Por favor, que no le haya pasado nada grave a mi padre. Por favor, que no le haya pasado nada grave, que sea solo un susto», se decía Alba para sí misma. Pero seguían pasando las horas y no tenían noticias.

      Alba se imaginaba mil cosas y ninguna de ellas la tranquilizaba. Necesitaba un café, pero no se atrevía a moverse de esa sala por si venían a informarles. Sentada en una punta de la sala, miraba a la puerta deseando que se abriera de una vez para saber. Necesitaba saber, la angustia la estaba matando.

      Anochecía cuando por fin se abrió la puerta de la sala y entraron dos hombres jóvenes con bata. Alba supuso que serían los doctores que habrían operado a su padre y de un salto se puso de pie y se colocó al lado de su madre. Esta, al ver a su hija cerca, en un impulso le cogió la mano.

      —Buenas tardes. ¿Son los familiares de Antonio Pascual? —El primer médico que entró por la puerta fue el primero en hablar. Era rubio, con el pelo rizado, alto, con los ojos marrones. Un guaperas.

      —Sí, doctor. Yo soy su mujer, Caridad, y ella es mi hija —se presentó la madre a la vez que levantaba la mano de Alba como si estuvieran en un ring y ella fuera la vencedora del combate—. ¿Cómo está mi marido?

      —De momento, estable, que es mucho decir dado el estado en el que llegó —les explicó el médico guaperas sonriendo a las dos mujeres—. Mi colega y yo le hemos operado y, de momento, no les podemos decir nada más.

      —¿Se pondrá bien? —preguntó Alba con un hilo de voz, mirándole a los ojos y tragando saliva, esperando ver su reacción al contestarle.

      —Esperamos que así sea. —El médico rubio la recorrió con la mirada y, con una sonrisa de medio lado, contestó sin dejar de repasarla con la vista—. De momento, solo nos cabe esperar. Las próximas veinticuatro horas son cruciales. Si para entonces no hay cambios, podremos confirmar que sí se recuperará. —Le dedicó