Название | Campo Abierto |
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Автор произведения | Max Aub |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788491343974 |
Otro ejemplo de utilización de esa sintaxis aparentemente caótica pero controlada a la perfección lo tenemos en las diez apretadas páginas dedicadas a la presentación de los casi doscientos peluqueros integrantes del batallón de los Fígaros (capítulo VI de la tercera parte) sobre muchos de los cuales se incluyen informaciones sintéticas que constituyen auténticos microrrelatos.
En contraste con la complejidad sintáctica, se encuentra la fluidez del discurso oral, a través de muchas páginas en que el narrador transcribe directamente los diálogos de sus personajes, unas veces constituidos por réplicas breves y rápidas y otras por fragmentos extensos, pero siempre captando con un oído extremadamente sensible las peculiaridades del habla coloquial, que más que imitar somete a una auténtica recreación literaria, como apunta Chabás.20 Léanse, como muestra de la primera posibilidad, la escena del capítulo final, en que se presenta al general Miaja intentando organizar con los escasos medios disponibles la defensa de Madrid, y de la segunda los soliloquios de Romualda, la mujer de Jacinto Bonifaz, en los capítulos II y VIII de la tercera parte.
En lo que respecta al léxico, la mezcla abigarrada de términos procedentes de los más variados registros es otra de las estrategias a que recurre el autor para captar la complejidad y el dinamismo de ese universo en ebullición. Es cierto que, como señalaba Soldevila, en Campo abierto se ha mitigado de modo notable el deslumbramiento que aquejaba al autor por las rarezas léxicas en Campo cerrado y Campo de sangre, y que el furor cultista y neologista que convierte en tarea imposible la lectura de ambas novelas sin el apoyo de un completo diccionario, ha descendido hasta límites tolerables; pero Aub no renuncia del todo al despliegue de su dominio de los más variados registros del idioma, como tampoco a su capacidad para la combinación y manipulación del material léxico, por lo que esta parcela del nivel verbal complementa y refuerza la función que ejercía la sintaxis como metáfora transparente del mundo que mediante este discurso se edifica. Basta un recorrido apresurado por las páginas de Campo abierto para constatar la presencia, si no abrumadora notable, de arcaísmos y términos en desuso (toroso, diserto, tarbea, aceto, bandolina, casilicio, mancerina, etc.), otros pertenecientes a un vocabulario muy específico (arrejacar, cuartón, alijares, balate, quijero), o rescatados directamente del habla popular, para emplearlos eficazmente en la caracterización de determinados personajes (rendivuses, pirriarse, amolar, asaúra, mandarria, gorigori, de extranjis; a ellos habría que añadir la frecuente utilización del valenciano con igual función caracterizadora). A esta riqueza han de sumarse las formaciones neologistas acuñadas por el propio Aub (enmarzar, gitánica, hablanchina, guiñotear, himnar, figarense, hambreada, encapillados y cienosa, entre otras) o los juegos conceptistas basados en la ambivalencia semántica y que se complementan con la exploración que emprende por su cuenta, desde la percepción especial del idioma que le presta su aprendizaje adulto de este, destinada a revitalizar los sentidos perdidos de las palabras. Esa reflexión puede deberse a un personaje, para quien adquieren sentido palabras que se emplean usualmente sin reparar en el valor metafórico que encierran («se sentía atado a la calle –las llaman arterias–, sentía cómo su sangre corría por ella, por ella y las demás. Sentía que Valencia era suya. Suya y de todos conjuntamente», piensa Vicente Farnals tras su discusión con Requena) o expresiones usuales que se le revelan de pronto con un sentido distinto («Dinero invertido, también aquello le había llamado la atención la primera vez que lo oyó –dinero al revés, lo de los pobres para los ricos», reflexiona el Uruguayo encerrado en su celda; «Lo aguantaba porque era un trabajador del demonio. Eso es: del demonio. ¿A quién se le ocurre ser radical-socialista en Burgos?», medita Claudio Luna, ante la perspectiva de tener que encargarse del fusilamiento del Maño); aunque también puede ser propiciada por el discurso del narrador, quien, directamente, o por medio de los personajes, reformula sistemáticamente las frases hechas más habituales (vio el mundo abierto, miel sobre vanidad, hablaba por los codos y coyunturas, a la fuerza de la costumbre ahorcan, etc.).
