Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
—¡No vuelvas a hacer algo así nunca! —me gritó Kika enfurecida mientras me señalaba con el dedo.
—Dejadle, ha hecho lo que tendríais que haber hecho las demás también —intervino Hércules, haciendo a Kika a un lado.
Natalie, por su parte, no dijo nada. Estaba de cara a la hoguera mirando el fuego, como siempre.
—¿Qué ha pasado? —conseguí decir entre balbuceos, ya que aún tenía mis sentidos un poco confundidos y no podía ver, oír u oler con completa claridad.
—Creo que deberíais iros a las tiendas todas. Ha sido un día movidito y debéis estar descansadas para mañana. —Escuché cómo la mancha borrosa que parecía ser Hércules les decía a las otras tres manchas oscuras, las cuales con casi completa seguridad serían las chicas. Cuando estas le hicieron caso y se fueron, poco a poco fui recuperando mis sentidos al cien por cien. Y cuando logré incorporarme para sentarme por mi propia cuenta, Hércules se puso frente a mí, hizo una pequeña mueca con los labios y habló de nuevo—. Dime una cosa, muchacho, respecto a lo que hiciste hoy. ¿Estuviste controlado por tus instintos o por tu rabia? —me preguntó varias veces, ya que aún no escuchaba bien.
—No… Bueno, sí, pero no. Era totalmente consciente de todo lo que estaba haciendo. Bueno, de todo, excepto de cuando hice eso con la espada —expliqué cuando recuperé el habla y también los recuerdos de lo que había pasado.
—Eso pensaba —confirmó el viejo—. Y de eso quería yo hablarte, porque ya creo saber lo que significa eso —aseguró orgulloso de sí mismo.
—Explícate —le solicité cuando vi que el anciano dejaba de hablar.
—Hay una historia antigua, muy antigua. Nunca se ha sabido si era algo real o un mito, pero en esa historia tu padre, Hades, liberó las almas que encarcelaba en sus dos armas, conectadas directamente con su corazón inmortal, todo ello para formar un ejército con el que derribar el Olimpo y destronar a Zeus para reinar solo él sobre los demás dioses y sobre los mortales. Y al ver lo que has hecho hoy con sus espadas he sabido que esa historia tal vez tuviera algo de verdad —contó Hércules emocionado, pero sin poder ocultar su preocupación—. Ya te dije que esas espadas podían matar cualquier cosa y era verdad. Lo que no sabía era que también podían almacenar almas como se decía en la historia. Y eso es algo muy peligroso, Percy —me advirtió. Se me hizo raro escucharle decir mi nombre, ya que siempre me había llamado «chico» o «muchacho»—. A medida que vayas eliminando inferis, dragones o lo que sea, sus almas se quedarán en las hojas de tus espadas y, si lo piensas bien, podrías usar eso a tu favor para tener tu propio ejército y así poder derrotar a los titánides. Piénsalo. Piensa en lo que podrías hacer con un ejército de almas ya muertas a tu disposición. Si lo controlas tendrías bajo tu mando a un ejército inmortal, Percy —dijo Hércules a sabiendas de que eso podría ser beneficioso para los dioses, pero también consciente de que esa sería una situación que fácilmente podría darse la vuelta y que podría resultar una amenaza contra el Olimpo.
En cuanto me narró esa historia yo también me di cuenta de la enorme responsabilidad que recaería sobre mí si llegaba a liberar una fuerza así, pero también pensé inevitablemente en que la posibilidad de rebelarme contra los dioses con un ejército así era una opción muy tentadora. Cuando Hércules me vio la cara se asustó y rápidamente me dijo que ni siquiera lo pensara, porque podría correr mucho peligro si los dioses acababan por considerarme enemigo suyo.
—Entonces, si sabes lo tentador que suena, ¿por qué me cuentas esto? —le pregunté al viejo, el cual se asustó todavía más cuando escuchó que lo dije en alto y rápidamente se acercó a mí y me tapó la boca con su arrugada mano.
—Porque confío en que harás buen uso de esta información y que te limitarás a cumplir la misión que los dioses os han encomendado. Créeme, ningún mortal que se haya querido rebelar contra los dioses ha acabado bien. Mira las historias de Tántalo o Prometeo. Incluso Baldum o tu padre, Hades, acabaron sucumbiendo ante el poder de los dioses. Y te aseguro que los castigos por rebelarse contra ellos no son muy agradables —expuso el viejo, aún temeroso de que los dioses pudieran estar escuchándonos.
