Escorado Infinito. Horacio Vázquez Fariña

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Название Escorado Infinito
Автор произведения Horacio Vázquez Fariña
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418337086



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posible. Nadie objetó nada al joven oficial, todo el mundo sabía perfectamente que lo único que había ocurrido era el cumplimiento de un protocolo en el que él sólo había sido un mero observador. De todas formas, no podía dejar de sentirse culpable; de algún modo. Siendo justos, indudablemente Ri había cumplido, y siendo realistas, le había salvado la vida con más que toda la seguridad del Universo. Un sentimiento agridulce con efectos secundarios no muy agradables por la parte agria. En más de una ocasión, en alguna reiterada pesadilla no del todo superada, seguía viendo volar trozos de carne por doquier en un espantoso escenario inundado de sangre. Para Ri todos los medios y métodos de eliminación eran válidos, la efectividad ante todo; cuño de la casa.

      -Puede salir, Comandante.

      Ist vaciló un poco. Qué asco de vida hacer y deshacer los pasos una y otra vez acompañado de aquel ser con tan intransigentes manías, y qué distinto la relación formal entre su estado actual y el de la normal convivencia. Si le preguntasen cuál sería la más reseñable diferencia que distinguirían uno y otro estado, respondería sin vacilar que el de la sustitución del “tú”, por el “usted”.

      Como en anteriores ocasiones, se adentró en su morada de diseño, aunque sólo por fuera la carcasa daba el pego de fantasía, pues su interior estaba constituido por simples compartimentos estancos intercomunicados por compuertas confeccionadas con el mismo plasma que conformaba todo el conjunto. El resultado era un diseño tan sobrio e impoluto como el interior de un laboratorio de montaje de bioductores de vacío. Un catre acolchado, razonablemente cómodo, y nada más. Ri podría proveerle del resto de todo aquello que necesitase, menos alegría, claro; por lo menos mientras vistiese de odiosa oscuridad.

      Siempre que se producía un “encuentro” se realizaba en terreno neutral. “Ni en tu nave ni en la mía”. Se trataba de uno de los primeros principios básicos que se aprendía en la Academia, porque la nave era sagrada; una segunda piel literalmente. Igual de respetado era aquel que consideraba la invitación directa - ya fuera por tele transporte o física- al interior de la nave propia, como una potencial fuente de problemas que había que evitar a toda costa. Ist, fuera de eventos oficiales de protocolo, y alguna especial excepción, jamás había recibido a nadie en la suya. De tanto dialogar con aquellas paredes ya casi Nave y él eran uno. Tampoco debía de temer mucho por su aparente vulnerabilidad en el exterior, allí estaba Nave en forma del escorpión Ri. “¿Una sonrisa?”. Qué va, lo de siempre: permanecer indolentemente estático; nada que hacer ante el paradigma del soldado perfecto.

      Ist se echó y esperó, hasta volver a escuchar el sonido de su impenitente guardián que señalaba contacto. La cabezada le había durado una manito de estados. Como siempre, trataba de imaginar que la puntualidad en su vida era algo superable. Nada más lejos de la realidad, la habitual exactitud se imponía una vez más. El reposo había durado lo estimado. Un cordial “vamos” aceleró la marcha. Ri adoptó nivel tres, el máximo protocolo de aproximación. En Ría no existían términos medios; cazar desprevenido a un riano era cosa complicada, eufemismo de imposible. A Ist no le dejaba de admirar -y era de las pocas cosas que todavía le llamaba la atención- como aquel morphoide militar podía tener un aspecto aún más marcial. Daba un “no se qué” extraño, observar como en un abrir y cerrar de ojos todo su maniquí articulado se teñía de negro bien negro, más que negro. Apenas se podía distinguir nada más que negrura en todo sí. Cuán diferente era la versión hogareña: Ri podía adoptar múltiples formas. A su dueño le encantaba una en concreto, en muy previsible forma de mujer, que además coincidía con la de serie. No, la verdad que no tenía que dar muchas vueltas. Había que reconocerle el magnífico gusto de sus creadores. Con ella practicaba todo el sexo del mundo; y más. Sí, efectivamente, ¿para qué seleccionar otra variante? Siempre la misma petición: “Nave: Eva”. Siempre Eva. Porque tenía todo lo que le gustaba. Sería muy artificial por dentro, pero el chasis daba el pego con matrícula de honor. Eva... Siempre Eva. Tenía todo lo que necesitaba, motivo por el cual, la verdad, no echaba de menos el -o incluso un- modelo de carne y huesos de toda la vida. Era irónico pensar que aquella terrible máquina aséptica e inflexible en todo podría más tarde estar haciendo, tierna y cariñosa a no va más, el amor con él; bueno, técnicamente “esa emulsión de plasma morphoide de cualquier parte de la pared de la Nave”.