A esa riqueza del plano léxico contribuye, asimismo, la utilización moderada, aunque suficientemente perceptible, que Aub hace de su capacidad para la formulación de imágenes, en la que afloran sus antecedentes vanguardistas. El recurso a la imagen suele funcionar como elemento de caracterización expresionista de un personaje («la boca hija de un mandoble», se dice de Josefina Camargo; «el limón sin color de las mejillas», para describir la cara de un muerto) o de una situación, en este caso focalizada a través de la visión de un personaje que proyecta sobre ella su estado anímico: «empezaba a amanecer y todo, por la calle, parecía bañado en ajenjo», se dice respecto de Vicente y Asunción cuando conocen la muerte del padre de esta; «el silencio era demasiado grande –en extensión– para que intentaran trocearlo», se comenta a propósito del momento que precede al encuentro amoroso de Josefina Camargo y Santiago Peñafiel en el paisaje huertano; y Jorge Mustieles, angustiado en el momento de embarcar por la traición a sus ideales, siente que «la noche es un gran toro negro que lleva el barco en sus cuernos». Aunque en otras muchas ocasiones se trata más bien de desahogos líricos del narrador motivados por el puro placer del juego verbal: «escarola rizada, floridísima crestería amarilla, verdeante, asesinada por el rojo feroz de los tomates…», «los ventiladores aspeaban su impotencia…», «las ranas atan la noche sobre el río», etc.
Habría que referirse por último a la presencia, no demasiado importante aunque sí significativa, de recursos fónicos (aliteraciones, paronomasias, similicadencias), empleados siempre con efectos caricaturescos: mujerona jamona, balumba temblona o papalote con pápulas pueden servir como ejemplo junto al siguiente pasaje, en que se describe el comienzo de las relaciones del Maño con la familia de Claudio Luna:«le llevó a Burgos la pura casualidad, y la notoria popularidad e influencia celestial de Nuestra Señora del Pilar».
5. Tipología y recepción
La clasificación de Campo abierto como novela histórica está fuera de toda discusión; los diversos estudiosos de Aub han demostrado el rigor documental y la extrema fidelidad histórica con que opera a la hora de abordar la narración de los acontecimientos y la presentación de sus protagonistas, características evidentes tanto en esta como en las otras novelas integrantes de la serie.21 El profesor Soldevila, en el estudio introductorio a Campo cerrado incluido en este mismo volumen, dedica unas esclarecedoras reflexiones a la pertinencia de abordar las novelas de El laberinto mágico como realización del modelo «novela histórica»; su propia indefinición y amplitud le obligan, sin embargo, a un trabajo previo de sistematización, que lleva a cabo mediante el establecimiento de una tipología con la que delimitar el territorio de sus diversas manifestaciones: las novelas de este ciclo son, así, agrupadas por Soldevila dentro de aquel tipo de relatos históricos en los que «la referencialidad apunta predominantemente a un modelo de mundo real y verificable», el cual actúa «como apoyatura de un mundo imaginario, pero construido únicamente con efectos de realidad».
Resulta, pues, superfluo volver a insistir en el problema de la ubicación genérica de Campo abierto, pero sí quisiera, al hilo de este y ampliando las reflexiones de Soldevila, extenderme brevemente sobre la cuestión, no exenta de complejidad, de la recepción que un texto de estas características pudo y puede tener entre sus lectores. Y ello nos lleva, ante todo, a reconsiderar algunas aportaciones recientes, como la de Stierle, que se enfrentan al problema de la recepción de los relatos históricos partiendo de la necesidad de aclarar previamente su peculiar estatuto ficcional.
Cabe, así, interrogarse sobre en qué medida la recepción de Campo abierto puede ser abordada desde la noción de seudorreferencialidad que propone Stierle para explicar la recepción de los textos ficcionales. Según este, en tales textos, las condiciones de referencia no son asumidas como antecedentes extratextuales sino producidas por el propio texto; en caso contrario, se incurriría en la lectura ingenua de la recepción cuasipragmática en la que la ficción se deshace en ilusión.22 El lector de ficciones parte, pues, de la premisa de la independencia de los referentes textuales, de su falta de vínculos