Название | No te arrepientas de quererme |
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Автор произведения | Gema Guerrero Abril |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730412 |
—Por cierto, ¿Óscar no iba a venir a colocar el neón de la entrada? Creo, amiguita, que te ha vuelto a tomar el pelo. Ya debería estar aquí, ¿no?
—Me dijo que vendría sobre las cinco y ya pasa de y media. De verdad, ¡hombres! Ya se lo haré pagar luego en la cama —le comentó con una pícara sonrisa. Sonia vivía con su novio, Óscar, desde hacía más o menos cinco años y se querían como el primer día.
—No hace falta que me des detalles, imagino por dónde vas —le contestó Alba, sonriendo al ver la cara de vicio que se le había puesto a Sonia.
Ambas estallaron en una carcajada a la vez que Óscar asomaba por la esquina, cargado con una escalera en una mano y una gran caja de herramientas en la otra, silbando una cancioncilla.
Se paró delante de la puerta y sonrió. Ver a su chica tan feliz le llenaba de alegría. ¡Por fin! Habían pasado por una mala etapa, casi estuvieron a punto de dejarlo. Con los nervios de la apertura del negocio y todos los preparativos que ello conllevaba, Sonia había estado en un plan que no todo el mundo hubiera aguantado lo que él llevaba a sus espaldas, pero nada mejor que ver feliz a su chica. Se querían y se entendían, y cuando Sonia por fin comprendió que sus nervios le iban a hacer cometer una estupidez reculó y, reconociendo (gracias a las charlas con Alba) que la culpa era suya, se disculpó con su chico y prometieron no volver a discutir de ese modo nunca más.
Se habían dicho cosas que ninguno sentía y Sonia, que no se mordía la lengua y podía ser muy dañina cuando estaba nerviosa, le dijo cosas muy feas a su novio; cosas que, después de hablarlas con Alba, se dio cuenta de que estaban mal. Menos mal que Óscar era como era, que si no…
—Bueno, esto parece que va en serio, ¿no? Hola, cariño —saludó a Sonia a la vez que soltaba la escalera y la cogía de la mano para darle un beso en los labios, muy de película de Hollywood. Alba no sabía dónde meterse, aunque ya conocía las muestras de cariño de esos dos y sus enfados, reconciliaciones y demás—. Hola, Alba. Gracias por ayudar a mi chica.
—¿Bromeas? ¿Y perderme todo esto? —respondió Alba, señalando con el trapo a su alrededor—. Por nada del mundo. Así me gano un café. Además, sabes que Sonia es parte fundamental en mi vida.
—Lo sé. —Se acercó a Alba y le dio un beso en la mejilla—. Veo que habéis terminado por aquí.
—Sí, cariño. Solo falta que acabes con el neón y mañana empezaremos a funcionar. ¡Qué nervios! —Sonia daba saltitos en el sitio y aplaudía como una niña.
Óscar se puso manos a la obra mientras las dos amigas volvían a entrar en el local y seguían ultimando cosas dentro. Todo parecía estar en orden. El local no era muy grande, pero Sonia le había echado el ojo hacía casi tres años; fue amor a primera vista y no se decidía a dar el paso hasta que, después de mucho meditar, hacer números y más números, se decidió. Óscar la animó desde el primer momento que se lo planteó y al ver que no estaba sola se lanzó de cabeza a su gran sueño: ser su propia jefa.
Las seis mesas que cabían en el local estaban limpias y vestidas con sus mantelitos en un azul muy suave; la barra, al fondo, con una gran cafetera, los servilleteros relucientes y un mostrador central, cerrado en una vitrina circular, donde se exhibían las pastas y dulces para acompañar el café o cualquier otra infusión.
—Solo me faltaría una cosa para que todo estuviera perfecto —le indicó Sonia a Alba, mirándola directamente.
—¿El qué? No me digas que se te ha pasado algo por alto porque no me lo creo. Con las vueltas que le has dado a todo, no me vengas ahora con esas.
—No, petarda. ¿Sabes qué falta? —Al ver que Alba negaba con la cabeza le dijo—: Tu acompañante para mañana.
—¡Vamos, Sonia, no me jodas! Sabes que no quiero hablar de ese tema. —Alba se separó de su amiga y se puso al otro lado de la barra. Sonia siempre estaba igual y a Alba no le gustaba que la presionara tanto con eso.
