Название | Fénix |
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Автор произведения | Rona Samir |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720562 |
Este hombre no tiene ni idea…
—Lo que sea, cuadros, las paredes de la casa, mi nueva bicicleta que me regaló mi abuelo. Tiene un antiguo timbre de metal con un dibujo de flores que pintamos de varios colores, ya sabe… –dijo mientras hacía la mímica con su mano.
—Ya veo. Y la casa…
—Sí, pero antes tuvimos que lijar y pasarle agua con lavandina para la humedad. Esa parte no estuvo tan buena. Estornudé mucho.
El doctor se rascó el mentón donde se asomaba una barba incipiente.
—¿Sabes por qué estás aquí? Mi trabajo es ayudarte, pero para ello debes ser honesta conmigo, ¿entiendes? Si no, no podré hacerlo.
Ante la mirada inescrutable de la niña, con voz suave y exageradamente melosa, preguntó:
—¿No es tu padre ornitólogo?
—¿Qué?, ¡no! Claro que no, es pintor.
—Con pintor te refieres a artista… ¿Sabes por qué no está aquí?, ¿por qué no ha venido contigo?
—Está ocupado pintando un gran cuadro que le encargaron para una exposición. Igual es mi madre la que siempre me acompaña al dentista o al médico cuando estoy enferma.
Se miró los pies que comenzó a balancear nuevamente, y dudó al continuar.
—Además habíamos quedado así, que después de ir al cine, tendría unos días muy ocupados.
—Fueron al cine… –Schteimberg trató de ver hasta dónde llegaba, sin mostrar impaciencia.
—Sí, a ver una película de un cantante bastante conocido parece. Yo no lo conozco, pero dicen que es muy famoso. Me gustaron las canciones, aunque a la peli me la tuvo que explicar mi papá.
—Supongo que te refieres a The Wall, sé que está en cartelera desde la semana pasada.
—“Goodbye cruel world I’m leaving you today, goodbye, goodbye, goodbye; Goodbye all you people, there’s nothing you can say to make me change my mind, goodbye”.
El doctor vio una veta, e intentó por allí, intuyendo que podía ser la clave de todo.
—¿Sabes por qué el protagonista se despide del mundo con esa canción?
—Mi padre dice que se construyó una pared. Ya nadie puede hacerle daño…
—¡Bien! –Schteimberg se levantó con un suspiro largo–. Vamos a probar otra cosa.
Tras sacar un objeto de su cajón, bordeó el ancho escritorio y se colocó de pie frente a la niña, reclinado hacia atrás apoyando las nalgas sobre el borde del mueble. El objeto, una base de madera con una aguja que se balanceaba de extremo a extremo, le provocó una extraña somnolencia mientras comenzó a caer en el hueco del árbol persiguiendo al conejo que miraba insistente su reloj de bolsillo: tic, tac, tic, tac.
Las palabras del doctor se escuchaban cada vez más lejanas desde arriba, mientras ella seguía cayendo indefinidamente.
—Hoy es 17 de agosto, es feriado. Quiero que me digas todo lo que sucede este día. –Al tiempo que encendió la pequeña grabadora Grundig que siempre llevaba en el bolsillo de su saco.
—Me levanto dentro de todo temprano. Hoy es un día importante. Mamá me prepara una chocolatada caliente mientras me cepillo los dientes a toda prisa. Me regaña porque no quiero comer nada, dice que estoy demasiado flaca y que si me caigo de la bici solo va a quedar el hueserío. Aún tengo tiempo, así que tomo a Cometa Plateado, y salgo a dar unas vueltas. Aprovecho que no hay nadie en la calle y me voy directo al viejo molino cerca del río. Me encanta el sonido que hace cuando gira. La torre que está construida al lado es muy bonita a pesar de estar medio arruinada y con musgo. Me hace acordar a las torres de los castillos medievales de los libros. Sé que es solo una torre de agua, pero es lo más cercano a una construcción antigua que he visto. Me quedo un buen rato ahí hasta que decido volver. No quiero que me regañen por desaparecerme todo el día de nuevo.