      Aunque Nave la envolvía en su plasma cuando no era solicitada su presencia o no tenía labor alguna que desempeñar, el ser, seguía siendo estructuralmente independiente a ella. Ciertamente lo podía emitir desde cualquier parte de si misma y utilizarlo a su antojo como un apéndice somático, ofreciendo como resultado un curioso y muy bien avenido dos en uno. Fuera de Nave, el concepto de posesión se sustituía por el de colaboración. Dentro de sus entrañas, la dictadura era total. Dotada de una inteligencia artificial de última generación -por lo menos en su momento- a pesar de tratarse de un modelo teóricamente ya mejorado hacía bastante tiempo, a veces…, tenía la extraña sensación... le parecía que… Que estaba comunicándose con un verdadero ser humano. Sensación que jamás ni de lejos había experimentado con ningún otro tipo de morpho. Incluso, había llegado a creer que un ser humano, debía ser como ella. Cuántas veces había mantenido conversaciones con Eva, en las que la ¿máquina? sorpresivamente parecía estar dotada de algún tipo de pensamiento propio, y hasta incluso de sentimientos sobradamente humanos. Recordaba que no hacía mucho, algo le había dejado sumamente pensativo. “Eva, me encanta como haces el amor, eres una chica guapísima, ojalá fueras de verdad”. Y Eva, con esos ojos redondísimos, carita de niña buena y culito suave, respondió: “¿me amas tanto como yo a ti?”. “¡Hurra por los científicos que te crearon!” –pensó-. Linda y amorosa cabrona.

      ***

      Tres compartimentos después accedieron a la típica sala de recepciones. El General Yert, al que no conocía más que porque su micro postizo capilar le había identificado como tal, le aguardaba acompañado de sus respectivos metaphimorphoides; y, curioso, dos alféreces de grado 3, algo no muy habitual, pero en rigor, dentro de lo posible. “¿No le gusta la transferencia?”, fueron sus primeras palabras, en referencia a la relegada por Ist capacidad de Nave de teletransportar a sus tripulantes. “Y una mierda”, pensó él, pero despachó la curiosidad del otro con un irónico “es más perjudicial que el UMR”, aludiendo a la famosa droga que se empleaba por la Intendencia en interrogatorios a los “enemigos de Ria” para hacerles hablar hasta de lo más íntimo y recóndito de su cerebro con toda naturalidad. La perdición era tal que un gran porcentaje terminaba suicidándose tras conocer los resultados de sus revelaciones, que normalmente conducían al puro y duro exterminio de sus colegas. O peor aún: a sus familias, a través de represalias masivas contra las identificadas naves enemigas con la consiguiente muerte “colateral” de miles, cientos de miles, o millones de sus “sospechosos” acompañantes.

      En cuanto a la “transferencia”, tenía mala fama en la Academia y por ende rechazada por muchos. Se trataba de un descubrimiento muy reciente –demasiados pocos ciclos- y un buen porcentaje de mandos y cadetes la evitaban, pues al parecer todavía no existía ninguna garantía que la exposición a los rayos de descomposición no afectara a alguna función vital de forma irreversible. Se afirmaba que la reiteración en su uso producía importantes trastornos de personalidad y otros comentarios realmente nada positivos. Según se había tenido noticias, más o menos contrastadas, un grupo de oficiales traidores, capturados -confesos tras ser sometidos precisamente a la UMR- había atacado y... ¡devorado vivos!, sin la más mínima explicación lógica, a sus compañeros de viaje. Al parecer el grupo caníbal era por sus cometidos el único que empleaba la teletransportación. El revuelo había sido tal que el Comité terminó emitiendo un comunicado informando que aunque todo estaba en orden, se daba carta libre para que cada uno resolviese sobre el modo en que se se podía, o debía, abandonar las naves. Suficiente para que todo volviera a la normalidad. Ist lo tenía claro: nada de teletransportación.

      -Bienvenido, debe acompañarme a mi nave, son órdenes del Comité. Usaremos la teletransportación.

      ¿Qué decía de romper el clásico protocolo del “ni-ni” en su particular esquema mental de no teletransportación y punto; y ese último –mucho mas preocupante- de modificar las órdenes oficialísimas? ¿Pero...? Ri permanecía inmutable, lo esperado, dado que Yert tenía