—No te mosquees, anda, pero deberías salir más, conocer gente nueva, airearte. —Sonia le hablaba sin levantar la cabeza mientras doblaba unos paños dentro de la barra—. Dale a tu cuerpo alegría, Macarena —le aconsejó mirándola de reojo y reprimiendo una sonrisa.
—Si ya salgo —se defendió Alba, evitando mirar a su amiga.
—Sí, ya sé con quién sales, con los rancios de tu oficina. Vamos, no me digas que te lo pasas bien con esa gente porque no te creo.
—Bueno, no son la alegría de la huerta, pero para tomar una copa y charlar no están mal —volvió a defenderse Alba—. Además, también salgo con los del gimnasio.
—No están mal, no están mal… Tú sí que estás mal. —Y suspirando dijo—: Cuando inaugure nos vamos a ir de juerga, a celebrarlo. Y cuando digo a celebrarlo ya sabes a qué me refiero. —Le guiñó un ojo con una mirada pícara.
—¿Y qué vas a hacer con Óscar? El pobre no se merece eso. —le preguntó Alba entre risas. Bien pensado, sí que le hacía falta una salida con su amiga; hacía mucho que no se lo pasaba bien.
Últimamente, con tanto ajetreo, no había tenido tiempo para sí misma. Entre su trabajo como administrativo en el bufete en el que llevaba varios años, las clases que daba en el gimnasio tres tardes por semana y los extras en el restaurante cada vez que la llamaban algún que otro sábado no tenía ni tiempo ni ganas de desmelenarse, pero Sonia tenía razón: de vez en cuando hay que darle marcha al cuerpo, aunque luego ese cuerpo tardara días en recuperarse, que ya no tenía veinte años. Iba camino de los treinta y todo pasaba factura.
—¡Bah! Óscar se puede venir. Así nos vigila los bolsos. —Estallaron en carcajadas de nuevo.
«Esta Sonia no tiene remedio», se dijo Alba. Pobre su chico, lo que tenía que aguantar…
Óscar, desde fuera, estaba encantado de volver a oír la risa de Sonia. Hacía mucho que no la escuchaba reírse así. Por eso se paró un momento y echó un vistazo dentro del local, asomando la cabeza desde lo alto de la escalera en una postura un tanto cómica. Desde luego, esas dos no podían estar tramando nada bueno.
—¿Qué es tan gracioso? —les preguntó subido en la escalera y asomando la cabeza por la puerta del local.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja! Nada, cariño. Tú a lo tuyo. Ya te contaré, ya. —Y volvieron a estallar en carcajadas.
Pasadas las nueve, Alba se despidió de sus amigos y se dirigió a su coche para llegar a su casa. Le encantaba su coche, había sido su última adquisición. Después de darle muchas vueltas y harta de perder el tiempo entre autobuses y transbordos de metro, se decidió y se compró su Citröen C4. Le encantaba salir de su trabajo y meterse en su coche sin preocuparse de la huelga de metro o de que el billete de autobús hubiera subido, la libertad de circular por Madrid con su música a todo trapo, canturreando mientras llegaba a su garaje y aparcaba en su plaza. Desde que se independizó no paraba, pero le encantaba su pequeño apartamento y la libertad que tenía. El no tener que dar explicaciones a nadie era un sentimiento maravilloso. Despidiéndose de sus amigos con una mano, se marchó a su casa con una gran sonrisa en la cara. Aún le quedaban cosas por hacer.
La inauguración del café de Sonia fue un éxito, estuvo lleno la mayor parte del día. Después de tanto tiempo de obras, la gente sentía curiosidad por ver cómo había quedado el local. Alba ayudó a su amiga a preparar cafés e infusiones, sirvió pastas, recogió mesas. Había reservado ese fin de semana para su amiga. Estaba agotada pero feliz, y más viendo a Sonia conseguir su sueño, tener su propio negocio.
Ella estaba feliz con los suyos. Había ido consiguiendo todo lo que tenía con mucho esfuerzo y trabajo, aunque a su madre no le hiciera ni pizca de gracia. Arrugó el ceño. La relación que Alba tenía con su madre no era mala, pero tampoco como a Alba le gustaría. Para Caridad, todo lo que hacía