Escorado Infinito. Horacio Vázquez Fariña

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Название Escorado Infinito
Автор произведения Horacio Vázquez Fariña
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418337086



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modificaba en curso sin autorización previa cotejada por su implante. Algo no iba bien, nada nada bien. En la Academia había aprendido a desconfiar hasta de su padre, y eso era lo que iba a poner en práctica ahora, pero obviamente, y dentro de lo humanamente posible, sin quebrantar sus profesionales obligaciones como Comandante. Lo que en principio se trataba de un mero trámite de carga de combustible se había convertido en un verdadero conflicto de prioridades en su cabeza. Ist pidió explicaciones, pero la respuesta fue demasiado sospechosa: le entregaba en mano, sin más, la ¡¡nueva secuencia de instrucciones!! Esto terminó por hacer añicos la cuestión de los protocolos ¿Qué podía hacer ahora sino exigirle, al menos, su Código de Coincidencia? ¿Qué no lo tenía? ¡¿Qué tendría que confiar en él?! Vaya... Ist inmediatamente hizo honor a aquello de “soy riano”; tenso por dentro, indescifrable por fuera. Había sonado la alarma en su cerebro y había que proceder. Pasos calculados pero pasos defensivos. Sin el CC tenía claro que no podía hacer nada; el crédito del hombre sin protocolos, se había agotado. Había que pedir confirmación al Comité desde Nave, ya; no quedaba otra. Ist sabía que para esos casos el maldito peluquín no le iba a servir de nada porque el sistema de órdenes sólo podía ser consultado en Nave, en la sala de comunicaciones.

      -Su respuesta ya la conocía, tenía que intentarlo, pero no podemos hacer eso, lo siento.

      ¿Lo siento qué? Ist le lanzó inmediatamente una patada de derribo para intentar a continuación salir por piernas de aquel lugar lo antes posible. Pero el Comandante permaneció inalterable, y sobre todo, en pie. “¡Qué coño...”. Esta vez se le salió el pensamiento por la boca. Un brazo negro, negrísimo, se había interpuesto a unos centímetros de su diana y le impedía culminar su certero objetivo. Los nervios. Ist dirigió su mirada hacia Ri, pero este, “claro, hombre claro”, continuaba en decorativo color de protocolo. Normal, teniendo en cuenta –claro, hombre, claro-dos- la calidad de sus colegas; no así el otro morphoide, que cumplía eficazmente su cometido en fase 3. Se dijo, “¿eres tonto o qué, acaso no lo sabías?”. Sí, Ist claro que lo sabía, naturalmente que lo sabía, por supuesto que lo sabía; pero, los últimos sics no habían transcurrido para él en una mínima en paz mental que se dijera, y el estrés a veces hace estragos en la cabeza, por muy Comandante y muy tal que uno sea. Harto de todo, explotó, el patadón era en sí, más una terapia que otra cosa. Sí, sí, sí; sabía a la perfección que no tenía absolutamente nada que hacer. Su única arma, a parte de sus conocimientos de combate cuerpo a cuerpo, era Ri, pero sin duda capada opción en aquellos instantes, por totalmente inútil en aquella situación, y pensó -buen muchacho-: “Ist, mejor pasa tú a fase protocolaria”.

      Como mandaba el reglamento riano uno de los morphos de generalato había permaneció en el lugar de encuentro hasta ser reclamado por su Nave, cosa que siempre sucedía en el último instante antes de partir hacia cualquier lugar. Mejor exigir respuestas, hablar no cuesta nada y en aquella situación siempre tendría más recorrido.

      -A eso vamos, acompáñeme por favor, confíe en mí.

      “¿Confié en mí?” ¡Pero si eso era lo que hacía! A la fuerza, claro, no fuera que el polimorfo de los mismísimos se sintiera en la necesidad de activar alguno de sus muchos protocolos para cascarle su apreciado cráneo como una fruta de nerg ¿Confianza?: toda la que usted quiera, “amigo”, pero, qué remedio. Un consuelo para el que lo busca: aquel semblante relajado le infundía en el fondo algo de tranquilidad. Lo cierto era que si hubiese querido, una sola orden a su mascota y ¡zas!, en menos del tiempo que tarda en desintegrarse un q-hadrón, rodajas de Ist a la riana. Su verdoso Ri, si pudiese de algún modo activarse, tampoco iba a tener mejor suerte. Así que se vio obligado a realizar la teletransportación... ¡por primera vez en su vida!

