Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Cuando terminé de hablar Kika hizo un gesto raro con sus cejas y me miró apenada. Pero también pude distinguir una pizca de compasión y comprensión en su mirada. Yo sabía que contarle mis sentimientos a alguien como Kika era mala idea, ya que era de ese tipo de personas que sabían cómo manipularte fácilmente con ese tipo de información, pero en ese momento me dio igual. Necesitaba desfogarme y hablar de eso con alguien.
Seguimos caminando en silencio, partiendo a nuestro paso todo tipo de ramas secas que crujían tal vez demasiado. Pero aquel silencio incómodo lo usamos para seguir observando el lugar en el que estábamos, el cual estaba bañado por la débil luz de la luna. Era un lugar precioso. Si la situación actual no hubiera sido esa, seguramente me habría pensado el quedarme a vivir en ese bosque, hacerme una casita y vivir tranquilo y casi sin sobresaltos hasta que me llegara la hora. Pero, tristemente, eso ni se me pasaba por la cabeza en ese momento.
—Lo siento, Percy —se disculpó Kika mientras partía en trocitos minúsculos una rama seca que había recogido del suelo.
—No te preocupes. Todo sea por la misión, ¿no? —respondí sarcásticamente.
—No estás solo. Lo sabes, ¿no? Nos tienes a nosotros. A pesar de todo, te queremos. Tal vez cada una por razones distintas, pero es la verdad —me dijo agarrándome el brazo con fuerza pero con cierto cariño, lo cual no me hizo ninguna gracia.
Yo me quedé mirándola, clavé mi mirada en sus ojos, los cuales reflejaban a la propia luna. Y al ver la luna a través de sus ojos me fui acercando poco a poco a ella, empujado por una fuerza invisible que no podía ni entender ni controlar. Pero al estar frente a frente con ella, con nuestros rostros a escasos centímetros el uno del otro, me detuve y seguí mirándola fijamente, ahora tratando de psicoanalizarla, pero era algo que no me hacía demasiada falta con ella. La conocía bastante bien.
—Gracias, Kika. —Le di un beso en la mejilla, muy rápido pero con sentido, o al menos para ella pareció tenerlo, ya que se sonrojó bastante y se le escapó una sonrisita tonta, la cual yo ya tenía muy vista. Ya sabía que esa fachada de soldado seria e incorruptible con la que se presentó cuando nos encontró no era de verdad—. Muchas gracias.
—Deberíamos volver ya, ¿no? Estamos muy lejos del campamento — sugirió ella cuando se dejó de ver en horizonte la débil luz de la hoguera.
—Sí, volvamos, que estoy cansado —respondí. Y acto seguido dimos la vuelta y pusimos rumbo al campamento.
Mientras volvíamos yo andaba cabizbajo, aunque inevitablemente algo más a gusto por haberme desahogado con alguien al fin. También noté que Kika no paraba de mirarme de reojo mientras caminábamos al mismo paso los dos.
Cuando llegamos al campamento Natalie aún seguía de guardia, sentada, con la mirada fija en la fogata recién avivada por madera seca y un montón de ramitas del suelo. Esos últimos días se parecía más a los inferis de lo que a mí me hubiera gustado; con la mirada perdida siempre, sin hablar, solo balbuceando consigo misma y sin mirar a nadie directamente, a menos que tuviera que entrenar con los demás, lo cual había pasado pocas veces hasta ese momento.
—Buenas noches, Natalie —la saludó Kika cuando pasamos a su lado, pero Nat ni siquiera movió los ojos. Seguía con la mirada clavada en las llamas, impasible, inexpresiva, no hacía ni un solo gesto. Seguía ahí, quieta, y ver eso me daba más miedo que todos los inferis del mundo juntos. Era horrible tener que verla así—. Como quieras, bonita —añadió Kika al ver que Natalie la ignoraba y pasaba olímpicamente de su saludo. Entonces Natalie se dio la vuelta y la miró con unos ojos que desprendían rabia e ira, pero también algo de indiferencia. Al ver cómo la miraba, Kika se volvió pequeña y pasó a su lado cuanto antes para perderla de vista.