Mamá ha preparado algo sencillo, unos fideos a la manteca. Los tres devoramos rápido y papá se recuesta a descansar una media hora.
Aprovecho para encerrarme en mi pieza y probarme la ropa que me pondré para la exposición. Creo que usaré la camisa celeste con lunares blancos que me hizo mamá. Me miro al espejo y descubro un bochornoso detalle. La camisa es demasiado traslúcida. Se me notan los pechos.
Me acerco a mamá que aún está terminando de lavar los platos y le digo casi llorando que así no puedo ir. Que no quiero ir a ningún lado. Todos me estarán mirando. Mami me responde que solo me mirarán por lo hermosa que estaré, y me pasa el dedo por la mejilla antes de que caiga la primera lágrima.
Nos la pasamos toda la siesta probando un sujetador de tela que cose en su Necchi a pedal. Me encanta la forma, dos triangulitos con las tiritas y todo. Tuvo que desarmar una de sus enaguas más viejas para hacerlo. Me gustaría saber coser como ella.
El Dr. Schteimberg observó que la niña sonreía con los ojos cerrados, mientras se giraba levemente sobre sí misma hacia un lado y hacia otro.
—¿Qué está sucediendo ahora?, ¿qué ves?
—Estoy de pie frente al espejo que está en la cara interna de la puerta del placar de mami. Me encanta cómo quedó mi sujetador. Lo amo… y amo a mi mamá por el trabajo que se tomó en lugar de descansar.
—Avancemos unas horas, ya es de noche. Quiero que me digas con quiénes estás, y qué haces.
El psicólogo llevaba muchos años de experiencia en este campo. Sus muchos títulos y horas de capacitación lo acreditaban para aseverar que la niña estaba efectivamente bajo estado de hipnosis. Y es por ello por lo que se volvía más inquietante. Nunca había visto ni sabido de un caso similar. No podía, bajo ese estado, mentir o simular.
Estaba tan fascinado que no quería presionar demasiado, y prefirió dejar que el relato discurriera, tratando de leer entre líneas, si es que efectivamente había algo que leer allí.
La cantidad de detalles lo hacían aún más creíble, y de no ser por tratarse de un caso que terminó en los titulares locales, pensaría que se equivocó de niña.
—Hay muchísima gente. Veo al grupo de pintores amigos de mi padre, Castro; el italiano; Ramírez, todos están conversando animadamente. También está el mentor de mi padre, fue su maestro desde que él era un adolescente. Papá se ve feliz.
Yo también lo estoy. No puedo dejar de pensar en mi pequeño corpiño casero. Estoy consciente de eso todo el tiempo. Saco pecho y me paseo oronda por todos lados, para que todos puedan verme, aunque sé ciertamente que nadie puede verme en realidad. Es solo un secreto que compartimos con mi madre. Pero yo me siento como en mi primer día de adulta. Hoy es para mí un día especial, porque además mi madre y yo compartimos otro secreto. Bueno, al menos de momento no quiero que mi padre se entere… hoy he visto sangre.
Schteimberg ya venía sorprendido por el vocabulario que usaba la niña, no muy común entre ese rango de edad preadolescente, pero supuso que se debía a cómo la había descrito su madre, “una lectora voraz”, cuando dio un respingo de alerta.
—¿Dónde has visto sangre? –preguntó tratando de mantener el tono de voz calmado.
—En mi ropa interior. Me ha dado un poco de vergüenza, casi lloré. Pero mamá me ha dicho que no hay de qué avergonzarse, muy por el contrario. Me besó en la frente y me dijo que ahora era una mujer.
Herbert Schteimberg se sintió estúpido mientras se masajea las sienes con los dedos índices en pequeños movimientos circulares.
Por algún motivo que desconocía, y que lo empezaba a irritar, no podía acceder