Название | Los hijos del caos |
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Автор произведения | Pablo Cea Ochoa |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730344 |
Los inferis parecían confundidos y tardaron un buen rato en reaccionar. De repente dejamos de escuchar los disparos y cesó la lluvia de flechas del cielo. Entonces supimos que había llegado el momento.
—Cuando digas, muchacho —comentó Hércules, el cual estaba a mi derecha. A la suya estaba Natalie.
—¡Esperad! —ordené en voz muy alta mientras les daba más tiempo a los inferis para acercarse en masa hacia nosotros, ya que se movían muy lentamente debido a su confusión.
—¿Percy? —dijo Kika desde mi izquierda cuando vio que se estaban aproximando demasiados muertos.
—¡Esperad! —les volví a gritar para que no se movieran, pues cualquier movimiento brusco haría que los inferis empezaran a correr y a la distancia a la que estaban de nosotros era muy peligroso, ya que no nos los podríamos quitar a todos de encima sin más. Decidimos que lo mejor era esperar a tenerles a una distancia suficiente como para luchar cuerpo a cuerpo; así reuniríamos al mayor número de muertos posibles para después matarlos a todos de golpe usando nuestros poderes. Los inferis ya se encontraban a diez pasos de nosotros, siete, seis, cinco, cuatro, tres…—. ¡Ahora! —grité a pleno pulmón.
En ese momento una lluvia de colores y de confusión inundó el parque. Tras quitarnos de encima a la primera línea de enemigos utilizando nuestras armas, empezamos a usar nuestros poderes para así atraer la atención de los soldados.
Kika lanzaba sus rayos con furia y precisión, Cristina había recogido en una cantimplora algo de agua del río y la usaba de la misma manera que lo hizo en las montañas en el primer entrenamiento, dándole forma de puntas de lanza y haciéndolas volar entre los muertos con complicados giros de muñeca. Yo iba intercambiando. Cuando alguno se acercaba demasiado ayudaba a Hércules y a Natalie en el combate cuerpo a cuerpo, el cual requería de suma precisión, ya que era importante acertar los golpes a las cabezas de los monstruos; y cuando me veía con algo más de libertad prendía mis brazos con ese fuego negro para hacer estallar a grupos enteros de inferis.
Los no muertos caían fácilmente, sin suponernos muchos problemas, y cuando nos hubimos quitado de encima los que nos quedaban más cerca Kika, Natalie y yo salimos del círculo para mantenerlos a raya mientras dejábamos a Hércules y a Cristina trabajar.
Kika me miró y ambos sacamos nuestras espadas. Entonces volví a cerrar los ojos y a pensar en la muerte, en lo cerca que había estado de ella en tantas ocasiones. Empezamos a movernos todo lo rápido que podíamos para distraer la atención de los inferis mientras nos llevábamos por delante a los que se apresuraban y se acercaban demasiado a nosotros.
—¡Kika, ayuda a Cristina! ¡Nosotros nos encargamos de esto! —le dije a Kika al ver que Cristina estaba tardando más de lo esperado en llevar a cabo la parte más importante del plan. Si no lo conseguía, seguramente acabaríamos por vernos saturados de muertos. Kika intentó replicar, pero la miré muy seriamente y después le rebané la cabeza a un inferi. Cuando volví a mirar en su dirección ya estaba yendo hacia Cristina y Hércules. Los muertos caían rápidamente, puesto que llegaban en grupos relativamente pequeños y tanto a Natalie como a mí nos era cómodo acabar con ellos después de tantos entrenamientos enfocados a afrontar ese tipo de situaciones—. ¡Daos prisa! —grité cuando vi que los muertos empezaban a formar un grupo demasiado grande como para enfrentarlos directamente.
—¡Estamos en ello! —me respondió Hércules—. ¡Vamos, hija de Poseidón! —le gritó a Cristina, la cual estaba sentada en la hierba con las piernas cruzadas entre sí, en una postura que parecía estar diseñada para hacer yoga.
