Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Todos íbamos con nuestras armaduras plateadas, cada una con grabados en relieve, los cuales decían a simple vista quiénes éramos. La mía era la más extravagante, ya que las hombreras tenían la forma de la cabeza de unos perros y el relieve de mi pecho representaba un cancerbero, un perro de tres cabezas. También llevaba mi capa negra y morada, la cual se me enredaba un poco con esas hombreras tan extravagantes y poco prácticas, y después tenía las dos espadas de mi padre en el cinturón, al alcance de mi mano para poder desenvainarlas rápidamente si la situación lo requería.
Kika, por su parte, tenía un rayo grabado en su armadura, la cual no tenía hombreras, solo una cota de malla interior muy fina, tanto que se le transparentaba bastante la zona del escote. De igual manera, resultaba muy imponente así vestida.
Cristina tenía el grabado de un tridente rodeado de olas y ondulaciones muy agresivas en su armadura. Daba la impresión de que tenía cubierto el cuerpo entero de escamas, las cuales eran en verdad una cota de malla bastante ceñida. Llevaba su tridente colgado a la espalda, acompañado de su capa azul oscura.
Natalie tenía un árbol grabado en mitad de su armadura y como hombreras tenía grabadas al detalle dos cabezas de ciervos, con las cornamentas bastante pequeñas, pues si fuesen más grandes se las clavaría en el cuello. También llevaba su capa verde, muy corta, la cual apenas le llegaría a la cintura, y su cuchillo de caza metido en su funda, la cual colgaba de su cinturón. Asimismo, su arco y su carcaj de flechas rudimentarias iban colgados a la espalda.
Las armaduras y las capas eran regalos que nos habían dado los dioses. Las armaduras estaban forjadas por el mismísimo Hefesto. O eso es lo que nos dijo Hércules al entregárnoslas. Cualquiera que nos mirara entonces diría que éramos personas importantes a pesar de ser tan jóvenes. Lo único que nos faltaba era un ejército que aportar a nuestros posibles aliados.
—¡Percy! ¡Mira! —me gritó Cris desde el otro lado del dragón. Cuando miré hacia el horizonte, instantáneamente dejé de pensar en nuestro aspecto al ver cómo una columna enorme de humo subía en el cielo. También se podían ver pequeños incendios a lo lejos—. ¿Percy? —me seguía diciendo Cristina, pero yo no respondía. Tan solo observaba en silencio mi antiguo hogar mientras nos acercábamos lentamente viajando a lomos de Hércules, el cual parecía estar volando mucho más lentamente de lo normal.
Si me hubieran contado esto hacía unos meses estaba seguro de que no me lo habría creído. No obstante, allí estaba, con mi antiguo mundo en llamas y repleto de caos. Y saber que nosotros éramos la clave para arreglarlo me ponía nervioso.
Kika y Cristina se me quedaron mirando mientras yo trataba de asimilar lo más rápido que podía lo que estaba viendo a lo lejos. Incluso Hércules se ladeó un poco para poder mirarnos de reojo. Pero a quien nadie miraba era a Natalie, que parecía estar en la misma situación mental que yo.
—No os preocupéis. Estoy bien —les mentí cuando empezamos a sobrevolar las ruinas de lo que fue una vez mi hogar.
Pasamos por encima de edificios derruidos, muchos de ellos hundidos, otros en llamas, y al agudizar un poco la vista vi que cientos de inferis deambulaban por las calles. Después de unos minutos volando en círculos sin saber bien lo que hacer, escuchamos el sonido de disparos a lo lejos y, sin necesidad de decírselo, Hércules voló hacia el lugar de donde provenían los tiros.
Las chicas y yo nos quejamos por los giros tan bruscos del dragón, pero Hércules hizo caso omiso a nuestras quejas y tras unos segundos conseguimos divisar a lo lejos la causa de los disparos. Antes de que pudiéramos decir nada, Hércules decidió aterrizar en la azotea de un edificio que parecía seguir estando en condiciones.
