Название | Damnare silentium |
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Автор произведения | Adrián Misichevici-Carp |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418996665 |
—¡Vámonos a nuestro manantial, tengo que decirte algo muy serio! —Lo cogió de la mano y salieron fuera, yendo hacia el lugar donde a ambos les encantaba estar acostados, escuchando el sonido del agua y los trinos de los pájaros.
—Según lo sabes —comenzó Emma, sentada junto al manantial—, desde febrero nuestro pueblo está deportando familias enteras de judíos. Nadie sabe cuánto durará esta situación ni cómo terminará. Nosotros teníamos nuestros planes que fracasaron por completo, así como los de tu familia, de los que me sigo lamentando. Tú me pediste la mano, antes de aquella noche fatal y yo acepté...
—¡Cariño! —intentó David decir algo, pero la chica le puso un dedo en los labios.
—¡Espera un minuto, déjame terminar, por favor! ¿Dónde me quedé? ¡Ah, sí! Matrimonio... Teníamos unos grandiosos planes, llegar a Holanda y casarnos, pero no fue así. Anoche tuve un sueño, en el que alguien me dijo que debíamos casarnos. Como no podemos encontrar un pastor, nos casaremos solos, bajo la mirada del que nos creó. ¡No me mires tan asustado! Significa mucho para mí. Quiero que vivamos como marido y esposa el resto del tiempo que nos está escrito estar juntos. ¿Estás de acuerdo, cariño?
—Sí, Emma —dijo David emocionado—. Pero cómo...
—Juramos para nosotros, uno frente al otro, y esto es todo. Ni a mi ni a ti no nos importa las diversas religiones organizadas. Sabemos muy bien que el Creador es uno para todos los alientos. Tú eres judío, yo soy católica; rompamos las fronteras y atémonos frente al Universo. Quién sabe cuánto nos queda, tenemos que apurarnos —le dijo Emma besándolo—. Déjame hacer los anillos. —Tomó dos briznas de hierba, de las que hizo dos pequeñas coronas—. Estos serán el símbolo de nuestro matrimonio hasta que podamos ponernos anillos reales. ¡Levántate!
Ambos se pusieron de pie y la chica dijo:
—¡Empezaré yo! Veo que te pillé por sorpresa. Escucha y recuerda, ¿de acuerdo?
David asintió en silencio, pero con una sonrisa de felicidad que no podía ocultar. Emma continuaba su ceremonia:
—David Stein, ¿amas a Emma Muller para jurarle amor, fidelidad y todas las otras...?
—Sí —respondió este—. ¡Juro amarla, serle leal y vivir solo para ella!
—¿La amarás mucho?
—Muchísimo, más que a mi vida —dijo David y la besó.
—¿Estás de acuerdo en tomarla como tu esposa, cuidarla, protegerla para bien o para mal hasta que la muerte os separe?
—Sí —dijo David solemnemente—. Lo juro ante nuestros testigos, este manantial y los pajaritos que nos cantan.
—Está bien —dijo Emma felizmente—, ahora pregunta tú.
—Emma Muller, ¿amas a David Stein, para poder jurar que serás suya y solo suya?
—¡Sí, juro ser solamente suya y vivir solamente para él!
—¿Aceptas tomarlo como marido, cuidarlo, ser la madre de sus hijos, amarlo para bien o para mal hasta que la muerte os separe?
—Sí, estoy de acuerdo —dijo Emma derramando dos lágrimas de felicidad—. Juro ante nuestros testigos que te amaré toda mi vida, hasta la muerte, solo a ti. Ahora nos ponemos los anillos y nos besamos como marido y mujer.
Se pusieron los aros de hierba, se besaron apasionadamente y se sentaron felices escuchando los sonidos del bosque. Estaban tan felices como si acabaran de casarse de verdad. Pero lo que pasó, se lo tomaron muy en serio.
—Que sepas, que hoy me quedaré contigo —dijo Emma, un poco tímida—. Quiero que tengamos nuestra primera noche, como todos los recién casados.