      ***

      Dentro de la amplia cabina de teletransportación, capaz de trasladar al punto convenido hasta una masa de 8 irds -el equivalente a 90 humanos de peso medio- Its, sabiéndose a salvo de un control de sus ondas mentales, hacía un repaso de conjeturas. La primera, pero quizá la menos atractiva: son caníbales de guante blanco que de tanta teletransportación se les ha abierto el apetito. Otra: son enemigos disfrazados que quieren engañarte. La tercera: son amigos que quieren gastarte una broma por el ascenso de hace dos años. Cuarta: ni puta idea. A ver, la primera opción, descartada porque la estética no acompañaba; tanta cosa sólo para un aperitivo... No. Segunda y tercera: era riano. “Desconfía, hombre, desconfía”. Se abonaba por tanto a la última posibilidad. Es curioso como la cabecita sugiere estas evocaciones estúpidas en los momentos más delicados, pero en verdad que lo aprendido en la Academia era ahora, por lo visto, absolutamente inútil. A ver si había suerte y tal.

      Tres estados. El polimorfo del General Yert anunció la llegada con un “completo”, y a continuación se fundió con la nave, una prácticamente idéntica a la suya. Ri continuaba con él, pero tan ausente como era de esperar. Lógicamente el control estaba ahora en manos de su Comandante, y su morpho ahora era toda la Nave. Como bien sabía Ist, el lugar donde se encontraba en si mismo era ya la absoluta imposibilidad de intentar nada nadísimo contra sus propietarios. Cada uno de sus pasos ahora estaba vigilado pormenorizadamente por aquellas portentosas paredes de energía especial, que podrían en una fracción de nano estados decidir y al mismo tiempo emitir una respuesta defensiva contra cualquier impertinente que se pusiera tonto. Era como un ser vivo que permanentemente estudiaba todas las constantes vitales de aquellos que se encontraban dentro de sus tripas. Con alivio agradecía que el implante siempre sería respetado por Nave, prerrogativa especial atendiendo a sus galones, así que sus ideas y sensaciones, por el momento, quedaban resguardadas de mirones ¿A quién le gusta que le desnuden su intimidad de una forma tan grosera?

      -Sígame, por favor.

      Umm... qué delicado... qué delicadito... –pensó-. Y además era extraño comprobar que los dos alféreces continuaran ataviados con traje de combate gom -tejido especial para resistir embates de toda índole e infinidad de utilidades más- y casco de supervivencia, algo no muy normal, teniendo en cuenta que Nave era allí el Dios de la protección. Pero a aquellas alturas, ya nada le extrañaba; ni siquiera ver tanta gente por aquellos corredores. Mientras caminaba entre su forzada comitiva podía contar a centenares de oficiales, prueba inequívoca de que en alguna parte seguramente no muy lejana debían concentrarse decenas de miles de soldados, en el menor de los casos. Un oficial siempre según las normas de Infantería tenía una única razón de ser: estar al mando de diez brigadas operativas, y cada una de estas derivando a una gama de efectivos a su mando en cantidad variable, pero casi nunca inferior a los quinientos, entre técnicos y peleones. Aquella era una Nave Dos, como la suya, y no tenía ninguna razón de ser encontrarse a tanto prójimo pululando en su interior y más en determinadas zonas destinadas a otras operativas. Salvo que algo fuera mal, realmente mal. Allí reinaba todo un ejército, casi con toda seguridad. Y aunque tampoco era usual que un General optase por una Nave Dos, tanto le daba ya. Sentía más curiosidad ahora que otra cosa. Habían llegado. Ist no podía creer lo que estaba viendo: Un polim... No: ¡¡dos polimorphos de clase especial!! ¡¡Santo cielo!! Entonces...

      -Le presento a...

      El cuadro de mandos se giro, y escucho la voz. “Hola, soy el General Coi. Tenemos que hablar, y muy poco tiempo. Gracias General Yert, puede irse”. Así de lacónico y conciso se estrenaba. Había dos clases de Generales ¡El suyo era el de máximo rango según rezaban galardones! Yert se lo tenía aún que currar, un sol menos. Vale: uno de los dos putos generales Uno en una puta Nave Dos; eso era algo que ya no encajaba en su confusa cabecita. Más parecía un juego de a ver quién hace la cosa más rara ¿Qué diablos podía querer de él? Sí, algo importante se estaba cocinando.

      -Permítame la curiosidad, General, ¿qué hace usted con dos morphos Uno en posición militar?

      Ist había abandonado una vez más su cultura militar, pero ahora por distinta razón. Le podía más la curiosidad que el saber estar entre un superior de máximo grado. Sobre todo ese detalle de los morphoides que… Pero, cómo… La activación militar en morphos dentro de una nave, por muy “no-Uno” que fuera, era algo que hasta le parecía chabacano. Era casi como encontrar un parásito dre en un súper conector de conversión cuántica. Los Uno, o morphoides especiales, habían sido diseñados para