—Está bien. Lo tendré en cuenta, tranquilo —le aseguré a Hércules para tratar que se tranquilizara, pero sobre todo para que se apartara de mí, ya que estaba más cerca de lo normal y eso hacía que me sintiera incómodo, pues seguía sin caerme demasiado bien—. Ahora, por favor, ¿podrías dejarme descansar? Estoy agotado. Ah, por cierto, si lo del dragón de hoy ha sido otra prueba más de los dioses, diles que ha sido de muy mal gusto —solté antes de ponerme en pie y dirigirme hacia mi tienda.
—Créeme, no ha sido una prueba —comentó Hércules en un tono sombrío, casi tenebroso—. Está bien, descansa esta noche. Yo haré guardia… —dijo mientras se sentaba en el suelo, junto al fuego, y echaba un par de ramas para avivarlo.
Tras esa pequeña charla me introduje en la tienda. Natalie ya estaba dormida y arropada con todas las mantas y para no molestarla me metí en mi saco en silencio y decidí dormir esa noche sin manta para cubrirme. Después de todo, esa noche tampoco hacía demasiado frío. Se notaba que nos encontrábamos más al sur que hacía unos días y no solo en el ambiente. El tiempo también era mucho más agradable, dentro de lo posible.
Una vez dentro del saco me puse a pensar en todo lo que había pasado ese día. En el dragón infectado, mi experiencia más próxima a la muerte, y en la charla que acababa de tener con Hércules. Mi vida había cambiado mucho en un año y ya era hora de aceptarlo. Porque me resultaba muy cómodo vivir en el pasado, cuando las cosas eran más sencillas y no tenía que lidiar con dioses, monstruos o dragones; pero tras ese día algo en mi interior cambió, algo había hecho que mi manera de pensar cambiara de golpe. Ahora tenía ganas de cambiar el mundo, de hacerlo mejor para todos, y tal vez entonces podría encontrarme en paz conmigo mismo.
*****
—¡Arriba! ¡Despertad! ¡Ya es la hora! —gritaba Hércules dando golpes a la tela de la tienda, haciendo que nos despertáramos incómodos y molestos por su emoción.
Me levanté al lado de Natalie. Los dos nos desperezamos, nos estiramos y a ambos se nos escapó algún que otro bostezo en medio de tanto silencio. Yo me vestí primero, ya que a ella ahora le daba pudor cambiarse delante de mí. Pero justo cuando iba a empezar a vestirme la cremallera de la tienda se abrió y Hércules arrojó al interior dos armaduras y dos capas y nos pidió que nos las pusiéramos. Dijo que servirían para dar una buena impresión cuando viéramos al resto de semidioses.
Le hicimos caso. Yo me vestí primero con mis ropas normales, todas muy anchas y prácticas, y después me puse la armadura encima y las capas. Una era corta y verde y la otra era bastante más larga, negra y morada. Obviamente, me puse a la espalda la negra y salí de la tienda, no sin antes meterme el frasquito que me dio Hera en un bolsillo interior de mi armadura.
Tras vestirme adecuadamente y ajustarme la armadura me colgué mis espadas en un cinturón de la misma y salí de la tienda. Los demás ya estaban vestidos y todos esperamos a que Natalie saliera para desayunar juntos un poco del caldo de carne que nos sobraba de los días anteriores y que Cristina guardaba en unos recipientes herméticos muy prácticos.
Una vez recogimos todo, Hércules se volvió a metamorfosear en dragón. Como todos los días, atamos las tiendas y las mochilas a los cuernos de su espalda y nos subimos a su lomo para emprender el vuelo. Mientras volábamos en silencio intercambiamos miradas entre todos al ver que el paisaje nos resultaba cada vez más y más familiar.
—¿Crees que estás preparado? —me preguntó Kika, la cual estaba a mi lado. Aun sin decir a lo que se refería exactamente, entendí la pregunta de sobra.
—No, la verdad es que no estoy para nada preparado. No sé cómo acabó Sesenya aquel día. Solo recuerdo el caos, a la gente huyendo, los incendios, inferis por todas partes. No sé qué es lo que vamos a ver allí, pero tengo que estar centrado. Todos tenemos que estarlo —respondí en voz alta.
Kika