Varios segundos agonizantes después escuchamos cómo el agua del río se salía de su caudal y se levantaba en el aire débilmente para después arremolinarse con fuerza sobre nosotros. Y unos momentos después el agua verduzca empezó a envolvernos y rodearnos mientras se movía con fuerza, hasta que formó una cúpula a nuestro alrededor, la cual hacía que ningún inferi pudiera pasar, ya que por la fuerza del agua salían disparados en otras direcciones. Poco a poco la cúpula comenzó a llenarse de agua con nosotros dentro, ya preparados para contener la respiración cuando se llenara por completo.
De repente la cúpula de agua pasó a convertirse en una esfera y empezó a levitar en el aire, cada vez más alto, dejando atrás a los inferis que quedaban y acercándonos a la muralla. A pesar de estar rodeados de agua y aguantando difícilmente la respiración, notamos cómo los disparos volvían a escucharse. Pero esta vez los soldados no disparaban contra los inferis, sino contra nosotros.
Por suerte, al estar rodeados de agua ni las flechas ni las balas nos alcanzaban. Poco a poco vimos borrosamente cómo la esfera de agua flotante en la que estábamos metidos sobrevolaba la muralla. Teníamos pensado aterrizar suavemente en el suelo, pero nos estábamos quedando ya sin oxígeno en los pulmones y Cristina, sin fuerzas para controlar tal masa de agua, así que descendimos, aterrizando sobre una caseta de madera, ya al otro lado de la muralla.
Caímos desde una altura considerable y al impactar en el suelo la caseta de madera se hizo añicos y toda el agua que nos rodeaba se desparramó, tirando al suelo y llevándose por delante a varios soldados que ya nos estaban esperando, apuntándonos con sus rifles y arcos. Casi nos quedamos sin aire, estando al límite de desmayarnos, pero por suerte el agua se expandió rápidamente y conseguimos respirar antes de que ninguno de nosotros llegara a ahogarse.
Una vez que recobramos el aliento y pudimos respirar con normalidad tratamos de levantarnos, lo cual se nos hizo bastante difícil por el peso de nuestra ropa, las armaduras y las capas, que pesaban más de lo normal al estar mojadas. No obstante conseguimos levantarnos y una vez en pie nos aseguramos de que todos estábamos bien. Entonces fue cuando miramos a nuestro alrededor.
Vimos miles de tiendas de campaña que ocupaban todo nuestro lado izquierdo, en el que no había apenas edificaciones. A nuestro lado derecho había numerosas casas tipo chalet y muchas estaban intactas y aparentemente abandonadas. Cuando miramos al frente observamos asombrados cómo una calle muy ancha separaba las tiendas de los chalets y muy al final, a lo lejos, se podía distinguir un castillo tremendo, el cual siempre había estado allí. Ese castillo era de la época feudal y siempre había sido el sitio más atractivo y visitado de Sesenya.
—¡Quietos! ¡No os mováis! —nos gritó un soldado, situado a nuestro lado, que estaba apuntándonos con un rifle y llevaba equipamiento militar bastante avanzado.
—¡Las manos a la cabeza! —ordenó otro soldado, el cual llevaba una cota de malla, un chaleco de tela negra y un arco con una flecha cargada en él.
Nosotros levantamos lentamente los brazos y nos pusimos de rodillas muy despacio. No había sido la entrada triunfal ni la bienvenida que esperábamos, pero seguro que podríamos hablar con alguien para aclararlo todo.
Los soldados gritaban todos a la vez y eso hacía que me fuera imposible entender a ninguno de ellos. Iba a girarme hacia un lado para preguntarle a Hércules sobre si se le ocurría alguna idea, pero al voltear la cabeza vi que tanto el viejo como las chicas estaban tirados en el suelo sin moverse.
Me quedé un par de segundos confundido, pero cuando volví a mirar al frente un soldado enorme se me puso delante y me asestó un fortísimo golpe en la cabeza con la culata de su arma. Instantáneamente, yo también caí de golpe al embarrado y mojado suelo junto a los demás.
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