Una vez nos bajamos del dragón y observamos el escenario en el que nos encontrábamos, al fin pudimos distinguir con claridad la causa de los disparos y de todo el ruido que había en el ambiente. Y es que desde esa azotea podíamos ver cómo a unos quinientos metros del edificio, atravesando una parte de campo y de secarrales, estaba el río, en el cual había un puente de madera muy grande que lo atravesaba. Al otro lado del puente había un parque enorme, de un par de kilómetros de largo, el cual rodeaba al barrio más famoso de Sesenya. Y si era tan famoso era porque era un barrio rodeado por una muralla de piedra enorme. Yo vivía en ese barrio antes del estallido.
Era de la muralla de donde provenían los disparos. En sus almenas había cientos de hombres disparando, tanto con armas de fuego como con arcos y flechas, a una horda de inferis que estaba atravesando el ancho del parque. Los inferis no presentaban una amenaza para la gente de la muralla, pero igualmente disparaban contra ellos, tal vez para despejar el parque y tener visibilidad del pueblo, aunque no lo sabíamos. Los inferis iban cayendo, ya que los soldados los mantenían a raya desde lo alto de la muralla. La mayor parte de los tiros y las flechas acertaban de lleno en las cabezas de los infectados y al ver eso supimos que era allí a donde debíamos ir. Con soldados entrenados, supuse que ese era el lugar que habían escogido los semidioses para atrincherarse y reunirse. Era algo obvio; visto desde un punto de vista estratégico, ese era el mejor lugar del pueblo para asentarse.
—Esos son nuestros aliados, muchachos —anunció Hércules emocionado—. Pero tenemos que ingeniárnoslas para poder pasar, porque como lo intentemos volando nos querrán derribar sin hacer preguntas —puntualizó. Era razonable pensar que no era buena idea volar en dragón sobre un ejército con armas de fuego.
Nos quedamos pensativos, intentando averiguar cuál era la mejor manera para poder entrar sin que nos dispararan antes de poder presentarnos. Después de unos minutos a Cristina y a mí se nos ocurrió algo.
—Hemos tenido una idea, pero es arriesgada —intenté decir mientras trataba de empezar a contar el plan de actuación, pero antes de que pudiera empezar a explicarlo Natalie me cortó y me contestó con una de esas frases supuestamente hirientes que tanto le estaba gustando soltarme.
—¿Cómo no? Tener malas ideas y tomar malas decisiones es tu fuerte. Ya estamos acostumbradas, tranquilo —afirmó Natalie irónica, poniendo los ojos en blanco, pero yo hice caso omiso de su comentario y su indirecta.
Después Cristina empezó a explicarles el plan a los demás.
*****
Quince minutos después decidimos bajar a pie hasta la planta baja del edificio, haciendo lo posible por no encontrarnos con ningún inferi directamente. Cuando conseguimos llegar hasta la calle empezamos a avanzar hacia el parque a través del secarral que había antes de llegar al río. Estábamos todos ya preparados. Esta sería la primera vez que nos enfrentaríamos a una horda de inferis en buenas condiciones.
—Más nos vale que funcione —me dijo Hércules al oído.
—Funcionará —le respondí, aunque había muchas probabilidades de que algo no saliera como habíamos pensado. En cualquier caso, decidí no pensar en ello y me ceñí al plan.
A medida que íbamos avanzando todos nos notábamos más y más tensos. Yo intentaba apartar los malos pensamientos de mi mente para no perder el control, ya que si lo hacía lo más seguro era que nos dispararan o que matara yo a alguien.
Cuando llegamos al río y pisamos el puente todos nos miramos y, con caras de decisión, empezamos a avanzar por el puente. Al atravesarlo y llegar al parque empezamos a acelerar nuestro paso, ya que cuanto más tardáramos en actuar más probabilidades teníamos de que alguno se llevara un tiro.
—¡Vamos a ello! —gritó Cristina y en cuanto lo dijo empezamos a correr todos juntos hacia la horda de inferis que se aproximaba a la muralla. A medida que nos acercábamos a los inferis, estos empezaron a percatarse de nuestra presencia y a volcar su atención en nosotros—. Preparaos —nos alertó Cris, ya que a ella se le había ocurrido esta parte del plan, que era la más arriesgada y difícil.
Todos desenfundamos y sacamos nuestras armas. Kika desenvainó dos espadas, tanto la normal como la de oro; Cristina se descolgó su tridente de la espalda; Natalie tomó también su arco y, en un rápido movimiento, sacó una de sus