David permaneció en silencio, esbozando una sonrisa, mientras pasaba los dedos por el cabello de la chica.
El día pasó rápidamente, esperando emocionados la noche. Después de la boda estuvieron sentados mucho tiempo junto al manantial, luego caminaron por el bosque, casi en silencio y tomados de la mano. Al mediodía comieron algo rápido, y cerca de la noche hicieron una especie de limpieza general en la cabaña. Ambos parecían estar tranquilos y muy ocupados, pero en realidad eran dos volcanes emocionales, que a medida que se acercaba la noche, intensificaban continuamente su presión interior. Hasta entonces no se permitieron nada más que unos besos fugitivos. El amor siempre estuvo por encima de los instintos animales y los hizo usar guantes de algodón entre ellos. Pero ahora estaban casados. El momento que ambos habían esperado, en completo secreto, había llegado. Sus almas se llenaron de un miedo incomprensible, un miedo hermoso e inquietante del desconocido soñado. La falta de experiencia los hacía muy torpes y bastante vergonzosos cuando dejaban caer alguna palabra sobre lo que estaba por venir...
Cuando llegó la noche, todo estaba listo. La habitación brillaba, y encima de la mesa había una botella abierta de gewurztraminer, tomada por Emma del bar. Junto, en tres platos, estaban cortados: una barra de pan, unos huevos duros, unas patatas cocidas, un trozo de salchicha, un tomate y un pepino. Cerca de la pared había un chocolate y una vela encendida en un vaso con avena. Se acercaba la hora del banquete después de la ceremonia. Ambos estaban muy ocupados y llenos de hermosas emociones; David encendió el fuego para darle otra fuente de luz a la fiesta, y Emma preparaba la mesa cambiando continuamente los platos de lugar. La luz de la vela y el fuego del horno abierto le daba a la habitación un ambiente de cuento con todo tipo de sombras fantásticas bailando por todas partes, y el crepitar de la leña ardiendo imponía el ritmo.
En un momento dado, no tenían nada que hacer y no podían esquivarse más las miradas. Después de sentarse a la mesa en silencio, David sirvió un poco de vino en una taza y un vaso de cristal grueso. Brindaron sonriendo y aunque ninguno de ellos era bebedor, bebieron de un sorbo hasta el final. Se quedaron en silencio sin tocar la comida. David sirvió otra ronda, después de que no quedó casi nada en la botella. Emma tomó unos sorbos del licor semidulce, dejó el vaso sobre la mesa y se levantó tomando a su novio de la mano. Lo besó en los labios y sin ninguna palabra comenzó a quitarse su poca ropa de verano. David con nervios hizo lo mismo y después de unos momentos, se quedaron desnudos uno frente al otro con las miradas en el suelo. Parecían dos estatuas de la antigua Grecia que cogieron almas y, desorientadas, no sabían qué hacer a continuación. El desconcierto no duró mucho, los efectos afrodisíacos del alcohol, duplicados por el calor del fuego, libraron los instintos tan bien resguardados hasta entonces por el poder respetuoso del amor. Emma tomó su mano y la colocó sobre su pecho excitado, luego de lo cual juntaron sus labios en un baile frenético. David la levantó en sus brazos y la puso con cuidado en el lecho nupcial. Poco a poco, sus torpes movimientos se fueron convirtiendo en un baile de movimientos perfectamente coordinados, tiernos y suaves, que todos repiten desde que existe el amor. Las manos y los pies serpenteaban alrededor de sus cuerpos desnudos, y sus labios se ataban en agradables nudos. En un momento dado, después de tanta pasión vertiginosa, se convirtieron en uno. Emma se sobresaltó y viendo que David la miraba a los ojos con una especie de miedo, susurró:
—Continúa... —Después de lo cual cayeron ambos en un mundo completamente nuevo, desconectándose de todo, menos de la pasión...
Cuando regresaron al presente, ambos estaban acostados en la estrecha cama, cada uno mirando hacia un punto en el techo: ella con la cabeza