Название | Aleatorios |
---|---|
Автор произведения | Sergio Alejandro Cocco López |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878720098 |
—¡Basta! —se dijo a sí mismo en voz alta.
Ya se había tomado demasiados descansos para pensar. Oliver sabía que especular demasiado solía llevarlo a la ansiedad, y la ansiedad solo era el inicio de un serpentino ciclo de emociones como la desesperación. La amarga desesperación que siempre termina en incertidumbre, y que lo desalentaba hasta el punto de sumirlo en una profunda tristeza. Un sentimiento de angustia tan infame y desmoralizador que lo paralizaba por completo, y que lo transformaba en un ser vulnerable y quebradizo. Y como no le gustaba sentirse inseguro y frágil, esa debilidad mutaba rápidamente hasta convertirse en bronca. Una furia tan intensa, oscura y subterránea que acababa acrecentando su amnesia, lo que devenía por lo general en un desmayo. Lo cual significaba el creciente y ensordecedor redoblo de campanas y la inminente aparición de súcubos sadomasoquistas.
Fue esa neurótica comparsa de razones que motivó en él la necesidad de tranquilizarse. Sabía que tenía que tener paciencia y hacer las cosas con calma. Por lo que recurrió una vez más a una técnica mental infalible; recordar a Lucila sonriendo, y con esa imagen seguir adelante hasta recuperarla.
Un trueno estalló a los lejos, y su resplandor iluminó el horizonte más allá del paredón que limitaba sus recuerdos. Comenzó a llover, y la sensación de las gotas en su rostro lo sumergió en un infrecuente estado de tranquilidad. Oliver observó el cielo plomizo y espeso, cubierto por diferentes capas de nubes negras y cargadas que se lanzaban sobre la ciudad.
>… después de la confesión y el arrepentimiento viene la absolución, así como después de la tormenta sale el sol… quizás debería llover en todo el planeta al mismo tiempo, e impregnar de agua nueva a toda la humanidad… quizás de esa forma… <
La explosión de un segundo trueno lo distrajo de sus pensamientos. Y al instante la lluvia se hizo más intensa, haciendo que en pocos segundos el agua atravesara su ropa y empapara su cuerpo. Una agradable sensación de frío lo sorprendió provocando un temblor repentino e involuntario. Oliver bajó la mirada y observó cómo a su alrededor las personas comenzaban a correr apresuradas en busca de algún lugar donde refugiarse. Algunas lo hacían tomadas de las manos de sus hijos, otras arrastrando a sus mascotas desde las correas. Oliver analizó todos esos rostros. Gestos de alegría y frustración. Voces que llamaban a hijos, padres, novios. Nombres de personas únicas e irrepetibles que se disipaban en el viento. Y él entre todos esos cuerpos en movimiento, como una figura incongruente y solitaria que se funde con la lluvia.
Frente a Oliver, un hombre y una mujer se besaban bajo un árbol. Ella tenía el pelo totalmente mojado, el cual se adhería como un marco de caoba a la simetría de su rostro. Su ropa húmeda goteaba. De repente el hombre la abrazó con fuerza, como si alguien quisiese robársela. Y al instante comenzó a besarla en la frente, en la mejilla, en los labios. Ella se entregaba ciegamente a su pasión, a su protección. Las gotas de lluvia que caían alrededor de ellos hicieron que la imagen de la pareja se tornase borrosa. Difusa como una foto bajo el agua, y tan etérea y penetrante como la nostalgia que oprimía el pecho de Oliver.
