Название | Fénix |
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Автор произведения | Rona Samir |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720562 |
Reflexionó sobre la ironía de su propia vida. Perdida en curvas descendentes, avanzando sin control hacia lo desconocido, y observando todo lo bello, lo que no le pertenecía, a través de un cristal. Si aceleraba lo suficiente y estiraba la mano, entonces lo tocaría y se sentiría parte de ello al menos por un instante, antes del fin.
Se adentró resignada en la última curva del desfiladero de montañas que cubrían la vista dilatando al espectador el placer hasta el último segundo.
Hacía cinco kilómetros un cartel anunciaba: “Usted está entrando al Condado de World’s end”, y a esta altura uno pensaría que se había perdido si no fuera que inequívocamente era la única ruta.
Súbitamente estaba ahí, en todo su esplendor, Shut Bay, donde según “el señor Google” se asentaba el centro cívico, y la mayor cantidad de habitantes.
Esto era lo más lejos de casa que podría estar. De hecho, si hiciese un kilómetro más, la circunferencia de la Tierra la acercaría indefectiblemente a todo lo que quería dejar atrás.
Solo he venido a perderme en el fin del mundo, como todos aquí.
El valle interconectado por lagos era la zona inmobiliaria más cara, por lo que, a pesar de necesitar del auto, prefirió buscar una pequeña casa en las afueras. Después de su entrevista laboral, por llamarla de alguna forma, solo debía visitar dos propiedades, una en Susanpeak y otra en Seven Falls, y decidirse por una.
Por lo que sabía, el lugar era bastante tranquilo. Solo lo usual; altercados domésticos; adolescentes manejando ebrios, y algún dealer de poca monta con el que habría que lidiar.
Tras bordear el lago principal y pasar por la calle paralela a la costanera frente a la mayor parte de los edificios gubernamentales, se estacionó en el aparcamiento de la jefatura.
A primera vista no parecía más que un pueblo grande de casas tradicionales, pocos edificios altos, y homogéneos en su estilo arquitectónico. Las piedras que provenían de la montaña y los troncos de los aserraderos eran la materia prima predominante. Aun así, aquí y allá se revelaban al buen observador detalles multiculturales, que no eran más que el reflejo de la sociedad que habitaba esos confines.
Se quedó con el motor en marcha por lo menos quince minutos, mirando el ajetreo diario de la dependencia policial.
El edificio en sí no era realmente feo, solo poco práctico y pasado de moda. Tenía una mezcla de construcción anglicana, que según leyó Mae en algún artículo, fueron los primeros en llegar a la zona, con detalles indefinibles como la cantidad y la antigüedad de las corrientes migratorias que se habían asentado desde el siglo XXVII.
En algún punto, lejos y hace tiempo, la mole probablemente fuera el orgullo del incipiente pueblo. Ahora, lo que realmente daría orgullo sería demolerla por completo y construir una nueva.
Las pequeñas ventanas segmentadas en paneles de doble vidrio, por detrás del nivel de la pared, le recordaron la masa de pan que hacía su madre. Ella hundía los dedos mientras leudaba antes de entrar al horno de ladrillos que estaba afuera, en el patio donde el sol desmayaba. Los “huecos” apenas dejaban entrar luz natural, que en estos lugares, de por sí era escasa casi todo el año.
Mae supuso que habrían querido conservar el calor de las estufas a leña, que en aquel entonces era el único combustible. Casi podía imaginarse aquella gente de piel verdosa y pálida, agorafóbica por opción, abocada a adorar los detalles de una vida simple.
Para ser un día de abril estaba bastante soleado y cálido, algo inusual en esa época del año. El personal entraba y salía como atareadas hormigas con sus uniformes negros en su versión veraniega de mangas cortas donde destellaban los atributos dorados.
Apuesto que esos uniformes ya estaban guardados cubiertos de nailon en algún placar. No me sorprendería que todos olieran a naftalina.
Finalmente se decidió, apagó el motor y se apeó con todo el aplomo que no tenía unos instantes atrás.
En el hall de entrada se dirigió a un pobre diablo que evidentemente no había leído el pronóstico, y sudaba profusamente en su uniforme de abrigo con mangas largas que trataba nerviosamente de arremangar.
—Lo siento, es que el aire frío del split no funciona.
Mae asintió con una sonrisa de cortesía poco natural. Se limitó a preguntar por el lugar y la persona de su cita, y recibió las indicaciones como para encontrar un tesoro, solo que sin un mapa.
Pensó en pedir que se lo repitiera, pero él ya tenía bastante con su propio sauna, así que decidió aventurarse y en tal caso preguntar a alguien más, si se perdía en el intento.
El interior del edificio, como se esperaba, era oscuro. Un total anacronismo, una pieza de museo. De paredes gruesas también de madera barnizada en un tono nogal, las hundidas ventanas se veían más minúsculas desde dentro, como si fuera un refugio de montaña en los Alpes suizos o un búnker de la Segunda Guerra Mundial. Los pequeñísimos paneles dobles se revelaban totalmente sucios con algún tipo de antihumedad entre sí, que fracasaban vergonzosamente en su cometido.
Mierda, no quiero pensar cómo serán las celdas de los detenidos.
El sistema de calefacción a leña había sido reemplazado por otro más novedoso… durante la Revolución Industrial. El agua caliente era trasladada a través de caños visibles en todas las paredes, rematando en radiadores que ya se podían ver en las películas blanco y negro.
En las mudas, diría yo.
El pasillo principal estaba decorado con las fotografías de todos los jefes predecesores, y a Mae le pareció por un instante la Casa de los sustos de las kermeses itinerantes que recorrían las ciudades del interior, como la de su infancia.
La mayoría deben ser solo fantasmas que merodean buscando máquinas de escribir y expedientes de papel.
Al final del pasillo no se pondría mejor. Un salón enorme dividido con separaciones vidriadas que formaban pequeñas oficinas, que creaban la ilusión de espejos infinitos donde todos eran exactamente iguales.
Hacia la derecha, una escalera con un cartel impreso en computadora y pegado a la pared, con cinta de embalar transparente mal puesta, anunciaba “subsuelo”.
El aire se volvía más vetusto a medida que descendía por los escalones de granito desgastado, y al pasar el último peldaño descubrió el motivo. Entre paredes que se descascaraban sobre manchas de humedad, estanterías metálicas hasta tocar el techo, explotaban de cajas de cartón y biblioratos cuyo contenido requeriría probablemente de una prueba de Carbono 14 para establecer la antigüedad.
Las ratas deben ser las mascotas. Tal vez las lleven a los procedimientos antidrogas, con bozales y correas. ¿Cómo no digitalizan todo esto? Creo que realmente entré en ese túnel del tiempo después de todo.
Avanzó dudosa esperando ver alguna otra indicación.
No creo que sea aquí… no puede ser…
Pero lo era. Bastó con girarse sobre sí misma para ver bajo la escalera, casi oculta, como un secreto deshonroso, la puerta del gabinete psicológico.
Estaba entreabierta, y era la hora acordada, así que entró sin más.
El lugar confirmaba absolutamente su viaje en el tiempo. Un ordenador con poco uso era más bien un adorno sobre el escritorio metálico de bordes redondeados, cuya capa de esmalte sintético gris pintado a pincel comenzaba a hacer pequeñas burbujas de aire.
Un archivero metálico de pie con cajones que se deslizaban sobre una guía engrasada, y que exhibían carpetines colgantes de color marrón con rótulos de marco plástico negro y acetato transparente, le pareció algo tan engorroso como absurdo, en plena era digital.
Okey, o el presupuesto aquí es paupérrimo,