Fénix. Rona Samir

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Название Fénix
Автор произведения Rona Samir
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878720562



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pero a la vez aliviado de que todo haya sido una tomada de pelo.

      —¿De qué te ríes? –preguntó con tono monocromático.

      Pero ante su mayor sorpresa, ella prosiguió en su propia línea temporal.

      —Estaba ansiosa porque el maestro de mi padre, Angelo Fabrizio, prometió mostrarme su paleta de acuarelas. Hace una hora que está hablando con mi padre, con el estuche metálico de las acuarelas en la mano, cruzado con una banda elástica, y ya amagó tres veces con que la iba a abrir, pero se distrae hablando y no lo hace. El muy anciano ahora hasta le sacó la banda elástica por completo, y mis ojos se adelantan para ver el contenido. Pero lo cierto es que después de más bla, bla, bla, le vuelve a poner la banda y, tras palmear a mi padre en el hombro felicitándolo por la muestra, se pega la media vuelta y se va.

       Me siento frustrada porque realmente quería ver esas acuarelas, pero la situación es sumamente graciosa.

      —Bien… creo que ya fue suficiente –el frustrado era Schteimberg–, a la cuenta de tres, vas a despertarte apaciblemente y a abrir los ojos. Uno… dos… tres –al tiempo que detuvo la aguja oscilante del metrónomo.

      Los ojos pequeños y oscuros, ahora puestos en él, le produjeron un extraño cosquilleo, que trató de ignorar mientras daba la vuelta y se sentaba nuevamente tras su trinchera.

      —Bien, esto es lo que vamos a hacer…

      El ring del teléfono quebró la frase.

      —Disculpe, doctor –podía oírse la voz de su secretaria al otro lado de la línea–, pero dice que es urgente.

      Bueno, sí, con él siempre lo es. Está bien, páselo, Sofía.

      Schteimberg hizo un movimiento sobre la silla giratoria, dándole la espalda a la niña, al tiempo que bajó el volumen del aparato.

      —¿Qué pasó, Israel?, ajá… ajá… okey, ¿pero usted hizo lo que yo le indiqué? No, no, la medicación tiene que tomarla tal como le dije en cantidad y horarios, y relajarse. Nooo, no va a pasar… claro que no se va a morir, Israel, confíe en mí…

      La voz del otro lado parecía colgar literal y metafóricamente “de un cable”. En este caso, de un cable gris enrulado, que unía el tubo del teléfono con el aparato, y que Schteimberg acomodaba nerviosamente con el dedo de la mano izquierda, mientras con la derecha alejaba de tanto en tanto un poco el auricular de su oreja, en un intento de no quedar sordo.

      El pobre diablo parecía desesperado, pero lo mejor que tenía su doctor era prometerle lo imposible; que no moriría…

      La niña reflexionó sobre esta vana ilusión, y con un suspiro de tedio se concentró en los muchos títulos con ribetes dorados y firmas grandilocuentes que se encontraban enmarcados en la pared. Sus vidrios necesitaban indefectiblemente limpieza desde dentro. Mucho más que el plumero superficial que pasaba eventualmente Sofía.

      Israel siguió con sus lamentaciones entreteniendo al Dr. Schteimberg aún de espaldas, por lo que tomó el recetario y una pluma costosa del lapicero (sobre esta había una pequeña inscripción tallada “Veritas” seguramente hecha en alguna relojería del centro por algún paciente agradecido) y comenzó a garabatear con ella.

      El psiquiatra finalmente se giró con un “lo espero la semana que viene”, y al momento de apoyar el tubo sobre el teléfono, se encontró con su firma inserta al final de una indicación en el recetario membretado.

      “Contención”, leyó mentalmente tratando de disimular su asombro ante la facilidad de esta niña de engañar hasta un perito grafólogo.

      Ahora, además de estúpido, se sintió manipulado por la inquietante visita.