—Buenas noches, Kika —le dije rápidamente para que cada uno nos fuéramos a nuestras tiendas lo más rápido posible.
—Buenas noches, Percy —me respondió ella después de darme un beso en la mejilla y sonreír pícaramente con la intención de que Natalie escuchara su risa desde la fogata. Lo hacía para ponerla rabiosa, aunque no creí que Nat pudiera sucumbir a provocaciones de tan bajo nivel.
Kika finalmente se metió en su tienda y afuera nos quedamos solos Natalie y yo. Apagué los farolillos de mi tienda y después me senté junto al fuego, justo enfrente de Natalie, pero ella parecía ignorar mi presencia. Continuaba con la mirada fija y clavada en las llamas, las cuales de vez en cuando formaban figuras. Si le echabas imaginación, podías ver muchas cosas perturbadoras en el fuego.
—¿Vas a seguir así siempre? ¿No piensas hablarnos a ninguno nunca más o cómo va esto? ¿Has hecho voto de silencio o qué? —le pregunté algo indignado ante su comportamiento para con los demás. Podía entender que estuviera enfadada conmigo, pero no con los demás. Pero ella seguía sin responder, no hacía ni un solo gesto ni con la mirada—. Bien, vale. Como quieras, Natalie. Pero yo te aviso: si sigues con esta actitud va a llegar un momento en el que los demás ya no lo aguantemos y eso no traerá nada bueno, ni para ti ni para nadie —la avisé subiendo poco a poco mi tono de voz hasta el punto de llegar a gritarle.
Cuando le grité ella al fin miró hacia otra parte que no fuese el fuego, clavando sus ojos en los míos. Su mirada era parecida a la que le había puesto a Kika hacía un rato, pero esta vez se notaba que sentía rencor hacia mí. Sinceramente, no la reconocía. No parecía ella. Y jamás lo reconocería ante nadie, pero esa mirada hizo que me asustara bastante. Parecía la de una psicópata y no la de mi amiga.
—Vete a la mierda, Percy —me dijo muy lentamente y con mucho desprecio en cada palabra que salía de su boca. Tanto que en cinco palabras me hizo sentir como si una serpiente me hubiera infectado con el peor veneno existente. La que antes era mi callada y dulce amiga ahora tenía una lengua bífida, cual reptil, y guardaba demasiada rabia y rencor dentro de sí.
—Bien, como tú quieras. Buenas noches —contesté rápida y secamente, me levanté y me dirigí a la tienda. Ella volvió a dirigir su mirada a las llamas.
Cuando me metí en la tienda me introduje en mi saco y me cubrí con las mantas. Inevitablemente, mi mente me jugaba una mala pasada y no me dejaba dormir hasta que le di quinientas vueltas a todo el asunto de Natalie. Su reacción era totalmente desproporcionada al daño que yo le había podido hacer. O eso pensaba yo.
*****
Al día siguiente, mientras volábamos a lomos del dragón Hércules, surgió una conversación interesante con Cristina, a la que Kika tardó poco en querer unirse, gritándonos desde el otro lado del dragón cada vez que quería decir algo.
Según Hércules, nos quedaba tan solo un día de vuelo para llegar a Sesenya. El paisaje ya se iba transformando en una gran extensión de secarrales con algún que otro olivo y pequeños pinares a cada par de kilómetros. Eso hasta que llegó el punto en que supe exactamente dónde estábamos. Me sonaban las tierras que sobrevolábamos y era cierto, nos quedaba muy poco para llegar.
Ya hacía mucho tiempo que no pisaba Sesenya, desde el día del estallido, y me daba miedo cómo nos la íbamos a encontrar. Me puse a pensar en ello y no me creía lo que estaba pensando, pero echaba de menos a toda esa gente, esas mañanas con niebla alrededor del río e incluso echaba de menos a mi familia. Extrañaba esa época de mi vida en general. Fue una época dura, pero ni por asomo tan dura como la actual.
Desde