La lluvia no mermó. Y el agua comenzó a limpiar la estructura de unos viejos juegos; hamacas, columpios, toboganes. Todos estaban muy dañados. El correr de los años y la falta de mantenimiento habían dejado en ellos manchas de herrumbre y grietas de diferentes tamaños. Los niños se habían cansado de usarlos o los habían reemplazado por otras distracciones más complejas y actuales. Niños que con el tiempo serán hombres y mujeres con sentimientos fríos y egoístas, que marcharán por la vida usando y destruyendo. Personas a las que el paso de los años irá oxidando y resquebrajando al igual que a aquellos juegos. Seres que en algún momento serán traicionados o reemplazados por aquellos en quienes confiaban, y que por su parte ellos harán lo mismo con otros. Y así, una vez más. El marrón y milenario círculo de mierda al que está acostumbrada la sociedad se cerrará. Quizás, pensaba Oliver, con el paso de los siglos las virtudes poco rentables como la lealtad, la honradez o la sinceridad se conviertan en un carácter tan oculto y erosionado en el código genético del ser humano que prácticamente se extingan. Como sucedió con ciertas cualidades de supervivencia que poseían los reptiles de la era mesozoica, por ejemplo, y que con el paso de los siglos dejaron de ser funcionales para adaptarse a los cambios del planeta. Probablemente en algún lugar de la conciencia genética del Homo sapiens, se está formando y transmutando un espécimen indescriptible. Una bestia trastornada y viscosa. Un mutante. Un ser cínico, caníbal y amoral. Dispuesto a hacer con quien sea lo que sea, con tal de dormir con el estómago lleno y sus impulsos sexuales satisfechos. Aunque tal como está el mundo, creía Oliver, una mutación física que deforme a las personas hasta convertirlas en monstruos sería una mera formalidad, un insignificante acto protocolar. Puesto que por dentro, en el interior de muchas personas ya predomina el esperpento, el monstruo. Y para corroborarlo solo hay que sintonizar algún canal de noticias, o abrir un libro de historia en cualquier página. Guerras, abusos, canibalismo, racismo, gobiernos militares, nazismo, esclavitud, feudalismo, armas químicas y nucleares, muros de piedra, muros de alambre, muros electrificados, muros de hambre, terrorismo, apartheid, drones… El tipo de información histórica o actual con el que la mayoría de la gente desayuna y almuerza sin sorprenderse frente al televisor o escuchando la radio. La crueldad y la desigualdad no son más que otra noticia, junto al pronóstico del tiempo y las hipnóticas vulgaridades de los famosos. Todo el tiempo, en todo el mundo y de forma individual o colectiva, la humanidad se devora a sí misma. Convirtiendo al hombre en un animal de granja para el propio hombre. Y esa era otra verdad categórica de la que Oliver estaba convencido.
Justo en el momento en que Oliver imaginaba todos los niños que se habrían divertido en aquellos pedazos de hierro y madera, cuando eran nuevos y estaban pintados de colores chillones. La lluvia disminuyó. Y una brisa larga y persistente atravesó el parque deslizándose entre los arbustos y sacudiendo la copa de los árboles. Un sorpresivo remolino de coloridas hojas secas se elevó del suelo agitándose a un costado de él, para luego dispersarse a su alrededor como si fuesen una colonia de mariposas en primavera. Las hojas siguieron elevándose entre las finas gotas de lluvia, agitadas por una fría corriente de aire que se filtraba por las grietas de las deterioradas estructuras de la plaza. Haciendo que estas rechinen y silben de tal forma que a los oídos de Oliver parecían ser notas musicales que su mente en solo segundos ordenó en una partitura imaginaria. Era como si por algún tipo de proceso alquímico invisible, el viento se hubiese disuelto a través de las maderas y los metales podridos creando una melodía que él conocía perfectamente. No sabía de dónde, ni por qué. Pero sabía que se relacionaba con Lucila. Conocía cada nota, cada minúsculo compás y su silencio. Esa melodía era una de las pocas cosas que su discontinua memoria le permitía recordar de su pasado. Incluso a veces soñaba con ella. Sabía que pertenecía a Beethoven, y el nombre era “Silencio”. Por unos instantes, su frecuente ansiedad y aquel odio implícito en la mayoría de sus pensamientos se disolvieron en un confuso recuerdo.
Oliver se preguntó si él era el único en aquella plaza que le encontraba sentido a esas notas. El único que escuchaba aquel “músico invisible” que se empecinaba en repetir una y otra vez las mismas breves y melancólicas notas. Cuestionarse tal cosa hizo que se sintiera más aislado y solo de lo que ya estaba. Lo que lo llevó a preguntarse. ¿“Ellos” apreciarán la música? Lo más probable, se respondió a sí mismo, es que de algún modo sí la entiendan, puesto que las matemáticas no solo son unas de las bases de la música, sino también un lenguaje universal. Pero la cuestión estaba en si les despertaría algún tipo de sentimiento. Si serían “Ellos” capaces de conmoverse al escuchar un solo de violín, por ejemplo.
En aquel momento, a Oliver le pareció raro y triste pensar que de todas las formas de vida inteligentes que existen en el universo, los seres humanos puedan llegar a ser los únicos que se emocionen con la música, o que sean capaces de crearla. De ser así, esto le otorgaría al espíritu de nuestra raza una hermosa y frágil exclusividad, y