      —Veo que eres realmente buena… ¿dibujando?... ¿imitando letras y firmas? ¿O haciéndote pasar por alguien más? –trató de no demostrar su enojo pero la voz entrecortada lo traicionó–. Y…¿cómo se supone que “yo” sugiero “contención”?

      Los pequeños hombros frente a él se encogieron brevemente.

      —No lo sé. Usted es el doctor.

      De vuelta, sentada en el pasillo, esperaba mientras su madre y doctor murmuraban frente a la puerta del consultorio.

      —Quiero que entienda que esta no es la misma niña que usted crio, Eleonor. Hay algo oscuro instalado en ella, que no debemos dejar que avance.

      —¿Pero cómo puede ser que no registre nada? –La madre se frotó nerviosamente la cara–. ¿Habló de su padrastro al menos?

      —Ni siquiera lo mencionó. Vive en una… no sé cómo decirlo. Como en una realidad alternativa, donde sus padres jamás se separaron. Dice que su padre es pintor.

      —¿De casas?...

      —No. Un artista –respondió lacónico Schteimberg. Luego revoleó la cabeza sobre su cuello, como si le ajustara demasiado el nudo de su corbata–. Escuche, debemos trabajar mucho. Serán muchas horas de terapia… horas… –relojeó brevemente sobre el hombro de Eleonor para observar a la niña– que no tengo disponible, lamentablemente… pero es necesario.

      En este punto, la niña, hasta ahora aparentemente distraída en su mundo, se enderezó de un respingo. “Es justo y necesario, realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación…”, ¿cuántas veces había escuchado esas palabras de boca del padre Ismael? Era su parte favorita de la misa, que la sacaba de su sopor místico, por no decir somnífero, y le anunciaba la proximidad del fin, pero de un fin rimbombante, con palabras esperanzadoras, alegres, que exaltaban su espíritu. Le llegaban como una rima que le provocaba una especie de trance, algo así como los cánticos o mantras de monjes tibetanos. Este momento, y las Letanías Lauretanas después del rezo del rosario que le había enseñado su abuelita en latín, eran las razones que la mantenían “cerca de Dios”…

      “Torre de David”.

      “Torre de marfil”.

      —¿Cómo?, ¡pero usted prometió ayudarme! –exclamó con estupor.

      —Le daré un listado con los mejores profesionales. No puedo tomar el caso. En serio, lo siento mucho. Y no lo olvide. La niña necesita mucha contención. –Y al decirlo entre dientes, se sintió patético, con la mirada puesta en él desde un rincón de sombras indescifrable.

      3

      Mae pasó de tercera a punto muerto, y pisó apenas el freno maniobrando con destreza en las curvas cerradas. Al filo del peligro, en el límite de los abismos era donde mejor se apreciaba la belleza que la circundaba.

      Acababa de pasar el punto más alto de la montaña, atravesándola por un largo túnel oscuro con luces en la parte superior abovedada, que con la velocidad producían un efecto hipnótico.

      Como El túnel del tiempo, pensó en la serie que veía de chica en TCM.

      Ahora, ya del otro lado, estaba como Tony y Douglas totalmente perdida en una tierra y un tiempo desconocidos. Pero a diferencia de los científicos, ella no deseaba volver a casa. No existía tal lugar que pudiera añorar, o familia que extrañar. Cuanto más se alejara, mejor sería. Probablemente encajaría a medias en este nuevo destino, pero seguiría buscando llenar ese vacío, ese sentimiento de pertenecer y que alguien le perteneciera. De obtener lo que le fuera arrebatado.

      A su izquierda, la ladera rocosa de bordes afilados, ostentaba esporádicamente algún árbol que contra toda probabilidad hundía las garras en las grietas. Era su forma de aferrarse a la vida, nutriéndose de la poca tierra que el viento acumulaba a sus pies.

      La rueda del lado del conductor derrapaba de tanto en tanto sobre las piedras de cantos rodados, que salían eyectadas hacia el precipicio haciendo un ruido quejoso como el aguacero repentino sobre la galería de chapa junto al patio.

      Tras la herida profunda e incurable de los valles, se elevaban